Soy ingeniero. Decidí integrarme al activismo político hace unos años, a pesar de la opinión contraria de mi madre y de mis 11 hermanos. Todos ellos profesionales egresados de las universidades públicas creadas gracias a las bondades y a las políticas educacionales de la democracia. Democracia instaurada y estabilizada durante 40 años, gracias al Pacto de Puntofijo y a partir de la presidencia de Rómulo Betancourt.
La razón por la cual toda mi familia duda en apoyar mis pretensiones de activismo político partidista es por el temor a las represalias y demás subproductos que pudiesen derivar del régimen, por mis opiniones adversas y hasta sarcásticas en contra de ellos. Le comenté a mi madre que casi todos los integrantes del gobierno actual difícilmente podrían diferenciar entre sátira, ironía o sorna. Mi madre me miró y me dijo: «¡Acuérdate de fábula del pendejo!«.
Mis padres eran maestros. Muchos de mis compañeros de grado en la ULA-Mérida eran hijos de obreros, campesinos, comerciantes, doctores o extranjeros. Algunos de esos universitarios tuvieron padres que no sabían ni leer ni escribir. Pero se esforzaron, estudiaron, se sacrificaron y lograron ser el orgullo de esas familias que deseaban un futuro mejor para sus hijos. La democracia lo hizo posible. Los gobiernos alternativos de AD y Copei tuvieron la virtud, a pesar de sus defectos, de impulsar el desarrollo social de un país rural. Escenario bucólico que, por esfuerzo de todos los líderes de la democracia representativa, se transformó en una nación con descendientes de obreros y campesinos que evolucionaron en profesionales cultos, productivos, ejemplares y decentes.
Muchos de los nacidos en los años 1945-1960 fueron exitosos profesionales, industriales, docentes y comerciantes. Ninguno tuvo la delicadeza de devolverle a la nación que nos dio una profesión de excelencia y gratuita, la justa compensación social por ese aporte para con nuestra formación. Quizás pensamos que esa gratuidad de instrucción académica era un derecho adquirido, cuando jamás, y repito jamás, sufrimos las consecuencias de la lucha por la democracia.
Los hijos de Leonardo Ruiz Pineda, de Carnevali, de Antonio Pinto Salinas, tal vez piensan muy diferente. Ellos sí vivieron las consecuencias de crecer sin un padre. Un padre que fue un héroe. Pero ellos sufrieron necesidades y carencias en su seno familiar. ¡Gracias a todos los mártires caídos en esa batalla por la libertad es que todos disfrutamos las bondades de un sistema democrático!
La clase media tiene resentimientos en contra de los partidos políticos. ¿La razón? El creer que los políticos son corruptos y que el sistema democrático estaba blindado.
Hoy sabemos que no es así. Los mismos políticos que lucharon por la democracia, los mismos que decidieron construir asentamientos campesinos, servicios públicos, autopistas y universidades; los mismos políticos que legislaron, por la reforma agraria, la ley del trabajo, la autonomía universitaria y todas las libertades y económicas que les aseguraron a los hijos de obreros, campesinos y a cada uno de los hijos de todos; fueron los mismos que nos dieron la oportunidad de tener una formación y un título académico. Jamás le agradecimos a la democracia nuestra formación cultural y profesional. Jamás le agradecimos nuestra libertad.
Venezuela camina hacia una encrucijada en los próximos años, donde se juega el futuro próximo como nación libre. ¿Es la última oportunidad? Así parece. Esa clase media formada por licenciados, abogados, médicos, ingenieros y profesionales en diversas áreas, tiene la obligación moral y patriótica de participar activamente en la restauración de nuestros valores constitucionales y derechos civiles.
Decir que quienes integran o están dentro de los partidos políticos son corruptos es una excusa para deslindarse de su responsabilidad social para con su país y con esa la democracia, que confió en ellos para extender en el tiempo el legado de los gobiernos civiles. La decisión de ingresar al activismo político partidista es personalísima, pero obligatoria. Es un deber moral que quienes tienen integridad, honestidad y la suficiente gallardía para contribuir desde las organizaciones político-sociales al rescate de nuestros derechos, tienen que hacerlo. Formar parte de un partido político no te hace corrupto.
Los partidos son instituciones. Manzanas podridas hemos encontrado en la Iglesia, en la ONU y en la FIFA. Eso no significa que todos quienes integran esas organizaciones son iguales. Eso es generalizar.
Todos tenemos el deber de contribuir a rescatar la democracia y sus instituciones. Calificar a los demás de inútiles o ineficientes sin participar o contribuir a transformar las organizaciones políticas que nos dieron libertad es el mayor acto de hipocresía colectiva y personal que podamos hacer como sector social. Luis Herrera quizás expresaría uno de sus refranes, para darles un mensaje a los guerreros de las redes, que saben más que pescado frito.
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