Dios decide enviar a Venezuela a Tomás Moro, el santo de los políticos, con ocasión del centenario de Carlos Andrés Pérez, presidente dos veces.
He venido a Rubio, donde naciera, para referirme a “lo que quiso ser, lo que fue y lo que no pudo ser”. El próximo octubre cumple 100 años de haber nacido en este hermoso pueblo.
A la «envidia” se define como el sentimiento de quien, estando al acecho, ansía lo de otro. Me pregunto: ¿será que el mal tiene que ver con la obstinación del espíritu y la indolencia del corazón? Los éxitos y dificultades del presidente conocido como “el caminante”, entre celos, resentimiento y animosidad. Resistió “el dolor ocasionado por su buena fortuna”. De él fue víctima.
El escenario, un Estado camino presunto al bien común, mediante leyes, la ejecución y aplicación, que emergen de funciones separadas, pero se controlan. Son “fórmulas organizativas” para conformarnos en sociedades. Pero, “algunas democráticas, otras no”.
La regla, subsumirnos en esa morfología. Pero somos humanos, por lo que todo es posible, “la sustitución de unos por otros” y devaluándonos: “Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”, achacaron al presidente centenario. La burla ante el éxito y el proverbio “el que se mofa del pobre afrenta a su hacedor”. Y “a Carlos Andrés lo que le falta es una cuota de ignorancia”. “Quien se regocija de la desgracia será castigado”. Lo axiomático cede a la pugnacidad.
Esas calificaciones despectivas, alimento dañino de la historia constitucional incierta de los suramericanos, salpicado con lo “riesgoso que es demandar sacrificios al pueblo ante una democracia erosionada». ¿Habrá sido, igualmente, el escenario del jefe del Estado? No sé, pero exigir al sistema cuando hay falencias, ha de pensarse. ¿Habrá tenido CAP eso en cuenta?
En la ruptura constitucional ¿cabría “la soberbia”, aparente consecuencia de la controvertida reelección presidencial? Específicamente, la de 10 años prohibitivos de la Constitución de 1961, que en lugar de suavizar el alma, pareciera más bien endurecerla.
A los expertos todavía sorprende el exterminio de todo lo bien que se hacía en la segunda gestión de CAP, resaltándose el éxito de la economía de Chile, alcanzado con un esquema como el de Caracas. Pero los discrepantes reían de “la mano invisible”, sin conocer, ni siquiera, “la metáfora de la economía de mercado”. Los enemigos, quienes se autocalifican como “notables”, atribuyen al “Caracazo” índole de “repudio popular justificado” al modelo adelantado. Las desastrosas consecuencias de la destitución de Pérez contribuyeron a calificarlo como un “grupúsculo” perverso que no podía tolerar que no gobernaba “un godo”. Lo hacía “CAP”, las letras que definían al presidente del pueblo.
La intensa vida partidista y parlamentaria lo condujeron a la primera presidencia. Pareciera que todavía vibra “Este es el hijo que no tuve” de Rómulo Betancourt en el inicio de la campaña electoral. La dedicación para querer serlo, un determinante dinamismo, garras y entusiasmo, justifican “Ese hombre sí camina”. Y con esa gloria vuelve a ser electo. ¿Sería, acaso una de las causas de su debacle? Pregunta importante.
En lo relativo a las políticas económicas, la primera por Gumersindo Rodríguez y la otra por Miguel Rodríguez, por lo que “Venezuela ha sido gobernada en 2 ocasiones por Pérez y, este, entre 2 Rodríguez. ¿Las calificaciones? La primera, cercana al populismo socialista. “La Gran Venezuela”, una locura. La segunda, neoliberal y sus ductores, “Chicago Boys”. La mixtura de la envidia y la pugnacidad devaluaron los programas y a sus conductores: “Paquetico Rodríguez y encantador de serpientes” a Miguel. “Enano siniestro” a Gumersindo.
