Esta semana hemos conmemorado los 30 años de la inauguración de los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona. Unos juegos que pusieron a la capital catalana en el mapa mundial y que resultaron incómodos para los nacionalistas. La prensa del mundo entero se concentró en España y el discurso nacionalista no pudo reivindicar el habitual victimismo porque era evidente que España se había convertido en una democracia consolidada con un Estado de derecho equiparable a cualquier país occidental.
Barcelona pudo albergar aquellos juegos porque todos los españoles dieron su apoyo a la iniciativa que tuvo un largo recorrido. Fue una operación que se puso en marcha en junio de 1977 cuando Adolfo Suárez nombró embajador de España ante la Unión Soviética a Juan Antonio Samaranch. Samaranch ya era entonces vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (COI) y la estrategia para conseguir los juegos para su Barcelona natal pasaba por que él se convirtiese en presidente del COI.
Samaranch nunca ocultó su trayectoria política en el franquismo, siempre ligada al deporte. Había sido delegado nacional de educación física y deportes y presidente del Comité Olímpico Español. Fue procurador en Cortes y presidente de la Diputación Provincial de Barcelona entre 1973 y 1977, cuando se fue a Moscú.
En poco tiempo, Samaranch sedujo a los comunistas soviéticos, a los que el pasado falangista del vicepresidente del COI les importaba bastante menos que a Ada Colau y sus mariachis. Y en sólo tres años, Samaranch se convirtió en presidente del COI, en vísperas de los juegos de Moscú. Una operación genial del Gobierno de Suárez llevada a buen puerto.
Samaranch empezó entonces a trabajar en favor de la candidatura de Barcelona de manera sutil. Sin aspavientos. Pero de forma decisiva. Siempre con el apoyo de los sucesivos gobiernos de Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González a quien jamás se le ocurrió echar en cara al presidente del COI su pasado falangista.
Del éxito de los juegos de Barcelona no creo que haga falta decir mucho. Fue la mejor España la que se mostró al mundo y el prestigio de Samaranch se extendió universalmente hasta el punto de que, tras renunciar a la presidencia del COI en 2001, fue nombrado presidente de honor vitalicio del COI. Su labor había dejado huella.
En la Cataluña aldeana de la hora presente es casi imposible encontrar ningún recuerdo de quien tanto hizo por Barcelona. En la capital catalana no hay una calle con su nombre. En toda Cataluña solo hay una en Sant Feliu de Llobregat. Hay calle Juan Antonio Samaranch en Madrid, en Roquetas de Mar, en Lausanne o en Sarajevo. Pero no en Barcelona. La iconoclastia de estos falsificadores de la historia llevó hace seis años a retirar de una escultura que había regalado el propio Samaranch al ayuntamiento de Barcelona la referencia a que él había sido el donante. Un donante al que Barcelona debe muchísimo. Pero esta panda de iletrados no lo reconocerá. Porque le tienen envidia debido a que ellos no consiguen más que degradar Barcelona mientras que él pudo conseguir para la ciudad muchísimo, más que nadie, Colau, Aragonès y compañeros mártires incluidos. A pesar de haber sido falangista.
Artículo publicado en el medio español El Debate
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