El siglo XXI pareciera que amenaza con una inmensa catástrofe biológica y política, que por supuesto, va a desembocar en la destrucción natural, económica y social de aquellas naciones que no podrán resistir por sí mismas, los embates que una alteración histórica de semejantes proporciones que un evento de tal magnitud podría desencadenar sobre la humanidad.
En tal sentido, Vladimir Putin, quien representa una mezcla de la peor ideología de izquierda y derecha, y que hemos denominado, el putinismo, tiene sus raíces sobre el estalinismo, la cual ha centrado sus violaciones de derechos humanos en el estilo neototalitario de gobernar, y con máxima represión sobre quienes representan la oposición en su país, la cual se combina con el pensamiento nazista de Adolfo Hitler, de querer llevar la expansión soñada del invasor sobre Europa, en este caso, de este a oeste, aferrado con un pensamiento de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -apoyado en Bielorrusia donde el presidente es otro autoritario- y para ello, sin importar las consecuencias de muertes en una población inocente de niños, mujeres y ancianos, comienza una guerra que además de la sangre, origina una crisis alimentaria mundial, al ser estos países importantes productores de granos y trigo -desde tiempos del llamado Holodomor, Ucrania, durante la II Guerra Mundial, fue considerada el “granero de Europa”–, lo cual ha desatado los aumentos de precios de tales productos en los niveles internacionales, y además, el hecho que Rusia sea el principal generador de energía de la región euroasiática, también ha impulsado los precios del petróleo, y en mayor medida, países como Alemania se ven muy afectados por la suspensión de importación de gas desde la nación invasora, esto como una represalia política de Rusia, por ser rechazada su acción inhumana y violatoria de la paz mundial, con sanciones financieras y comerciales acordadas por los mandatarios de las siete naciones más industrializadas del mundo, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, España, Italia y Japón, el denominado G-7.
Ante esta realidad que no solamente sacude a Europa, sino al resto del mundo, el putinismo busca sus reacomodos políticos, y en el caso de América Latina, esta ideología basada en ese concepto neototalitarista de mantenerse en el poder, bajo la premisa de seudoelecciones, con control absoluto del Poder Judicial y eliminando los contrapesos, tiene en Cuba, Nicaragua y Venezuela a tres miembros panegíricos de sus formas de pensamiento, y éstos a su vez, en vez de estrechar posiciones con sus vecinos y necesarios aliados políticos, enturbian las relaciones diplomáticas de la región, y en ese trascurrir y devenir, las diferencias ideológicas multiplican las posiciones de posibles acuerdos políticos, económicos, sociales y hasta culturales, que sujetos por las diatribas internacionales, terminan alejando a América Latina de caminos conjuntos para encontrar de manera uniforme el ansiado desarrollo y bienestar de nuestros pueblos, así como la conservación de sus inmensos recursos naturales, entre ellos, la amazonia, y vemos que en tiempos de (pos)pandemia del covid-19, según cifras emitidas de organizaciones como la FAO, el hambre se ha multiplicado en nuestro continente, y por ende, la pobreza, la miseria y la emigración.
En tal contexto, los países de América Latina, que podría considerarse como un paraíso ante cualquier hecho geopolítico, como el genocidio que está causando Rusia sobre Ucrania, deberían estar más unidos y apuntalar sus economías desde la agricultura para exportar; sin embargo, lo que vemos es que Argentina, la nación con mayor producción de alimentos en la región, está atravesando una severa crisis económica social, siendo incluso la segunda nación con mayor índice inflacionario después de Venezuela, y mientras continuamos viendo cómo aumentan las cifras de emigrantes del continente, y trágicos sucesos de fallecidos por asfixia y deshidratación dentro de camiones, o de ahogados cuando trataban de cruzar el Río Bravo, o la muerte de una madre y su hija, ambas venezolanas, cuando intentaban atravesar la selva del Darién buscando el “sueño americano” (1); y otros, pierden sus vidas caminando por el desierto de Atacama hacia el sur.
Mientras esto ocurre, y el neototalitarismo se impone en Cuba, Nicaragua y Venezuela; tenemos que Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y probablemente muy pronto Lula Da Silva en Brasil -tres críticos de Nicolás Maduro- como parte de una supuesta “izquierda” progresista, junto con Luis Lacalle Pou de Uruguay, y con tendencia de derecha, están llamados a contextualizar y liderar una nueva propuesta para América Latina que se desprenda de ideologías, y encuentre en una organización renovada, y apartada de fanatismo, un pacto que comprenda que el problema del continente debe situarse hacia una visión política de largo alcance, y que valore los recursos naturales como parte de una riqueza de toda la región y sus habitantes.
Si algo debe cambiarse en América Latina es la absurda y negada visión de que los problemas serán resueltos por una “izquierda o una derecha”. Sin una educación de alcance global, y sin equilibrios en la explotación de recursos naturales, y respeto por los derechos humanos con valoración de los sistemas democráticos en todas sus naciones, estaremos condenados al atraso, la pobreza y la emigración, como signo evidente del fracaso político, económico y social.
¿Entenderán los líderes cuál es la América Latina necesaria para nuestros pueblos?
@vivassantanaj_
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