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Adolfo Castañón en sus 70 años

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(Breve crónica de un recuerdo del Delta)

Por allá lejos, hacia mediados de los años 90 del pasado siglo XX, tuve el inmenso gusto de conocer al escritor, ensayista, poeta, traductor y editor mexicano Adolfo Castañón. Yo vivía en el Delta y me desempeñaba como director del Archivo Histórico del Estado Delta Amacuro. Recuerdo que fue el escritor deltano José Balza quien me presentó al hoy gigante de la letras mexicanas y uno de los grandes de la ensayística hispanoamericana de los tiempos que corren. Castañón andaba acompañado de su esposa, una francesa de ojos vivaces, inteligentes e inquisidores que sudaba copiosamente por los efectos devastadores del bochornoso y pegajoso calor con exceso de humedad que exhibe el Delta en los meses de agosto-septiembre. Las fugaces conversaciones en el ínterin del viaje en helicóptero al fascinante y alucinante Bajo Delta giraban en torno al mítico platillo gourmet del Lau Lau en sus miríadicas preparaciones deltaicas. Yo aproveché la confianza que me obsequió Adolfo, tal vez mediada por el trato que me prodigaba Balza en su presencia, para pedirle a Castañón que leyera mi libro sobre la teoría de la Historia que yo había escrito en la universidad para graduarme de historiador bajo la égida del filósofo y pensador venezolano José Manuel Briceño Guerrero. Castañón sin pensarlo dos veces me pidió el manuscrito y lo leyó de un envión en medio del vaporoso calor que imperaba en el hotel La Ribera donde, para variar, esa noche el aire acondicionado se había descompuesto.

A la mañana siguiente, en conversación matutina me dice Adolfo: en general hiciste un esfuerzo encomiable y digno del mejor reconocimiento pero te dejaste “comer por Cioran” y no guardaste la suficiente distancia con respecto a su visión de la Historia. Te quedaste en el umbral de la exégesis y no lograste avanzar más allá de la apología de weltanschauung cioraniana.” Acto seguido, un par de críticas puntuales en torno al manejo del aparato crítico y Castañón me entregó el libro manuscrito con una carta escrita a mano con pluma fuente que aún conservo y que es testigo de aquel histórico momento en el cual yo leía un libro del maestro titulado El Reyezuelo.

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