Apóyanos

La alquiladora de lavadoras

Conversación con Jessica Hernández, una valiente mujer que todos los días carga lavadoras sobre sus hombros para alquilarlas y sobrevivir con sus cuatro hijos en un populoso sector de la periferia de Bogotá
Por Relatto
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No importa si llueve, truena o está enferma. Jessica Hernández tiene cuatro hijos y, durante el embarazo de dos de ellos, tuvo que trabajar sin parar, haciendo una tarea que parece imposible: alquilar lavadoras a domicilio. Todos los días, en el barrio Altos de Florida, en el enorme municipio de Soacha, al suroccidente de Bogotá, Jessica se echa al hombro lavadoras que le alquila a los vecinos. A veces se gana cinco mil pesos, otras veces ochenta mil (8 dólares aproximadamente). Ella fue favorecida con un programa de microcrédito de la ONU y Acnur para mujeres emprendedoras y ya cuenta con varias lavadoras que pueden recargarse con agua para trabajar, porque, para colmo de males, el barrio no tiene acueducto.

—¿Cómo hace para subir estas lomas con eso al hombro?

—Uno lo coge ya de costumbre, ya después, no sé, no pesa tanto. Por uno querer sacar los hijos adelante, brindarles una comida, estudios, entonces todo eso lo motiva a uno para echarse una lavadora al hombro, cuando uno emprende, lo hace es para sus hijos, por y para sus hijos…

—Y usted tiene cuatro…

—Exacto… cuatro. Entonces tengo la necesidad de estar en mi casa, y es importante poder administrar los espacios y el tiempo. El tiempo es como si tú abrieras una llave de agua, ella sale y sale… el tiempo va pasando y lo único que puedo administrar son los sucesos en el día, para que el tiempo alcance, para hacer todo lo que se tiene que hacer… Y, además, hay que tener calma para aguantar la presión económica, porque a veces hay momentos que han sido duros. No puedo decirle que todo ha sido color de rosa. Esto ha sido un proceso a través de los años, y hay días que son muy duros, que uno quisiera abrir un hueco y que la tierra se lo tragara a uno. Pero también hay días que han sido muy chéveres, entonces uno tiene que saber manejarse con paciencia y con prudencia.

—¿Y cómo es su día tras día?

—Me estoy levantando tipo cinco. Cuando está el día muy frío, faltando un cuarto para las seis. Organizo los niños para la escuela, desayuno y ellos se van y yo me quedo aquí alquilando lavadoras. Ahorita estoy con el tema del taller, también estoy abriendo un espacio para empezar a estudiar, entonces llega la hora del almuerzo; mientras sigo alquilando lavadoras, a veces me tomo un tinto con la vecina, y en las tardes debo hacer tareas con ellos. A veces me acuesto a las once, doce, una de la mañana, y me toca levantarme temprano.

—¿Y sus cuatro hijos dependen solo de un taller, Jessica, nadie más le ayuda?

—No señora.

—¿Y el papá de ellos?

—El padre es un padre ausente.

—¿Cómo se le ocurrió la idea de alquilar lavadoras?

—La idea de las lavadoras es algo que se me ocurrió porque, antes, yo tampoco tenía lavadora en ese momento y tampoco había quién me prestara el servicio. Como yo fui líder comunitaria, entonces hablaba con toda la vecindad y las vecinas estaban en la misma situación, así que pensé “¿por qué no montar un negocio así?”. Y pues, ha funcionado bastante.

—¿Y de dónde viene el agua?

—Aquí el agua llega por medio de carrotanque, que viene aquí por días, cada quince, cada veinte, cada mes, más o menos. A nosotros nos salva cuando cogemos agua lluvia, para lavar los pisos y lavar la loza. Cuando llueve, el carrotanque no puede subir porque las carreteras están mal, y cuando hay mucho verano entonces todas las casas necesitan más agua.

—¿Usted también las repara si se dañan?

—Sí señora, ya hasta las arreglo. Me tocó aprender porque traer un técnico acá le cobra a usted bastante. El repuesto, más la mano de obra, eso termina por costar unos cincuenta, ochenta mil pesos, mínimo. Entonces imagínese, el negocio queda ahí en el técnico. Por eso ya aprendí a arreglarlas y gracias a Dios me va bien armando y desarmando.

María Elvira Arango entrevista a Jessica Hernández en su casa, en el enorme municipio de Soacha, al suroccidente de Bogotá.

—¿Cómo era este barrio cuando usted llegó?