¿Habrá sido “el caminante” víctima de la godarria que detesta al pueblo? En el primer gobierno, el liderazgo democrático resistió los embates, no en el segundo, debilitado ante “el intelectualismo”. Carlos Blanco reitera el remoquete, los notables, pero precedidos por el seudo.
El alzamiento de Chávez se comercializa como reacción castrense ante necesidades populares de las últimas décadas. En el Senado, el presidente Caldera, entusiasmado a un segundo quinquenio, no lo cuestionó duramente, lo contrario del senador David Morales Bello: “Mueran los golpistas”. Al eterno defensor de CAP, para sorpresa, no le fue bien.
“El caminante” luchó para no ser “jarrón chino sin espacio para ponerlos”. Aprovechó, por el contrario, el reposo constitucional (10 años) en analizar el presente y futuro, cara a la segunda magistratura. Germina “la elección directa de los gobernadores de Estado”, deuda presunta a la Constitución del 61. Para el jurista Eloy Lares Martínez “la ley de destrucción nacional”. CAP asume el reto promulgándola y en los comicios le va mal a AD. Pero, además, los electos se convierten en “presidenticos y los estados en republiquitas”.
“El bribón criollo” pasaba la mano a sus superiores y subalternos, obnubilándolos con charlatanerías. No con “táctica, mando y ocasión”. Se le trató como héroe, así como a los oficiales en el golpe y el largo gobierno que, desde donde no sabemos, todavía dirige. No otra puede ser la contestación.
¿Venezuela fue objeto de un complot? Son más que suficientes las apreciaciones del presidente en el Congreso que lo sustituiría: “Supuse que la política se había civilizado y que el rencor y los odios no determinarían su curso. Quiera Dios que los causantes no se arrepientan”. El Señor no les perdonó.
Santo Tomás Moro acota que para Betancourt, Pérez no le escuchó “Yo soy un presidente que no renuncia ni lo renuncian”. No ordenó públicamente a los militares, como comandante en jefe, que apoyaran con las armas su legitimidad como jefe del Estado electo, a lo cual debe acudirse para aquietar a revoltosos, intelectualoides y juececillos redactores de fallos contrarios a la carta magna y que hacen del poder público un instrumento para aprovechar ocasiones no en beneficio de la patria. Al contrario de ellos, a Bolívar lo derrotó su muerte, pero en vida sorteó obstáculos para edificar regímenes liberales, declarándose incluso dictador, a la usanza de Lucio Cornelio Sila, a favor de las instituciones republicanas. Al CAP ministro en 1961, nos expresó Betancourt, diera la impresión de que lo domesticó la democracia.
El país, hoy destruido. El subsuelo institucional: “Si el Ejecutivo no se limita por la Constitución y la ley, la Asamblea no legisla, los tribunales no controlan el exceso de poder, no hay Estado de Derecho”, como afirma la destacada alumna María A. Grau en el prólogo de nuestro libro La Teoría Constituyente, explicada en algunas lecciones por Petra Dolores Landaeta.
El análisis de “Ese hombre sí camina” no deja de ser complicado. Sus adictos, no obstante, decían: “El gocho para el 88”, asomando hasta un tercer gobierno. Los más ilustrados pensaban, tal vez, en emular a Angela Merkel, la canciller alemana con 15 años consecutivos en la Unión Europea.
Pudiéramos afirmar, en aras de un juicio ambicioso, que Immanuel Kant le dijo: “Aprendió a actuar guiado por la voz del deber”. Y a pesar de ello, CAP respondió: Me llamaron de todo, incluso “Locoven”.
Me despido. Soy, gracias al Señor, el patrón de los políticos y gobernantes. Lamento que “el caminante” no haya acudido oportunamente a mí, aunque poco hubiera podido hacer, pues a Venezuela ya la había apropiado Satanás y los denominados “notables” con él.
José Gregorio Hernández no me acompañó por el temor a la depresión que le causaría una Venezuela destruida.
@LuisBGuerra
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