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Mariano Picón Salas y el ardiente voto por Venezuela

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Por LUIS FERNANDO CASTILLO HERRERA

Cuando la dictadura se cierne como sombra de malos augurios sobre la Venezuela de principios del siglo XX, un joven merideño emprende su travesía a la capital del país. En su maleta empaca los más prometedores deseos de progreso y crecimiento intelectual, la ciudad que lo recibe aún guarda muchos de sus rasgos coloniales, sin embargo, ya es posible entrever los signos de un estado amparado por la nueva y lucrativa explotación petrolera. Se trata de una ciudad diferente a la montañosa Mérida, donde el silencio político lo impone la férrea presencia del general Juan Vicente Gómez, quien desde 1908 es el único amo del poder. Aquel veinteañero recién llegado a Caracas responde al nombre de Mariano Picón Salas.

El año de 1920 representa en la vida de Mariano Picón Salas el inicio de las más aleccionadoras experiencias, su estancia en la ciudad capital se bifurca entre las alegrías que implicaban ver publicado sus primeros escritos en la prensa y las restricciones que el gomecismo imponía como una especie de mordaza al pensamiento. Aquel año también verá emerger de la imprenta una obra de su autoría con el título “buscando el camino”, una expresión que calza perfectamente con el futuro que pronto se develaría ante él.

Caracas le ofrece la oportunidad de continuar activo en la escritura, con sus colaboraciones en la revista Cultura Venezolana, de esta manera, se abría un resquicio en el mundo de las letras y el periodismo caraqueño, al mismo tiempo, comparte algunas tardes en las cervecerías caraqueñas con una diversidad llamativa de hombres inmersos en el debate cultural, literario e histórico. Aquellos son puntos de encuentro o más bien de escape al hermetismo que imponen los gendarmes que vigilan las calles.

La ciudad es con Picón Salas benefactora y restrictiva, en ella se reencuentra con viejos amigos, como ocurrió con el también merideño Alberto Adriani. Probablemente en sus muy dilatadas conversaciones ya imaginaban un futuro distinto, un horizonte sin Gómez. En 1921, recibe la grata pero fugaz oportunidad de un empleo en la Dirección de Política Internacional y Política Económica, gracias a las buenas gestiones del recién nombrado ministro de Relaciones Exteriores, Esteban Gil Borges, pese a ello, la pronta destitución del ministro Gil Borges dejaría a Picón Salas fuera de aquel despacho.

La oscura sombra se posa sobre la figura del joven Mariano, con un clima internacional convulso, la plaga haciendo estrago en los cultivos del interior del país que ahora sólo parecían mirar hacia los campos petroleros obligarían a la familia a despojarse de las tierras que cultivaban.  Para el año de 1923, Picón Salas abandona el país, la hoja de ruta señalaría Valparaíso. Así como en el siglo XIX Andrés Bello apuntó hacia la región sureña, Mariano Picón Salas hacía lo propio, más tarde, cuando la república se sacude accidentalmente la dictadura gomecista, volverá tentado por los aires de cambio.

Aires de cambio

El 17 de diciembre 1935, con el último aliento del “tirano liberal” Juan Vicente Gómez, Venezuela observará el inicio de un nuevo panorama. Aquel paisaje estará representado por una serie de aspectos muy simbólicos, pero que sin duda constituirían el germen de las transformaciones que el Estado requería para superar los años de atraso.

Un delgado y alto militar ocuparía el solio presidencial, con él se activarán factores para promover las más llamativas transformaciones. Se trata de Eleazar López Contreras, otrora ministro de Guerra y Marina en la administración del benemérito. López Contreras avanzará en una serie de reformas que buscarían superar el denostado rostro adquirido tras los años del régimen dictatorial. En este sentido, el período presidencial será reducido de siete a cinco años, desaparecerá la reelección inmediata, la rotunda, símbolo del terror, terminaría convertida en escombros, se promulga la Ley del Trabajo, además de la creación de la Contraloría General y el Banco Industrial de Venezuela. Todo ello, en el marco del anuncio de un plan de gobierno; el programa de febrero.

El programa de febrero es probablemente el primer “plan país” diseñado para Venezuela. Se trata de un detallado diagnóstico de las realidades de una nación que clamaba con gritos silenciosos, atención en diferentes áreas estratégicas, entre ellas el sector educativo.

