Sus ojos han visto miles de obras de arte. Un torbellino de emociones, conflictos, genialidades, arrebatos y sensibilidades han penetrado desde las pinturas y las esculturas a través de esos ojos mordaces.
En su secreta interioridad Picasso pinta en calzoncillos. Miró juega con sus telas. Bacon tiene un pensamiento perverso. Gotas de óleo salpican su alma. Los pintores que viven allá dentro quieren quitarle los cabellos para hacer pinceles; los escultores se pelean en las cuevas del espíritu jalando sus huesos de materia prima.
Ahí viene la señora Ímber por uno de los pasillos del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Se detiene de medio lado como siguiendo el ritmo de las bailarinas de Segal. El fotógrafo la enfoca y ella se abstrae. Entonces comienza la entrevista.
―¿Cuál es el balance del Museo de Arte Contemporáneo en 1996?
―Este de coyunturas tan difíciles, el museo ha demostrado que en el trabajo es esencial el rigor y la disciplina. Eso es: no hacer predicciones que no se van a cumplir y proposiciones que son imposibles. Sin embargo, hemos hecho una exposición en España, donde por primera vez un museo latinoamericano muestra su colección completa. La exposición ha tenido tanto éxito que la prolongaron hasta enero por petición del público.
―¿Lo catalogaría como un acierto venezolano en el exterior?
―Es un éxito venezolano, sin duda alguna. Uno de los periódicos españoles tituló “No solo violencia exporta Venezuela”.
―¿Cuántas instituciones apoyaron esa muestra?
―Esta fue una exposición que se hizo entre la Caja Madrid y el Maccsi.
―Cobra cuerpo y opinión de que usted ha tenido buen ojo para adquirir obras de arte, ¿piensa que es así?
―Si nosotros tenemos un Bacon es “el Bacon”, y lo mismo ocurre con el Miró o el Braque. Siempre hemos tratado de escoger la obra que completa una visión del núcleo de una colección. Todas son obras absolutamente imposibles hoy en día y válidas per se. Sí: uno tiene el ojo. Entre los cuadros y uno se establece una misteriosa relación.
―¿Qué es contemporáneo para usted?
―Contemporáneo es una moda. Vanguardia es una cosa semántica. No creo en las vanguardias. Yo creo en las obras excelentes. Le tengo miedo a las etiquetas. Yo deseo un museo donde la gente no vea primero las etiquetas: quiero que sientan el cuadro per se y no el precio que tiene o que sienten en función de un nombre. Yo quisiera que eso no existiera, pero existe.
―El público ¿busca en la obra una prolongación de su vida o un “aire de familia” en los materiales utilizados?
―Eso es muy difícil de saber. Sin duda el gran placer. Yo también llamo placer cuando una cosa no te gusta. Cuando una cosa te choca extraordinariamente te proporciona el placer de sentir que estás vivo.
Una hacedora
En el Maccsi los cuadros y las esculturas ensayan una confrontación incesante. Se sabe que Sofía Ímber ha pasado varias veces al día por allí porque su perfume, discreto pero duradero, flota permanentemente en el ambiente. En esta hora solitaria el gato de Botero parece ronronear. Como si se hubiese comido a unos cuantos.
―Usted ¿es una reportera eterna?
―Soy básicamente reportera. Yo necesito continuamente oír a los demás. A mí me interesa que el museo sea un apasionado órgano comunicador. Que la última exposición sea tan importante como pudo ser la información de lo que nos han robado ciertos banqueros.
―¿Ha tenido algún amigo banquero de esos que se metieron en líos?
―Sí, cómo no.
―¿Cree que es inocente?
―Tú sabes que no se han visto y yo no voy por los sitios donde van ellos.
―¿Necesita amar o que la amen?
―Guillermo Meneses, que es un gran escritor, decía que lo importante es amar. Yo creo que lo importante es la capacidad de amar y la capacidad de recibir ese amor y a mí no me gusta tener deudas de ninguna especie. Tampoco amorosas.
―¿A quién quiso más? ¿A Meneses o a Carlos Rangel?
―Yo quiero mucho a los dos. De diferente manera, como quiero de diferente manera a cada uno de mis hijos o a cada uno de mis cuadros. Siento una inmensa admiración por Guillermo cada vez que lo releo, cada vez que leo las cartas que nos mandamos. A Carlos lo he tenido más cerca.
―Dicen que usted es atrevida…
―A mí me gusta cuando me dicen “esto no se hace”. Como cuando mostramos en el museo a Juan Félix Sánchez, cuando metí por primera vez a los pintores que llaman ingenuos, o cuando Domingo Álvarez introdujo el son con esa negramentazón bailando: así creo que se hace. Yo no tengo miedo de transgredir, yo no le tengo miedo al miedo.
―¿Siente que algo invisible atenta contra Sofía Ímber o el Museo de Arte Contemporáneo?
―No siento nada de eso. Honestamente, a la gente le gusta el “quítate tú para ponerme yo”, pero eso es una realidad de la vida. Yo no pienso que “después de mí el diluvio”. Por el contrario, creo que después de mí cada cosa debe crecer más, el museo tiene que ser mejor. Si me pongo a pensar en “invisibilidades” sería tonto, ¿para qué perder tiempo?
―Siempre piden cuadros prestados al Maccsi, ¿qué significado tiene eso según usted?
―Este museo tiene que prestar cuadros: los Picasso, los Miró, los Bacon. Eso es una continua y firme demostración de que nuestra colección es muy sólida.
