El apoyo de Nicolás Maduro a la invasión de Vladimir Putin a Ucrania constituye una obscenidad. Ese respaldo se manifestó sin ambigüedades en la reunión sostenida por el canciller de Rusia, Sergei Lavrov, y el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Carlos Faría, en Moscú el 4 de julio, precisamente el Día de la Independencia de Estados Unidos. Para que no hubiese dudas acerca de cuáles son los socios del gobierno de Maduro en la geopolítica mundial.
Otros gobiernos de izquierda de la región, como el de Andrés Manuel López Obrador, han sido más pudorosos frente a esa agresión injustificada y bárbara. Hasta Xi Jinping, el indiscutible líder del Partido Comunista Chino, ha cuidado las formas. Ha insistido, dentro de la tradicional hipocresía de la diplomacia de ese país, en el respeto a la paz, la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional, sin manifestar de forma explícita su respaldo a la incursión militar del ejército ruso en suelo ucraniano. El señor Faría no respetó ni siquiera los formalismos. Se refirió con entusiasmo al apoyo del gobierno venezolano a la “operación especial en Ucrania”, manera cínica como el régimen de Putin se refiere a la invasión.
El multilateralismo que Hugo Chávez levantó para justificar su distanciamiento de Estados Unidos terminó por convertirlo en cómplice y socio de las dictaduras y sistemas autoritarios más oprobiosos del planeta. Esa línea ha sido mantenida por Maduro a lo largo de la infinita década que lleva gobernando. Cuando se atreve a salir de Venezuela, se dirige siempre a los pocos países que aprueban recibirlo. Todos autoritarios. En su última gira visitó Irán, Turquía, Argelia, Kuwait, Qatar y Azerbaiyán, ninguno de signo democrático. A Rusia se ha dirigido varias veces.
No puede afirmarse que el antiguo militante de la Liga Socialista, formado en la filas del comunismo cubano, guarde muchas afinidades ideológicas con el déspota ruso. Putin es un hombre de pensamiento conservador, imperialista, aliado con la ultra reaccionaria Iglesia Ortodoxa rusa, que promueve una clase de plutócratas supermillonarios, de la cual él mismo forma parte, en nada parecida a los ideales de austeridad y ascetismo que alguna vez Maduro enarboló cuando admiraba la figura del Che Guevara. Putin es un conservador de la derecha montaraz, si nos atenemos a los cánones de la teoría política convencional. Maduro, al menos es lo que pretende proyectar, se ubica en el campo de la izquierda revolucionaria. Entonces, a qué viene esa alianza tan estrecha entre dos personajes tan disímiles.
En la actualidad, a Maduro le convendría distanciarse de Putin para obtener los mayores beneficios posibles de las sanciones de Estados Unidos y Europa contra Rusia. Podría lograr que se levanten o atenúen las sanciones contra su propio gobierno, como propone Emmanuel Macron. Sin embargo, sus movimientos son ambivalentes y erráticos. La visita a Rusia de su canciller parecía innecesaria e inconveniente en las actuales circunstancias, cuando el gobierno de Joe Biden ha lanzado claros mensajes para distender las relaciones con Caracas, y cuando está muy claro que el conflicto de fondo de Rusia es con Occidente, con la OTAN y, por encima de todo, con Estados Unidos, que abandonó el aislacionismo promovido por Donald Trump y ha vuelto a asumir el liderazgo mundial que le corresponde.
Creo que la jugada de Maduro apunta hacia 2024. Me imagino que está pensando que Putin saldrá fortalecido de la invasión a Ucrania y que él, Maduro, necesitará un aliado en el tablero internacional más activo y comprometido con su régimen que los chinos, siempre tan moderados e impredecibles. Si los resultados de las elecciones previstas para aquel año le fuesen desfavorables y él, invocando fraude o cualquier otra patraña, decidiera desconocerlos y mantenerse en el poder, requeriría de una potencia militar que lo acompañe en esa aventura. Allí estaría Rusia y un Putin hipotéticamente victorioso, capaz de dar la cara en el escenario internacional.
Puede haber varias explicaciones para su comportamiento, pero no encuentro otras razones por las cuales Maduro decidió brindarle un apoyo tan animado a un Putin enfrentado a la Unión Europea y a Estados Unidos, acosado por las sanciones, con acreedores que quieren cobrarle hasta el último rublo, con una recesión económica a la vista, sin posibilidades de aumentar las inversiones en Venezuela, metido en un conflicto armado que se prolongará de forma indefinida y cada vez más aislado en el planeta.
El cicatero apoyo de Maduro a la invasión de Putin a Ucrania hay que entenderlo en el contexto de su respaldo a los oprobiosos regímenes de Cuba y Nicaragua, y en la complicidad que ha mantenido con grupos guerrilleros colombianos en Venezuela. Queda claro que la democracia no es el sistema político que más le atrae. Sus afinidades con los autoritarismos de todo el mundo deben mantenernos alertas, y convencernos de que solo recuperaremos la libertad si nos organizamos para triunfar en 2024 y hacer valer nuestra victoria.
@trinomarquezc
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