Mientras, Picón Salas lleva 13 años en Chile. Su vida en el país de Bernardo O’Higgins no ha sido sencilla, trabajó en una tienda de “… compra y venta de muebles y objetos viejos que se amontonan en polvorienta confusión abigarrada” (1), hasta en la biblioteca Nacional de Chile, donde acrecentó de forma exponencial su acervo intelectual; “nunca he leído más que en aquellos años en que fui empleado de la Biblioteca Nacional” (2). Logró ingresar al Instituto Pedagógico de Chile y aquella experiencia será fundamental al momento de volver a Venezuela en 1936, se pone a las órdenes del nuevo presidente y prontamente se le asigna la importante tarea de dirigir el proyecto de fundación del futuro Instituto Pedagógico Nacional, que formaba parte de los lineamentos del programa de febrero.

Sueños de un Estado moderno

El deceso de un dictador siempre aviva sentimientos, pero el más habitual se encuentra en la sensación de un nuevo amanecer, “muerto el perro se acabó la rabia”, expresa el tradicional refranero. Sin embargo, en el caso venezolano las cosas no eran tan simples, escenarios como el educativo exigían prontas y efectivas soluciones.

Al pisar nuevamente suelo venezolano luego de 13 largos años en Chile, Mariano Picón Salas comprende que el sueño de un Estado moderno iba más allá de las emanaciones de petróleo, de las grandes refinerías o la creciente importación de automóviles. Para el intelectual merideño el pensamiento, la crítica, el debate y la instrucción pública de calidad constituían el soporte más importante de un país que luego de 27 años bajo los designios de un hombre, parecía abrirse a mejores derroteros.

Cargado con su experiencia pedagógica adquirida en Chile, propone la convocatoria de sus antiguos colegas y maestros para conformar una autentica misión. El objetivo, crear una institución destinada al fomento de la docencia, contribuir al perfeccionamiento docente e impulsar la investigación educativa. Picón Salas, junto a su legión de profesores, lleva a cabo una labor impecable, pero no libre de acusaciones. El recién erigido Instituto Pedagógico Nacional (hoy Instituto Pedagógico de Caracas) estaba llamado a convertirse en la única institución autorizada para la formación docente en el país, situación que inevitablemente generó los más profundos recelos.

Por momentos su proyecto es tildado de comunista, incluso el mismo Picón Salas probablemente fue apreciado como un cuerpo extraño en un órgano republicano que aún no lograba comprender que los grandes proyectos de país deben aprender y en muchos casos imitar los modelos exitosos de sus vecinos. La prensa, puntualmente los casos de La esfera y La Región, fue especialmente crítica frente al proyecto del Pedagógico Nacional. Pese a ello, la institución fue una plena realidad y hasta entrada la década del cincuenta, para bien o para mal, representó la única casa de estudios de formación docente, en sus aulas se terminarían formando profesores con una altísima calidad profesional, siendo un verdadero ejemplo de cara a la reconstrucción del estado venezolano.

Pasarían 10 años desde la fundación del Instituto Pedagógico Nacional, y en 1946, justo cuando el país transitaba por nuevos y no menos complejos caminos, Mariano Picón Salas volvería a cumplir una nueva tarea en aras de la república, que ahora apuntaba hacia la democracia luego de los eventos del 18 de octubre de 1945. Los nuevos ánimos de cambio lo motivan, nuevamente comprende que la aspiración de un mejor porvenir debía estar cimentado en instituciones sólidas, principalmente las de corte educativa. Así, propone la formación de la Facultad de Filosofía y Letras para la Universidad Central de Venezuela, Aquel hombre que hace 26 años había llegado a Caracas proveniente de Mérida veía como legaba su aporte al país aquel 12 de octubre de 1946. En el acto inaugural de la Facultad, pronunció un discurso que hoy resuena como vibrante tambor en los oídos de cada docente y ciudadano venezolano: “[que] se trabaje con fe y generosidad por esa Venezuela universal; grande no tan sólo por su territorio y su ingente riqueza promisoria y por su heroica historia vivida, sino grande asimismo, por la cultura que debe crear y por la nueva historia que debe hacer, es el más sencillo y también más ardiente voto que se me ocurre ahora” (3).

A pesar de la lejanía, Mariano Picón Salas nunca olvidó su responsabilidad como ciudadano, concibió su labor con entereza, con altos principios profesionales, entregó con dedicación el tiempo necesario para aportar con gran determinación a la construcción de la república. Injusto sería señalar algún acto de mezquindad o cobardía de su parte, vivió en gran medida errante, retornando por episodios a su patria, pero siempre reservando energías para el proyecto llamado Venezuela.


Referencias

1 Mariano Picón Salas. (1962), Obras Selectas, Madrid, Edime, p. 1385.

2 Mariano Picón Salas. (1962), Obras Selectas, Madrid, Edime, p. XI-XII.

3 Discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela, 1946, p. 38.

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