―¿Qué le gusta hacer cuando no anda metida en el museo?
―Me gusta ir donde venden libros, ahí cerca de El Universal; me gustan los artesanos del Ateneo, me agrada ir a los sitios donde no va la gente fina… a los restoranes comunes. Prefiero hablar con los jóvenes. Los viejos cuentan los mismos cuentos siempre.
―¿Qué añora?
―No añoro nada, me gusta hacer cosas. Soy una hacedora.
―¿Tiene pesadillas?
―Tengo pesadillas como todo el mundo, pero las pesadillas son del día, porque vivir a diario en Caracas es una forma de pesadilla del no cumplimiento. La pasividad venezolana me molesta.
―¿Cuál es el pintor que más le gusta?
―El que es excelente.
―Sus amigos han sido presidentes. ¿No es una gran ventaja?
―Los presidentes son amigos míos, algunos más, algunos menos: generacionalmente somos amigos. Luis Herrera, Carlos Andrés… al doctor Caldera lo conozco de toda la vida. Haber vivido muchos años significa haber conocido a mucha gente y si eres reportero 53 años imagínate a quién no conoces.
―Si los presidentes fueran obras de arte ¿a cuál de ellos compraría para el museo?
―Es que no son obras de arte. No compraría a ninguno y sería malo el presidente que se deje comprar. A lo mejor alguno se deja, y quiere que lo pongan en un marco dorado. Ellos tienen muchos marcos.
―¿Está decepcionada con alguno?
―No, porque nunca me he encantado con ninguno de ellos.
―¿Ha sido política?
―Yo soy un animal político pero jamás he estado en ningún partido. Por ser muy disciplinada no podría soportar la aparente disciplina de un partido…
La primera en todo
El fotógrafo Fernando Sánchez ha comenzado a moverse con cautela de un lado a otro y Sofía Ímber se da cuenta de que el hombre anda buscando un ángulo diferente. El flash la bombardea y ella permanece sin embargo impasible, hablando sin perder el hilo. Hace poco atracaron la peluquería donde se peina y al día siguiente del atraco se apareció a cumplir con su cita allí. Ella sostiene que nada hace cambiar su ritmo de trabajo ni las diligencias de su existir.
―¿Es judía practicante?
―No, absolutamente. Me gustaría mucho… es tan cómodo creer, pero no creo. El que no cree tiene que establecerse reglas muy rigurosas y éticas para estar bien consigo mismo. Es mucho más difícil cumplir esas reglas que rezar diez avemarías cuando se peca. Soy muy respetuosa de las creencias de los demás, respeto mucho a la gente que cree, pero yo no he podido.
―Va usted a la ceremonia del Premio Nobel como invitada, ¿es eso cierto?
―Sí: es una fiesta muy codiciada. Creo que soy la primera venezolana que invitan.
―¿Le motiva ser la primera en algo?
―Ser la primera no significa nada. Fui la primera mujer directora de un museo; mi hermana fue la primera que se graduó de médico. Fui la primera mujer que entró a un café en Colombia y la primera que escribió sobre el divorcio en el país.
A estas alturas se queda mirando al fotógrafo y a continuación le dice , iluminada por el flash:
―Pero bueno, chico: ¡ya está!
Nada interrumpe su agenda
Unos la detestan y otros la quieren, como ocurre con cualquier persona, pero nadie trata de quitarle el mérito de haber levantado un museo como el Maccsi, que figura entre los más completos e interesantes del mundo. Ha sido como un milagro que una institución latinoamericana tenga obras de artistas transcendentales que se han escapado de tantas manos interesadas.
Es una mujer que representa el batallar y el coraje de un siglo que termina. También tiene a su favor el hecho de que jamás se ha desplazado por un camino ancho: su caminar lo realiza permanentemente encima de la línea divisoria que separa el triunfo y la derrota, la paz y la guerra, la riqueza y la pobreza, la tragedia y la felicidad, la grandeza y el derrumbe.
Es una mujer que ha reporteado muchos años y ha estado metida en el periodismo toda la vida. Opina que las páginas culturales deben mejorarse todos los días y complementa esa posición suya añadiendo: “un periódico debe ser culto desde su primer título. Hasta las páginas amarillas deben ser realizadas con cultura”.
Duerme poco y casi todas las mañanas se va a caminar a El Ávila. Quienes la han acompañado en esta costumbre aseguran que sube sin mostrar cansancio. Antes de acostarse lee narrativa, poesía, filosofía y se enfrasca en la revisión de los diarios, aunque en la mañana los haya leído un poco.
Le gusta comer arepa caliente con tomates y queso blanco derretido. Duerme de doce y media de la noche a cuatro de la madrugada. A las cinco de la mañana llega el instructor de gimnasia: hace pesas dos veces por semana. Comenta que hacer pesas es muy divertido. “La gente me dice cuando estoy subiendo El Ávila que descanse, que repose y no: yo sigo, sigo y sigo sin cansarme”, comenta. Cree que las pesas ayudan para tener esa resistencia.
Su agenda diaria es inalterable, pero en definitiva los momentos que más disfruta es cuando se encuentra a solas y puede meditar.
“Siempre estoy sola: creo que la soledad es la cosa más difícil y más hermosa que se pueda adquirir. Cuando adquieres eso es un gran bien. No significa que sea grato, pero es que lo grato y lo fácil no me gustan”.
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(Esta entrevista fue publicada originalmente el 4 de diciembre de 1996, en el diario El Universal).
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