La primera parte de este artículo, publicada el jueves pasado, tuvo la misión de sopesar el libro como signo e indicar su relación con una erótica de la lectura. Asimismo, buscó discernir el producto editorial del producto creativo sin desestimar las bondades de uno u otro. El contexto propicio para hacerlo fueron las coincidencias y digresiones entre el diseño y el arte. En esta entrega, segunda parte, el propósito es ofrecer unas primeras ideas sobre el libro de artista como metáfora y señalar algunas categorías. Las cuales, claro está, son provisionales y arbitrarias pues tratan de describir un fenómeno que está en pleno desplazamiento en la cultura. Semejante ejercicio proviene de un extraordinario intercambio de ideas con el maestro Víctor Hugo Irazábal, a quien debo buena parte de este breve texto.
Metáfora
El diseño editorial y el libro-arte realizan síntesis provocadoras de historias, ideas o contextos vastos y complejos. Lo hacen en la portada, la diagramación, los materiales, las normas y la ruptura de las normas. El libro, en su función metafórica, es una invitación al juego, al deseo y la duda. Cuando un lector halla un libro en un anaquel y lo toma entre sus manos, la potencia metafórica debe estremecerlo. Lo propio ocurre cuando el libro deviene, gracias a la manipulación prodigiosa de una mente creativa, en un objeto de arte. El encuentro con él es una invitación al laberinto, un guiño a la desorientación.
El libro de artista no tiene la misión de explicar una teoría, narrar una historia o fijar las ideas de quien lo hizo, aunque en su estructura ocurra alguna de estas tres cosas. Está hecho para provocar, empujar e incluso molestar. Unas veces a quienes se aproximan a él, otras al artista mismo si se trata de su propia libreta de bocetos. Los libros de artista son metáforas que surgen de otras metáforas. Son eventos creativos provenientes de espacios y artículos anteriormente pensados para la comunicación masiva. Si seguimos las ideas de Monroe Beardsley, podemos afirmar que se trata de poemas en miniatura cuyo origen es una historia, un ensayo o una teoría ya existente.
Categorías
Si bien las síntesis provocadoras de un libro de artista pueden ser infinitas –como sus fuentes–, es posible reconocer al menos cuatro categorías donde pueden agruparse:
1. Libros de artista, libretas de bocetos y cuadernos de apuntes o reflexiones. Son un espacio definido por el esfuerzo y la reflexión. La duda, la investigación, la prueba y lo provisional llenan sus páginas. Exponen el testimonio del goce creativo y, a la vez, la memoria de los instantes críticos. Relacionan la introspección con la exploración del mundo exterior. Están llenos de ideas incompletas y proyectos sin terminar. Son utensilios de trabajo. En ellos hay reflexiones, registro de imágenes, bocetos, pruebas de color, fragmentos de materiales e ideas de propuestas futuras. Anuncian obras por venir. Quizá se convierten en sí mismos una obra o no llegan a ningún destino. Su carácter provisional es paradójico pues termina siendo definitivo. En este tipo de libros lo fundamental es la evidencia de un proceso. Algunos fotolibros pueden ser ubicados aquí. También ciertas novelas gráficas de corto tiraje, algún tipo de fanzines y las libretas empastadas.
2. Libros alterados. Pueden ubicarse aquí los libros impresos que, luego de ser apropiados e intervenidos por el artista, devienen en una nueva pieza. El manuscrito y el diseño inicial –no importa su contenido de origen– se expanden hacia otros significados, otras interpretaciones. El libro pasa de ser un ejemplar consumado en procesos editoriales, un producto cerrado, a convertirse en una obra abierta en el sentido que Umberto Eco le da a este término. Son libros cuya base material y conceptual es subvertida por el artista, sin desechar por completo la impresión original. Nada se desdibuja definitivamente, nada desaparece para siempre: todo es transformado. El artista genera una metáfora que apunta a un nuevo significado.
3. El libro como material. Aquí el libro es soporte o materia prima para el diseño de una propuesta creativa capaz de alejarlo por completo de su función inicial. Sin embargo, no se trata de una negación a la forma del libro. El propósito no es suprimirlo, hacerlo irreconocible o destruir su esencia. El asunto es utilizarlo como materia de una propuesta distinta: una instalación, una estructura arquitectónica, un proyecto pictórico o escultórico, o bien un diseño utilitario entre muchas otras opciones. El artista genera una nueva forma, un artificio novedoso: realiza conexiones distintas y alianzas insólitas con las propiedades de la materia original. Es un producto creativo diferente pero que no borra u olvida el sentido formal del libro.
4. El libro objeto. El intelectual búlgaro Tzvetan Todorov explicó que el mérito de una metáfora “es proponer un principio único para explicar fenómenos múltiples”. Ese es también el mérito del libro objeto. Puede apreciarse como una obra a medio camino entre el diseño editorial y la propuesta creativa del artista. En este sentido es híbrido y promiscuo, incluso multimedia. El diseño en él es una estrategia donde son unificados los múltiples fragmentos que lo integran: textos, objetos, materiales de construcción, fluidos corporales, bytes, imágenes y otros elementos orgánicos, inorgánicos y digitales. Por su parte, las maniobras del arte provocan la crisis de esos sistemas integrados por el diseño. Entonces, no es una forma dominada por la disciplina sino un cuerpo desenfrenado ante la posibilidad de entregarse a nuevas emociones. Asimismo, es una operación cultural y tiene un vínculo estrecho con la memoria pues es el testimonio de una experiencia con la materia física de la vida.
El libro de artista en general, como metáfora, es la pequeña fábula de una relación particular entre escritura, materia y cuerpo. Al menos así podemos verlo si seguimos la idea de Giambattista Vico: “Cada metáfora así hecha viene a ser una pequeña fabulita”.
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