—Aquí en la loma solo estaba este rancho, y el de al lado… ya se ha ido poblando muchísimo, ya hay más necesidad del agua, del alcantarillado. Pedimos a gritos una legalización, un espacio mejor… Lo que uno dice es: si uno coge un Transmilenio [bus de transporte público] o un carro, en una hora está en la Casa de Nariño [sede del Gobierno Nacional]. Si así es aquí, que estamos tan cerquita del presidente, ¿cómo sería en un lugar donde están más lejos? Mire también otra cosa: en el colegio de mis hijos cortaron el presupuesto. El colegio de mi hija, por ejemplo, tiene jornada única, tiene comedor y los profesores nos explicaban que la mayoría de los niños llegaban sin comer, que había niños que estaban pasados del hambre, que les decían a las señoras del aseo que les reglaran una aromática [té de hierbas] y un pan para el peladito.

—Jéssica ¿qué tan seguro es este barrio?

—Sí, aquí hay cámaras por todo el barrio. Entonces ahí están por si se presenta una balacera, un robo, una pelea…

—Pero venga, hagamos algo, echemos la película para atrás. Usted se fue de su casa a los quince años…

—Sí, yo me fui de la casa a los quince años. Mi papá decía que me fuera de la casa, que a veces yo era mu rebelde, entonces me dijo: “Váyase de la casa, váyase”, entonces yo dije: “Pues bueno”.

—¿Y rebelde cómo?

—Siempre fui bastante inconforme…no sé, hay cosas que no me gustaban en ese momento, ahí apareció el papá de los niños. Él me dijo: “Vámonos”, y nos fuimos a vivir juntos. Iniciamos una vida. Inicialmente fue algo muy bonito, era un hombre juicioso, se portaba muy bien, y de un tiempo para acá se volvió una persona tomadora, y también se volvió mujeriego, y no quiso cambiar. Yo hablé con él en todos los sentidos y todas las formas posibles. Cuando inició este tema de las lavadoras yo le decía que eso era no solamente para llevarle la contraria a él, sino para mejorar la economía de la casa y organizarnos mejor, para salir adelante entre los dos, para darle un futuro a nuestros hijos. Él pensó que yo estaba equivocada, porque se trataba de montar un negocio que necesita agua donde no hay agua, entonces…

—Y si el carrotanque, como usted dice, no sube hasta acá —como pasa muchas veces—, ¿la gente no puede usar la lavadora?

—No.

—¿O utilizan la lavadora con el agua que se va recogiendo?

—Para eso se utilizan tanques de mil litros, canecas de doscientos litros, con eso se tiene almacenada el agua. Si la gente logra almacenar agua y si tiene las suficientes vasijas para almacenar su agua, tiene agua; si no, no.

—Porque luz por lo menos si hay. ¿Y alcantarillado?

—Esta parte de alcantarillado, de un tramo del espacio del barrio para arriba, se ha hecho por medio de la comunidad; el resto, se hizo con la donación que hizo la Alcaldía y Naciones Unidas, pero es que no cubre ni una tercera parte de lo que es el barrio hoy en día, o sea, todavía falta muchísimo.

—¿Y usted tan flaquita cómo hace para cargar esas lavadoras?

—Sí, yo creo que el motor principal de uno son los hijos. Es por amor a ellos que vale la pena echarme la lavadora al hombro y caminar todo ese tramo del barrio. Hay días que el piso está embarrado y hay otros que hace muchísimo sol y yo termino como un camarón, termino roja, me quemo toda. Pero también hay días que en la mañana hace sol, en la tarde hace frío, y por la noche hace viento, entonces mis pulmones tampoco es que me aguanten. A veces tengo unas pestes terribles, pero ni modos, aún así toca continuar.

—¿Cómo es el negocio, un buen día cuánta plata se hace?

—Un buen día me estoy haciendo 70, 80 [mil pesos].

—¿Y un mal día?

—Un mal día, cinco mil [risas].

«Es por amor a ellos que vale la pena echarme la lavadora al hombro y caminar todo ese tramo del barrio», asegura Jessica.

—Que es un alquiler…

—Sí, es una alquilada, un día a cinco mil pesos. O sea, nuca se queda uno con las manos vacías. A veces uno la alquila, y son cinco mil, pero fiados, o sea me los deben [risas], pero se hizo algo, no se queda uno con una mano sobre la otra.

—¿Usted recuerda la primera vez que cargó una lavadora?

—Sí…

—¿Cuánto pesaba esa, cómo fue la primera vez?

—Yo nunca he sentido el peso de la lavadora. De pronto, depende del tramo del camino. Hoy en día me la echo al hombro y camino desde donde la cojo hasta donde la voy a soltar prácticamente. Ya no descanso a cada rato, porque antes era eso, descansaba un momentico y volvía y la cargaba y así cogía aire.

