Tiene 65 años de edad y viene del barrio Los Ángeles en Managua, donde era comerciante. Camina por la trocha Los Chiles, como tantos otros de sus coterráneos que escapan de la violencia en Nicaragua.
Mario Osejo admite que busca refugio, necesita huir de la “falta de compasión de su gobierno” con los opositores.
“Ortega amenaza de muerte y con aplicar todo tipo de represalias, al punto que los obliga a vivir escondidos en su propio país. A mis compatriotas decididos a no caer en sus garras no les queda otra opción que huir por la montaña, donde viven en el anonimato, y pierden todo contacto con la familia”, señala.
Aquel camino, que se quedó como carretera incompleta paralela al río San Juan, se ha convertido en una ruta de escape.
“La Constitución señala que el gobierno debe velar por la integridad física de sus gobernados, pero Ortega hace todo lo contrario, los reprime, los persigue y termina asesinándolos con el cuento de que son delincuentes, terroristas”, se queja Osejo.
Con él viaja un amigo que no quiere decir su nombre ni de dónde viene. Le ocurre lo mismo que a otros nicaragüenses que prefieren evitar represalias con los parientes que aún no cruzan la frontera.
“Primero la vida, lo demás es secundario”, se limitó a decir.
Por la misma ruta venía Rosibel Rojas, madre de cinco hijos.
Afirma que en su comarca Buena Vista del Río San Juan se perdió la paz. “Hoy mis familiares y amigos temen que los maten en cualquier momento. Por eso decidí salir a refugiarme en Costa Rica, para sobrevivir”, manifestó.
Rojas, de 35 años de edad, llegó a la trocha con una de sus hijas mayores y las maletas. Estaba extenuada, pues llevaba dos días de camino por la montaña.
“Parece empeñado en exterminar a quienes no compartimos su ideología. Nos persigue y para eso se apoya en paramilitares y policías”, dijo la mujer refiriéndose al presidente nicaragüense Daniel Ortega, protagonista de la crisis política que ya supera los 300 muertos desde que comenzó el 18 de abril.
Aquel fue el día de la primera protesta contra una reforma al régimen de pensiones, que derivó en reclamos para exigir la salida del mandatario, quien ya advirtió que se mantendrá en el poder hasta que concluya su mandato, en enero de 2022.
Rojas es una persona de las muchas que optaron por “esconderse”, como ella dice, en Costa Rica, para salir con vida de la ola de violencia.
El grueso de los migrantes ingresa sin documentos por el pequeño caserío de La Trocha de Los Chiles donde se asemejan a hormigas caminando si rumbo.
Juan Robleto tiene familiares en Cartago, pero Emérita Espinoza y su familia no conocen a nadie ni en la zona norte ni en la Gran Área Metropolitana. El viernes, cuando entraron, no sabían qué camino tomar.
Los lugareños estiman en alrededor de 100 los inmigrantes que llegan a diario aunque ha habido días en que la cifra es mayor.
Es un lugar que no cuenta con refugios como ocurre en La Cruz de Guanacaste o en Golfito, informó la Cancillería el 19 de julio. Entre los dos, pueden recibir 2.000 personas.
“La situación podría llegar a constituirse en una crisis. Si 5.000 personas llegaran a ingresar por semana, estaríamos hablando de crisis; ahora estamos por debajo de 3.000”, indicó la canciller y vicepresidente de Costa Rica, Epsy Campbell.
Sin embargo, nadie cuenta los que entran por Los Chiles.
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