Así se llamó un espectáculo, estrenado en Caracas en febrero de 1972, concebido por Antonio Miranda, poeta, escritor y profesor, oriundo de Río de Janeiro —Antônio Lisboa Carvalho de Miranda es su nombre completo— quien, bajo esas 4 palabras a guisa de paraguas, reunió versos de su autoría inspirados en la realidad venezolano de las postrimerías de los años sesenta del pasado siglo XX, cuando todavía vibraba en las enfebrecidas mentes de los renovadores universitarios y de los zanahorias peace & love post flower power la energía psicodélica, o psicotomimética, cual decía Alberto Sánchez, de un presunto poder joven, intoxicado, vía ácido lisérgico, con las consignas de los enragés parisinos —¡seamos realistas, pidamos lo imposible!—. De su realización y montaje fue responsable Carlos Giménez, joven y talentoso metteur en scène argentino, fundador del grupo Rajatabla, auténtico salto cualitativo en la experimentación teatral venezolana. Al frente de su creatura acometió la puesta en escena de la propuesta del entonces estudiante de biblioteconomía en la Universidad Central de Venezuela. Mi singladura no atañe a las artes escénicas. Me he limitado o atrevido a usurpar el título de aquellos poemas porque, tal ironizase el travieso carioca, «el país tiene héroes, mártires, presidentes y es el mejor país del mundo». De ello están convencidos, o pretenden estarlo, el godfather y su amaestrado loro —en algún momento de su alongado y abusivo mandato, Nico, dame la patica, sacó de su chistera de mago de verbena pueblerina un viceministerio del poder popular para la felicidad—. Y con una sobredosis de goebbeliana publicidad y una limosna suplementaria, habrá quien comparta el cara (ma)durismo de ambos.
El país, tu país, nuestro país está feliz. Está contento el general tetrasoliboleado. Nadie duda ya de su ascendencia sobre el poder civil y, si pone cara de seria rochela, lo hace al leer cosas de esta suerte: «Maduro se convirtió en la fachada de una élite militar que monopolizó el poder del Estado. A la cabeza de esa élite está V. Padrino López. De hecho, desde las presidenciales de 2018 el gobierno madurista ha logrado sobrevivir porque ese jefe militar lo ha permitido. Durante esos años hubiese bastado una sola orden suya para que Maduro se encontrara en el basurero de la historia, para decirlo con sus propias palabras» (Alexis Alzuru, Vladimir Padrino López, Tal Cual Digital, 29-07-22). Disimula una agridulce sonrisa Nicolás, pues en lo adelante, piensa, su trajinar no se restringirá a obedecer dictados de Fuerte Tiuna, y a etiquetar de «falso positivo» atentados como el perpetrado por terroristas iraníes en una sinagoga bonaerense —el Centro Simon Wiesenthal reprobó su negacionismo—, sino a convertirse (suspiros) en correa de transmisión entre Vladimir y el nuevo gobierno colombiano. Si nos atenemos a las declaraciones de Gustavo Petro —circula en las redes un sorprendente y contundente video-petroñazo con relación a Venezuela—, puede sentarse a esperar pacientemente su turno, o abocarse a compartir sus cuitas y pequeñas alegrías con la precaria audiencia de sus cadenas. Está contento el capitán capilar: pretende haber desvelado una conjura urdida entre el imperio yanqui y el presidente argentino Alberto Fernández, dirigida a birlarle un avión a la patria. Jorge Rodríguez, gozoso, se aferra al descabello del bellaco y aviva el fuego donde se consumen las apuestas a la reanudación del diálogo; y, en plan de apremiado conejo camino a su madriguera, da saltos de sombrerero loco Tarek William Saab, avatar de Antoine Quentin Fouquier de Tinville, el terrible y temible fiscal del tribunal revolucionario francés, cuyos excesos en la administración de justicia le condujeron al patíbulo. Fue decapitado, igual a los cientos de ciudadanos por él condenados a colocar el cuello en la infame invención atribuida al Dr. Joseph-Ignace Guillotin, quien ni la ingenió ni murió en ella, tal cuentan infundadas leyendas urbanas (mírate en ese espejo, cagaversitos).
