Lágrimas de impotencia bañadas con recuerdos de batallas pasadas y con tristes historias de muertos, heridos y torturados en la Venezuela de hoy, se deslizan sobre el rostro de la escultura ecuestre de Simón Bolívar. Monumento de bronce que hace más de un siglo Guzmán Blanco, presidente en aquel entonces, colocó en Caracas como símbolo de una plaza bautizada con el apellido de nuestro Libertador.
—¡Qué tristeza siento por mi país! –gime Bolívar con un dolor tan intenso, que una guacamaya detiene su vuelo para escuchar su espíritu atormentado.
—Ha pasado el tiempo –prosigue Bolívar– aún oigo la Banda Marcial de Caracas… quizás sea yo el único que la recuerda y es que siempre se ha dicho que los venezolanos tenemos memoria corta, pero, no sé… tal vez a mí eso no me ocurre porque desde mi caballo de bronce veo lo que el mundo no termina de aceptar. Soy testigo silente de cómo sin piedad destruyen aquello por lo que en vida tanto luché.
Bolívar, cansado de ver cómo sus sueños se desmoronan, trata de inhalar y exhalar como si el bronce de sus pulmones se pudiera llenar de aire. No lo logra. Sigue divagando.
—Casi veo al maestro Pedro Elías Gutiérrez agitar su batuta al viento para dar vida a una melodía… ¿cómo olvidar mi retreta o el aroma de las flores que depositaban a mis pies?… No entiendo lo que ocurre… ¿Y mis viejitos?, los guardianes de mi plaza, ¿dónde están?
La guacamaya, agitando sus alas frente a su rostro de bronce, responde:
—¡Yo sé dónde están! Humillándose por una miserable pensión. Haciendo colas enormes bajo el sol y la lluvia.
—¡Qué linda eres! –piensa el Bolívar de bronce deslumbrado por el intenso amarillo, azul y rojo del plumaje de la guacamaya tricolor– Qué colores tan hermosos… –luego añade– Decía que mis ahora viejitos, de niños, jugaban a mi alrededor y al crecer se sentaban a mis pies y me leían el periódico. Por eso estoy enterado de lo que ha ocurrido con mi país, pero… y los hombres que aman la patria, y sus hijos y esos nietos que también son míos, ¿dónde están?… ¿Quiénes son los que después de mí esgrimieron con valor las leyes y la justicia de poderes públicos ahora depuestos?
—No lo sé –respondió la guacamaya casi asfixiada– Debo irme. Hay una marcha y están lanzando bombas lacrimógenas…
—¡Espera! Es que por la censura o falta de papel ya no imprimen periódicos y nadie lee en voz alta las noticias en mi plaza… Dime, ¿hay algo más que yo deba saber?
—Sí, pero no te va a gustar.
—¡Habla! –rogó con miedo la escultura.
—Está bien… Bolívar, Venezuela es un enorme campo de batalla. Están destruyendo y robando las riquezas y esperanzas de tu país. Los venezolanos quieren huir a cualquier parte, no importa dónde con tal de lograr sobrevivir… En el estado Táchira, a un muchacho de 16 años le reventaron los ojos con perdigones.
—¡Malditos! –gritó el Bolívar de bronce con tal furia que hizo relinchar a su estático caballo– ¡16 años es solo un niño!
—Un capitán de corbeta –continuó la hermosa guacamaya– detenido sano y salvo, se convirtió a los días en el cuerpo inerte de un hombre torturado… Su última palabra fue auxilio.
Al conocer la historia de otro venezolano que muere por la injusticia de la justicia, el corazón del Bolívar de bronce se rompe por completo. Tras un grito visceral que nadie supo de dónde provenía, la afligida escultura ecuestre se fractura.
—¡Bolívar se está cayendo a pedazos! –grita un encapuchado al tiempo que olía un trapo impregnado con vinagre.
En ese momento, la guacamaya cae bajo las patas del caballo de bronce. Sus alegres y brillantes colores se tiñen de rojo por una herida que sin piedad se le incrustó en el pecho.
Un niño piadoso que corriendo atravesaba el lugar, agarra el cuerpo del ave y esa tarde, en su casa, sin luz, sin agua, sin gas doméstico, con poca comida y casi sin medicamentos, logra salvar la vida de la guacamaya. Meses después, ante la sorpresa de todos, Venezuela recupera su democracia.
Y fue así como de las manos nobles y soñadoras de un niño venezolano, que un ave hermosa y fuerte extendió sus alas de colorido tricolor para, con la bendición de Dios y esperanzas renovadas, emprender su vuelo hacia la libertad.
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