Me cuesta entender a la crítica de redes, afincada en Youtube. De pronto explotan unas cruzadas contra detalles de una película como Ligthyear, mientras alaban unánimemente a títulos como Monstruo Marino, con un extraño tono de condescendencia y aprobación infantil, capaz arrepentidos por el backlash de Buzz o ganados a la campaña de marketing de la nueva cinta animada de la plataforma de N grande.
El tema es discrecional y a veces depende de conflictos de interés. Se sabe, por ejemplo, que muchos de semejantes “críticos” de “contenidos”, con millones de visitas, reciben respaldo de ciertas distribuidoras para algunos lanzamientos, al tiempo que los abandonan en otras, reaccionando mal y reactivamente.
No tengo pruebas pero tampoco dudas en que el doble rasero que se aplica para pegarle a Lightyear y tratar con guante de seda a Monstruo Marino responde a una compleja red de engaños, que transcurre entre bambalinas en el mercado de la crítica, así como el medio pierde la perspectiva por sus conflictos de interés y su pertenencia a grupos económicos de presión, que hacen lobby por imponer sus agendas, en detrimento de la competencia y la búsqueda de imparcialidad.
Así que he recibido con sorpresa el respaldo de consenso hacia Sea Beast, sobre todo en la vehemente y binaria Youtube, donde influencers que hablan de “inclusividad forzada”, hoy celebran una película animada que es tan woke y marxista cultural como What if y Master of The Universe, solo que disfrazando sus argumentos populistas, de bajada de línea de izquierda Hollywood, bajo un manto de belleza y reivindicación ecológica de lo diverso, a través de una típica fábula moralista, con una niña que regaña a los adultos corruptos y conservadores, aristocráticos y monárquicos, cual Greta Thunberg en cuento para dormir a niños de padres bohemios y burgueses, que comen hamburguesas veganas y creen que Residente es un incomprendido representante de la vanguardia, cuando ya ha sido masticado por el sistema y es más inofensivo que Bad Bunny.
Vamos, que Monstruo Marino se las trae y su “mensaje” es bastante grueso, apelando a una forma de pedagogía boomer que rima con la demagogia socialista de los últimos tiempos en Latam. Imagino que le encantará a los fanáticos de Boric en Chile, a los de Petro en Colombia y a los de Podemos en España.
Empecemos porque la película es un burdo plagio de Cómo entrenar a tu dragón, que fue mejor y que sentó las bases para un tratamiento épico de auténtico rescate animado de los monstruos usados y azuzados por el poder de las pesadillas, para aterrorizarnos y controlarnos a su antojo.
Por supuesto que Disney lleva años trabajando en el tema, así como la meca con Frankestein y las bestias que realmente esconden un buen corazón. El asunto es que antes los directores confiaban en los potenciales audiovisuales de la industria, para sugerir sus ideas por medio de acciones. Por el contrario, Monstruo Marino se concibe para una audiencia a la que hay que traducirle el subtexto con un forzado discurso final como de Black Panther en la ONU o de chica «despierta» que acusa a sus mayores por mentir a diestra y siniestra.
De nuevo, el tema aquí no es la pertinencia o no del mensaje de fondo, que considero válido y oportuno, acerca de la intoxicación de la posverdad.
El tema es que se le robe el potencial que tiene el formato animado, para enseñar a los niños a pensar por su cuenta, estimulándolos a descubrir su propia conclusión, a partir de los movimientos, las acciones y las imágenes.
De modo que el notable esfuerzo de diseño de la película Sea Beast naufraga por el compromiso de adoctrinar con una monserga explicativa, más propia de un manifiesto de cancelación lefty que de un orgánico contenido, generado para despertar las neuronas de los niños.
Les comento que en los talleres de producción infantil que hice, mis profesoras me enseñaron que es contraproducente y de una calidad dudosa pasar ideas de contrabando a través de diálogos y monólogos, escritos por una mentalidad paternalista.
Los niños son inteligentes y prefieren quedarse con los aprendizajes que emanan de las fuentes narrativas de los relatos, es decir, de lo que se muestra en lugar de inocularse en su cerebro con una aguja hipodérmica.
Hay cosas que en Sea Beast funcionan solas, como las tramas de cacería, el afecto por las especies marinas, los adorables «monstricos» y la libertad que todos merecemos en estado de igualdad.
Lo que pertenece, en cambio, a un laboratorio de guionistas que quieren explotar el dólar de cristal, es hacer de la película un caballo de Troya de un manual del Buen salvaje, al buen revolucionario, que incluye desde una maniquea visión anticolonial hasta una caricatura gruesa de reyes envilecidos.
Valga acotar que el monstruo que se libera es “rojo rojito”, y que la niña llama a que lo queramos más allá de su persecución. Irónicamente, en la actualidad, los rojos del continente hacen sus purgas y cacerías contra el diferente. Pero los zurdos de Hollywood se aferran al programa de Biden, aunque los lleve por la catástrofe económica. No es un caso aislado.
A propósito del monstruo rojo de Sea Beast, hemos de recordar el mensaje de Turning Red de Pixar, meses atrás.
¿Será que hay un movimiento animado, en los estudios, para crear contenidos que induzcan a que los niños se “vuelvan rojos”?
Prefiero pensar que Gibli, con sus historias fantásticas, jamás hubiese permitido que uno de sus personajes nos lanzara una arenga al final de Totoro, diciéndonos que los gatos son animales sagrados y no hay que cazarlos.
Es evidente que Miyazaki hizo un arte que es universal, y que se entiende como metáfora por todos.
En Sea Beast no existe alegoría, porque ella se anula con su negocio y su especulación paternalista de imponer un credo, una propaganda.
Si vas a repetir mi reflexión, amigo de Youtuber que te conozco por plagiar, al menos cita la fuente. No trabajo de gratis para alimentar tu contenido.
Una pena porque amé el diseño de los monstruos de la isla y del océano, aludiendo a Moby Dick y Tiburón, que tampoco mataban el atractivo de sus parábolas con sermones de la colina en plan regaño.
Creo que el monstruo que nos acecha es del buenismo empaquetado de la agenda progre.
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