Como una muestra más del folklorismo que ha caracterizado a la gestión del régimen madurista, el inamovible ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, anunció la semana pasada, con bombos y platillos, la instrucción que había recibido de su querido presidente para que se comunicara de manera inmediata con su homólogo colombiano, el exmagistrado y jurista Iván Velásquez Gómez, a fin de “…restablecer las relaciones militares”.
El anuncio hecho por Padrino, utilizando, por lo demás, el indiscreto e inconsulto canal indirecto de las redes sociales, no debió haber caído del todo simpático al nuevo inquilino de la Casa de Nariño y demás miembros de su círculo más íntimo. Lo primero es que el mismo ministro de Defensa colombiano hizo como si la cosa no fuera con él, evitando emitir comentarios sobre el particular.
Pocas horas después, el presidente Gustavo Petro, tratando de ser lo más comedido posible, respondió al entusiasmo del ministro venezolano señalando a la prensa de su país, con manifiesta expresión incómoda ante las cámaras, que las conversaciones con el Palacio de Miraflores solo podían ser calificadas de preparatorias. Desmintió entonces rumores de un encuentro inminente con Nicolás Maduro, desprendiéndose igualmente de sus declaraciones que antes de configurarse un marco de contactos militares entre los dos gobiernos, existían otras prioridades como la apertura de las fronteras y las relaciones comerciales y diplomáticas.
Unos están más apurados que otros
Resulta claro que con la asunción de Petro al poder es fácil perfilar un escenario en el que las relaciones colombo-venezolanas adquirirán una dinámica como nunca antes durante la era chavista-madurista. El detalle radica en que los tiempos e intereses de un lado y otro de la frontera no coinciden de manera homogénea.
El exmandatario Iván Duque le hizo un gran favor al señor Petro al impedir, como organizador oficial de la toma de posesión presidencial, la asistencia de Nicolás Maduro. Y es que una cosa es el deseo manifiesto de ambos de recomponer las maltrechas relaciones bilaterales, y otra muy distinta son las etapas y orden de prioridades, sobre todo de la parte colombiana que es la que en teoría debe obrar con mayor prudencia.
Si bien incluso Maduro y Petro ya se han comunicado por teléfono, prometiéndose una maravillosa nueva etapa de cooperación y convivencia, salta a la vista la intención del mandatario colombiano –al menos en las primeras de cambio– de procurar “no tener tan cerca al santo para no quemarse ni tan lejos para que no le haga milagros”. Maduro es una pieza incómoda pero necesaria en los planes del nuevo gobierno colombiano. Mientras para Nicolás cualquier acercamiento es de vital importancia para mejorar su maltratada imagen de paria internacional, a Petro le interesa ejecutar una agenda ya planificada con etapas bien definidas.
Importante también es señalar que, con Petro en el poder, el régimen madurista se quita de encima un foco de hostilidad geopolítico, diplomático y militar que lo ha venido asechando desde hace mucho tiempo, especialmente bajo la recién culminada administración de Iván Duque.
Pero, volviendo al punto central de este análisis, lo primero que le interesa a Petro dentro de su plan estratégico como paso previo para recomponer las relaciones bilaterales, es la reapertura y normalización de las fronteras y pasos fronterizos. Aquí hay dos temas prioritarios a destacar: la seguridad asociada al combate contra el “crimen organizado” en un área de compleja convivencia y la anhelada reapertura del comercio binacional. Estos dos elementos de la agenda de Petro son de vital importancia para menguar la hasta ahora imparable estampida migratoria venezolana.
Esto explicaría la premura de los contactos que se dieron mucho antes de la toma de posesión del presidente Petro, entre su para entonces designado canciller, Álvaro Leiva, y su homólogo venezolano, Carlos Faría, en la ciudad de Táchira; con el interesante detalle de que previo a esta reunión de trabajo, el ministro Leiva fue recibido por el impresentable gobernador del Táchira, Freddy Bernal, lo que denota la importancia política de este personaje en la dinámica transfronteriza que se avecina.
Este primer encuentro personal celebrado el 28 de julio disparó los ánimos de Nicolás Maduro, y de allí la emotiva y torpe instrucción pública a Padrino López. Es aquí donde las grandes potencialidades de la relación bilateral pudieran naufragar en aguas turbulentas; algo que sabe muy bien Gustavo Petro, un exguerrillero del M-19 que, luego de acogerse a la amnistía de 1990, desarrolló una carrera política muy crítica a la corrupción y violación de los derechos humanos, especialmente dirigida a las fuerzas militares y de seguridad de su país; por cierto, muy en línea con el pensamiento y trayectoria de su ministro de Defensa, Iván Velásquez.
No es difícil imaginar entonces las dificultades con las cuales habrán de toparse Petro y su ministro de Defensa, dos personajes que recién estrenan una presidencia de izquierda -la primera de la historia republicana- en teoría con poca ascendencia sobre unas fuerzas armadas pensadas para la guerra contra la insurgencia y con las cuales (ELN y disidencias de las FARC) el nuevo presidente tiene pensado transar, atendiendo a uno de sus principales objetivos políticos: “la paz total”.
Dos más dos son cuatro, y, por tanto, el militar es uno de los temas que Petro y su ministro tendrán que manejar con pinzas quirúrgicas. Lo que menos le hace falta al nuevo gobierno colombiano es calarse a un Nicolás Maduro alardeando acerca de lo que este perfila será un nuevo capítulo de las relaciones militares entre los dos países.
Gustavo Petro, bastante más inteligente, tiene presente que durante la interminable era chavista-madurista las fuerzas armadas de ambos países han sido enemigas irreconciliables, en un contexto en el que el territorio venezolano, para decir lo menos, ha servido de aliviadero de los distintos grupos insurgentes colombianos, con la inocultable complicidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, una realidad que, como es obvio, lesiona y ofende la institucionalidad y doctrina militar colombiana vigente, y que obliga a su nuevo comandante en jefe a manejarse con verdadera “mano izquierda”.
Cualquier error de cálculo de Petro podría complicar la estabilidad de su incipiente mandato.
No es mera casualidad que Gustavo Petro se haya reunido con su archienemigo, Álvaro Uribe, poco después de su victoria electoral, uno de los expresidentes más cercanos y con mayor ascendencia en las filas castrenses colombianas de la historia reciente; alguien con quien Petro habrá de seguir negociando términos de consenso sobre el futuro de Colombia, a juzgar por lo estratégico y determinante que seguirá siendo la carta militar.
Petro tiene su propia agenda y sus tiempos bien calculados, y habrá pensado seguramente que no serán los ímpetus e impertinencias de Maduro los que arruinen sus primeros y necesarios acercamientos a unas fuerzas armadas que le pueden resultar esquivas.
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