Exultantes están los comerciantes (consonancia instintiva) y unos cuantos empresarios esperanzados en caerle encima, ¡puercos a la porquería!, a las zonas económicas especiales. «La felicidad, ja, ja, ja, ja, /de sentir amor, jo, jo, jo, jor, /hoy hacen cantar, ja, ja, ja, jar, /a mi corazón, jo, jo, jo, jon», cantaba Palito Ortega con atroces y forzadas rimas. Ello no impidió al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique nombrar así a un relato ridiculizando la burocratización de la dicha, a propósito de la creación en 2013 del viceministerio para la suprema felicidad social del pueblo venezolano. Comienza su narración el autor de La exagerada vida de Martín Romaña, aludiendo al (in)maduro y, sobre él y sus colaboradores va descargando desopilantes ocurrencias, entre ellas el establecimiento de los CAC, Centros de Aplicación de Cosquillas, «donde de manera solidaria y gratuita, funcionarios, debidamente entrenados, harán reír (por las buenas o por las malas) al pueblo».
Si las cosas hubiesen marchado según fabuló Bryce, quizá la vida en tierra de gracia hubiese sido más graciosa, pero la ficción y la realidad casi nunca compaginan. Son escasas si no nulas las iniciativas orientadas a regocijar al ciudadano: cuesta mucho reír con el estómago vacío y, además, el timonel del estrambótico organismo es un vicealmirante de fruncido ceño. Y es lógico. Solo un adusto marino de alto rango, ducho en el manejo de brújulas, sextantes, astrolabios e instrumentos similares puede surcar exitosamente las jocosas aguas del mar de la felicidad. Para ello no se requiere un manual de navegación. En 1729, Jonathan Swift sometió a consideración de sus lectores una «Modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda no sean una carga para sus padres o el país, y hacerlos útiles al público». Nuestro Nelson sin parche, ganaría un Trafalgar a la tristeza, sacrificando, no a los infantes, tal planteaba el autor de Los viajes de Gulliver, sino a los menesterosos de oficio y quejicas perseverantes, a objeto de servirlos hervidos, asados, horneados, estofados, en ragú o fricasé, en banquetes de solidaridad socialista a mayor gloria de los pelabolas habituales. Eso sí: patriocarnetizados.
Hasta donde sé, el fulano gestor del éxtasis, la euforia y el vivalapepismo (¡respetad el neologismo!) no tiene velas en el entierro de melancolías gaiteras, hallaqueras y aguinalderas decretado por el Ejecutivo con el precoz adelanto de las navidades. Estas comenzarán a festejarse el sábado 1° de octubre, día de Santa Teresa del Niño Jesús, cuando el santo Nicolás, cara, boca y bailar de payaso salsero, encienda la Cruz del Ávila, ahora de nuevo Waraira Repano —algo así como «la mar hecha tierra» en idioma (¿?) Caribe y neolengua chavo bolivariana—; con las crucificadas luces resplandeciendo sobre la capital, si no lo impiden el smog o la neblina, se prenderá también la parranda hasta, ¿por qué no?, Carnaval, Cuaresma y Semana Santa. ¿Vindica el régimen el derecho a la pereza? Las competencias del jefe nominal las asumieron hace tiempo generales y estados mayores. Disfruta del tiempo libre, como las madres en su día con los artefactos publicitados por una afamada marca de licuadoras. Conquistó la potestad de apoltronarse a placer, ciñéndose a las tesis postuladas por Paul Lafargue, periodista, médico y agitador franco cubano, conocido, por haber desposado a Laura Marx, la segunda de las hijas del autor de El capital. Escribió un ensayo, En defensa de la pereza, en el cual tacha de locura el amor por el trabajo, ensalza la holganza como fin último de la revolución proletaria y, entre malintencionadas interpretaciones, endilga a Cristo un elogio de la ociosidad; echando mano de «pensadores autorizados» —de los presocráticos hasta su yerno— da forma a su «Refutación al derecho al trabajo» y otorga condición divina al dolce far niente: «Jehová, el dios barbudo y de aspecto poco atractivo, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad». ¿Se las echó al hombro el Todopoderoso? De oídas deben haberle llegado al zángano rojo, reacio a trabajar sin renunciar a las melosas delicias del poder, aunque éste sea de segunda mano, noticias de la haraganería celestial y se dispuso a duplicarla entre nosotros. El orondo, mondo, lirondo y si se descuida, redondo metrobusero, quizá alcance el clímax de la buenaventura mañana, 15 del augusto mes octavo, al cumplirse 219 años del juramento del Monte Sacro. Oportunidad para el derrame de cursilería. Preferible hubiese sido oírle hablar de las efemérides de ayer sábado trece, Día Internacional del Zurdo y del cachicamo. Chávez era siniestro y conchudo. ¿Feliz? La sabrán los cubanos.
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