—¿Usted quiere estudiar también?

—Sí, yo si quiero estudiar claramente…el tema de mi negocio es mercadeo y venta, confección industrial, todo lo que tenga que ver con el tema de la confección, para mejorar los diseños. Pero mi carrera original es economía, entre mercadeo y ventas, administración, todo lo que tenga que ver con la economía e idiomas, porque siempre me ha gustado el inglés.

—¿Ah sí? Por cierto, usted acaba de estar en Nueva York…

—Sí, fue súper, fue algo muy chévere haber viajado hasta allá y visto esos edificios altísimos…Nunca había montado en avión, pero estaba más nerviosa la presidenta de la Junta Directiva de Bancamía, que fue la que fue conmigo. Ella me decía que había vientos a veces, que había turbulencias… Nueva York me pareció grandísimo, hermoso. Además, a mí me fascina el agua, y rodeada por esos ríos, muy lindo. Yo decía “este es como mi ambiente, me quisiera meter allá a darme un chapuzón”, pero estaba haciendo muchísimo frío. Era pleno invierno. Por otro lado, es una ciudad muy bullosa, eso no me emocionó, porque imagínate la diferencia, aquí no escucho nada, no escucho ambulancias, sirenas, ruido, por mucho la música que yo pongo a volumen alto es el único ruido que me aguanto. En cambio allá se escuchaba sirena de una cosa, sirena de la otra…

—Jéssica, ¿qué es lo más duro de todo en estos años, cuando mira para atrás?

—Sinceramente me hace falta mucho mi mamá, pero de resto nada más. Es que imagínese, tenía ocho años… Sí, a mí me tocan el tema de mi mami, terrible…

—¿Será de ahí de donde sacó tanta fuerza para ser una mamá tan generosa?

—Mi mamá era una mamá muy entregada, muy juiciosa, yo creo que si ella estuviera viva, estaría conmigo, acompañándome en todo, yo creo que hasta mi vida hubiera sido distinta, muy distinta…

—¿Cómo sería?

—Yo hubiera podido estudiar más, muchas cosas [llora], no sé, como más alegre, diferente, totalmente…

—¿Y usted es religiosa o no tanto?

—No, ese es un tema gracioso. Mi familia es católica, toda mi familia es supercatólica pero yo no amo esa religión. Eso de ir a orar, que la virgencita de no sé qué, que la virgencita de no sé cuándo, eso a mí me parece una idolatría falsa. Lo evangélicos me parecen muy ruidosos, los testigos de Jehová me parecen demasiado psicorrígidos, entonces por eso te digo que me da risa. Yo me siento a mirar y digo “¿pero cuál religión sirve?”.

—¿De pronto le reza a su mamá?

—Exacto, entonces voy a la Iglesia católica, después voy y me meto un rato a los Testigos de Jehová, a donde los ruidosos un ratico, no mentiras…hay que tener respeto por las religiones…no digamos que ruidosos, sino alegres…y con todos comparto un poco.

—¿Usted quisiera tener más hijos?

—Yo me mandé operar para no tener más hijos. Con la operación encima, volví a cargar lavadoras. Fue un tema bastante complicado porque yo decía “uy juemadre, yo cómo me cargaba esto, ahora sí me pesa, ahora sí me molesta, ahora sí me incomoda”. Pero fui retomando con el tiempo y ha vuelto otra vez a la normalidad, pero sí hubo un tiempo que me volvió a costar.

—¿Y usted qué quiere lograr para los hijos que ya tiene, cuál es su sueño?

—Lo primero sería poderles ofrecer una mejor vivienda. Lo segundo, poderles brindar un estudio superior. El conocimiento es la ventana del mundo. Sí, gracias a Dios yo he estudiado, yo he hecho una cosa, yo he hecho la otra, y me ha ido bien, yo he aplicado todos mis conocimientos, los he aplicado en mi diario vivir, así sean talleres pequeños, pero los he podido aprovechar muy bien.

—Usted quiere que ellos estudien, que se gradúen de bachillerato…

—Que se gradúen de bachillerato, que se gradúen de una universidad, porque no estoy inconforme con el Sena [Servicio Nacional de Aprendizaje], para nada, pero lo que pasa es que el Sena forma personas obreras. Una universidad a usted le da un título, una formación, y por uno haberse formado profesionalmente tiene derecho a exigir cosas, como que por qué le van a dar ese sueldo cuando uno puede aspirar a tener mejor sueldo, una mejor condición de vida para ellos el día de mañana.

Esta entrevista forma parte del libro 1.000 PREGUNTAS Vidas Asombrosas y conversaciones con personajes sorprendentes, de María Elvira Arango, Editorial Planeta.

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