¿Va el Partido Republicano camino de la insignificancia? La revista The Economist subraya el carácter nada reformista de un porcentaje significativo de los republicanos actuales y concluye que es muy peligroso. El artículo me lo envió Santiago Morales, muy preocupado. Santiago fue enviado por la CIA a Cuba a los 18 años de edad y pasó 18 años en la cárcel. Dedico el párrafo final de este artículo a describir la revista.
Mientras los demócratas supieron abandonar el racismo, tras lograr que se eligiera a un presidente mulato, los republicanos están atrapados en la “polarización afectiva”, al decir de The Economist. Realmente, odian a los “liberales demócratas” por “traicionar” los rasgos culturales y la “identidad” de los verdaderos estadounidenses.
¿Cuáles son esos “rasgos culturales” que caracterizan la identidad de los verdaderos estadounidenses?
Ciertamente, un batiburrillo de creencias y actitudes que se observan en viejas mentalidades ajenas a los tiempos modernos: primero, un nacionalismo feroz como el que se vio en el surgimiento del nazi-fascismo. (No en balde el resurgimiento del nacionalismo va acompañado de cierto antisemitismo asociado al nombre del señor George Soros).
A partir de ese punto, en segundo lugar, una desconfianza, también atroz, a todo el que exhiba una tonalidad de piel debida a la mayor intensidad de la melanina, y a unos genes que tuercen el cabello y, casi siempre, impiden los colores claros en las pupilas. Los ojos azules y verdes son preferidos en varios estudios de percepciones. A priori, consideran “más honrados” a los portadores de ojos azules o verdes. (Lo asombroso es que haya hispanos partidarios del trumpismo).
En tercer lugar, increíblemente se ha revitalizado una vieja tendencia al proteccionismo y al aislacionismo desterradas del lento camino al desarrollo. Desde 1776, desde la publicación de La riqueza de las naciones, Adam Smith fue ganando adeptos y dejó muy claro que el éxito dependía de la “mano invisible”, la especialización, el tamaño de los mercados y la ausencia de guerras, a lo que luego se agregó el reducido gasto público con relación al PIB, y estados pequeños y poco intervencionistas, en los que los individuos de la sociedad civil fueran los protagonistas.
Participar del nuevo republicanismo implica admitir varias conspiraciones, entre ellas, la de que Trump ganó en las elecciones de 2020, y los liberales demócratas, por arte del birlibirloque, consiguieron hacerle trampa. Entre ellas, también, que el 6 de enero de 2021 fue una insurrección espontánea en la que Donald Trump no tuvo un papel importante.
El último presidente realmente racista que tuvieron los demócratas fue Woodrow Wilson (número 28). Le gustaba contar chistes contra los negros (darky jokes), y tenía una manera muy peculiar de ejercer el “progresismo”: mezclándolo con la estricta segregación racial que era parte de las supersticiones de la época.
Entonces se decía y suponía que era posible crear escuelas y baños para negros fundamentalmente iguales a los de los blancos. Hasta que Kenneth y Mamie Clark, ambos con Ph. D en Psicología, les demostraron que era imposible con el famoso experimento de las muñecas negras y blancas.
Cuando le ofrecieron a Wilson el estreno en la Casa Blanca de una película (El nacimiento de una nación) que consagraba al KKK, la acogió con beneplácito, contribuyendo al éxito en taquilla de un filme al que, al margen de la cuestión ideológica, le atribuyen una buena parte del lenguaje cinematográfico y de los montajes “modernos”.
La verdadera unión de las fuerzas armadas no llegó hasta terminarse la Segunda Guerra Mundial, con la integración de las unidades negras de combate, durante el mandato demócrata de Harry S. Truman (número 33). Truman tuvo el voto favorable de los “afroamericanos”, aunque entonces no se llamaran así. Su triunfo electoral fue una sorpresa, incluso para sí mismo.
Es muy difícil precisar cuándo los republicanos dejaron de ser el bando vencedor en la guerra civil americana y se replegaron a sus cuarteles de invierno. De lo que no hay duda es de que los demócratas usurparon el papel de los republicanos y viceversa.
Cuando uno escucha el lema de Donald Trump, MAGA, (Make America Great Again), y sabe que detrás está Steve Bannon, convicto por los tribunales estadounidenses, acusado de estafa, y luego perdonado por Donald Trump, no le queda otro remedio que desconfiar del expresidente.
Por cierto, The Economist es la gran revista liberal del planeta. Fue fundada en Londres en 1843 por el escocés James Wilson, tras la huella de David Hume y de Adam Smith. En esa época se discutía apasionadamente en el Reino Unido las llamadas “Leyes del maíz”, una legislación proteccionista. Wilson y The Economist defendieron, con éxito, el libre comercio, el free-trade, uno de los caballos de batalla del liberalismo, y esas leyes fueron derogadas. El naturalista Herbert Spencer, un científico que fue cabeza del liberalismo, fue también, durante varios años, el subdirector de la publicación. Tiene una circulación semanal de millón y medio de ejemplares, incluidas las ediciones estadounidense y china. Lo que aparece en The Economist tiene una importancia extraordinaria.
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