La historia de la evolución de la democracia en Venezuela y su consecuencia en el desarrollo del país es un largo viaje inconcluso que puede decantarse en un complicado tratado de provisionalidad desde el mismo 5 de Julio de 1811 con la Declaración de la Independencia. No se imaginaron Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi, redactores originales del acta, hombres de pluma y civiles de toga y birrete, que después del 7 de julio, la fecha de la aprobación definitiva del documento; se iba a establecer una temporalidad con hombres de capa, de espada y de botas, no ajustada a la intención de todos esos legisladores que manuscribieron en textualidad y puntualidad “…declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos e independientes…” Y hasta la actualidad no se ha cumplido. Ni libres, ni soberanos ni independientes. Y mucho menos desarrollados. En la larga sucesión de gobiernos militares engranados convenientemente cada cierto tiempo en encargadurías e interinatos las repúblicas han zozobrado a lo largo de 211 años en las ñapas de la libertad, en algunas dádivas de soberanía y en otros recortes de independencia para arribar nuevamente a los personalismos, a las autocracias y a las dictaduras ahora con capas retocadas constitucionalmente, con botas pulidas electoralmente y con espadas encubiertas en los derechos. Esta eventualidad solo ha sido interrumpida parcialmente por los 40 años del sistema que se estableció a partir del 23 de enero de 1958 con todos los vaivenes militares y paramilitares que lo amenazaron y cercaron hasta 1998. Fueron cuatro décadas en las que hombres de pluma, de toga y de birrete apoyaron notablemente a hombres de capa, de botas y de espada para que regresáramos al cuartel y el vivac donde –según la ambición establecida y la soberbia concertada de esos civiles de plumas, de togas y de birretes– no hemos debido de salir.
Los venezolanos somos una secuela política de la circunstancia que hemos impreso en el ADN de la nación. Francisco Rodríguez del Toro, el Marqués del Toro, abogado egresado de la Universidad Central de Venezuela y el primer comandante general del ejército de la primera república, después de firmar el acta de la independencia se fue en campaña operacional para el occidente del país a enfrentar las tropas realistas en las provincias de Maracaibo y Coro. El fracaso, estrepitosamente se convirtió en un facsímil que se proyectaría hereditariamente a lo largo de 211 años de vida republicana. Probablemente desde allí en esa cadena de aminoácidos políticos que franqueó el Marques del Toro, el bulto de proteínas políticas que circula y se priorizan para el ejercicio del poder en Venezuela con republicas, gobiernos y constituciones siempre van encabezando la marcha de aproximación, hacia el poder y el tiempo, hombres de capa, de espada y de botas respaldados por hombres de pluma, de toga y de birrete. El tiempo se ha encargado de confirmar esta replicación cromosomática del poder y la expresión hereditaria de su ejercicio.
Nada grafica mejor el camino del desarrollo que las carreteras. Los ingenieros ilustran coloquialmente que las vías de comunicación terrestres en todas partes del mundo se gestan en la punta de un machete de un soldado. A través de este se habilita inicialmente desde tiempos ancestrales el camino para la emboscada, la ruta para el emplazamiento de la pieza de artillería en el registro, selección y ocupación de las posiciones de los cañones, de los obuses y de los morteros, el rumbo a marchas forzadas a pie, a caballo o en carros, para que las unidades militares ocupen sus nuevas posiciones en la búsqueda con el contacto con el enemigo e incluso la trayectoria a través de la cual este se repliega, se retarda o inicia la retirada en plena derrota. A lo largo de todos esos itinerarios militares se van quedando cuarteles establecidos, alcabalas fijas y concentraciones urbanas después de finalizar la guerra, que luego el desarrollo convierte en el tiempo en carreteras de primer orden y autopistas de amplios canales por donde se mueve todo el desarrollo de la nación. En Venezuela, la carretera trasandina es el paso de los Andes, la Panamericana es la Campaña Admirable y la de la costa es la propia emigración a oriente. Antes de acostarse en ellas la carpeta del asfalto y el cemento, la caballería de la independencia y de las guerras civiles del siglo XIX con los civiles asimilados en el hato, en la gallera y en la pólvora a generales y coroneles; puso de primero sus cascos. Y todo eso se inició con un soldado abriendo el sendero en la punta de un machete.
En algunos episodios de la vida republicana en Venezuela, en algún momento, formamos parte de los países en vías de desarrollo, mientras disfrutábamos parcialmente de la bondad de los ingresos de la renta petrolera y en tanto sufríamos los embates corrosivos de hombres de pluma, de togas y de birretes aliados con otros hombres de capa, de botas y de espadas para aflojarle los tornillos al viaducto que nos llevaba al futuro. Hasta que la principal arteria vial que nos comunicaba directamente hacia la democracia sufrió de la caída de su principal puente hacia la constitución, la vigencia del Estado de Derecho, la independencia, la soberanía y la libertad. Y hubo la necesidad de colocar un puente provisional. Y ya ustedes saben cual la historia de los puentes provisionales en Venezuela. Se quedan ad eternum de manera conveniente en el olvido del ciudadano común.
La ruta de Venezuela hacia la democracia ha tenido políticamente un puente de guerra que comunica con la paz y la unidad de la nación desde el momento en que los 42 suscriptores del texto fundacional apuntaron su compromiso emocionado en la capilla Santa Rosa de Lima en Caracas, empeñando “nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado de nuestro honor nacional.”
Cada cierto tiempo, cuando la democracia quiere empezar a concebirse, a nacer, a dar pininos y a crecer, un Marqués del Toro, originalmente gente de pluma, de toga y de birrete se conjuran con gente de bota, de capa y de espada, y salen de campaña con todos sus arreos de combate y después de anclar en ambas orillas, entre la esperanza y la desesperanza constitucional, implosionan una parte del trayecto y luego atornillan y montan un largo puente de la provisionalidad y la transición, que acaba con los sueños del desarrollo y las luces de los venezolanos.
Así ha funcionado la provisionalidad en Venezuela desde el año 1811. Pregúntenle a Juan Germán Roscio y a Francisco Isnardi.
Vamos a continuar hablando de esto.
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