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Breves sobre hegemonía y otras alienaciones (parte final)

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“Lo que llaman república no es una forma particular de gobierno. Es lo que caracteriza el fin, el designio o el objeto por el cual conviene instituir un gobierno y para el cual este debe servir: res-pública, los negocios públicos, el bien público, o más literalmente la cosa pública. De excelente origen, esta voz remite a todo lo que debe constituir el carácter y la función del gobierno y, en este sentido, se opone naturalmente a la voz monarquía, de vil origen. Esta designa el poder arbitrario de una sola persona quien, mientras lo ejerce, no tiene más objeto que él mismo y no la res-pública”. Thomas Paine.

Germaine De Staël citada por (Kalyvas, 2005): “Si el poder de la moral no es, por así decirlo, el poder constituyente de una república, entonces la república no existe”.

El margen de la especulación puede ser muy amplio, pero corresponde hacer el esfuerzo de reducirlo, sin dejar de mencionar los distintos elementos de la hipótesis o conjetura a presentar.

Digo hipótesis o conjetura porque se trata de eso precisamente. Ensayaré explicarme, trayendo unas definiciones que creo ayudarán. “En su significado enciclopédico, una hipótesis es una ‘suposición de algo posible o imposible para sacar de ello una consecuencia’, mientras que conjetura es un ‘juicio que se forma de algo por indicios u observaciones’ (DRAE, www.rae.es), lo que anticipa, por sí mismo, una posible diferencia entre los significados de ambos términos. (Pedro M. Huerta. Universitat de València, España. «Hipótesis y conjeturas en el desarrollo del pensamiento estocástico: retos para su enseñanza y en la formación de profesores», Revista Latinoamericana de Investigación en Matemática Educativa, México, marzo 2020.)

La normalidad pone en evidencia relaciones de poder con la aquiescencia y sostenibilidad del modelo jurídico y político dentro del cual se escenifica el quehacer societario. Por lo general, en democracia la regla de la decisión mayoritaria es admitida como legítima y legal y desde luego, pacíficamente aceptada.

Podríamos decir que la base hegemónica se concilia entre las estructuras y superestructuras societarias dentro de un marco de valores ciudadanos y parámetros públicos. La hegemonía es pues, el orden complejo en el que deambula la existencia humana consciente e inconscientemente.

Algunos piensan que soy pesimista, pero más bien soy realista, respondo yo. Hay un cuadro de hegemonía que no podemos obviar rigiéndonos y dominándonos. Más que Estado, tenemos gobierno. El régimen se hizo de todos los poderes formales y no se corresponden ellos con su naturaleza y menos aún, están separados ni se controlan unos a otros. No hay por tanto institucionalidad sino una ideología de la simulación, de la impostura, de la mentira y de la posverdad. En esa cosmovisión vivimos con consecuencias fatales si no rompemos esa lámpara.

Para consagrar ese hegemón malicioso, se habla del restablecimiento de relaciones diplomáticas y consulares, económicas y políticas con el gobierno de Joe Biden. Esa es la cereza que adorna el pastel y concede entonces el “nihil obstat” faltante para que el mal se enseñoree y cual un genio resurja para retar engreído y arrogante al bien y a los valores que lo sustentan. La república y la democracia yacen cubiertas de perros muertos y purulentos, una pila de ellos las cubre a las dos.

La construcción de una hegemonía también conoce de su involución. Los cambios históricos son siempre el resultado de esa dinámica, a veces más rápido o más lento, pero, así fue y será. Se agota, se decolora, se desdibuja y pierde su esencia que no es otra que la aceptación; la adhesión es otra cosa, pero la aceptación es otro mal síntoma porque como diría mi fratelli Freddy Millán Borges, la opción para la mayoría dejó de ser la protesta y se convirtió en la evasión, en la diáspora y con muy buenas razones, además.

A veces dejamos que la mentira se imponga, por carecer del coraje para contradecirla o por no atreverse a decir lo que debe decirse. Vuelve a mi memoria aquel pasaje de Brecht, en la representación de Galileo Galilei. Truena Andrea, el discípulo, decepcionado del maestro que abjura: “¡Desgraciada es la tierra que no tiene héroes!’ Y desde el fondo, el matemático y astrólogo renegando de sí mismo y de la verdad retruca, ‘No. Desgraciada es la tierra que necesita héroes».

El denominado daño antropológico es una condición del ser social deshumanizado y desciudadanizado y es un producto de la hegemonía patológica a la que vengo haciendo mención. Nadie puede negar que a eso hemos llegado y allí hay que apuntar si queremos conformar una estrategia liberadora, una revolución genuina.

La política, hemos dicho antes y cito de nuevo a Freddy Millán Borges, es poiesis, es creación, es la rebelión del autor, del artista, del inconforme, del rebelde.

La arena con la cual hemos de construir una estrategia liberadora porque de eso se trata y no de cambiarnos nosotros por ellos, porque la hegemonía patológica no lo permite; es la de ir a la sociedad, al común, al otro, al nuestro, al de ellos, al conforme, al resignado, a compartir materialmente la verdad, la que no vemos a veces tampoco nosotros pero que otros no miran simplemente, porque están absortos en el inducido desinterés por la política, entregados, alienados, despersonalizados. Extraviados en la mediocridad de una rutina vegetativa.

La hegemonía de la castración es la propia de los totalitarismos o de los nuevos autoritarismos de corte populista. Se construye con una victoria electoral y se mantiene con la posverdad como instrumento. En el camino se desconoce la verdad, la verdadera injusticia que consiste en la discriminación y en la adulteración de la convicción, perdida la susodicha en la bruma de la supervivencia que, por lo demás, se concede al que deja de ser, de existir, pensar, sentir, libremente.

Lo vemos a menudo; el periodista que nos explica su silencia o la omisión, el que critica con mesura cuando cabe todo lo contrario, el que cohabita, comparte, convive, mimetizándose a cada momento.

La implantación de la hegemonía patológica, eficiente y crudamente, para decirlo como Bauman, licuó todas las fortalezas republicanas y democráticas, prostituyendo, prevaricando, desnaturalizando, banalizando el mal y despojándonos de espiritualidad, cosificándonos, cosificando a todos. “Lasciati ogni speranza,” recordando al Dante.

Lasalle, Gramsci y Orwell se combinan para una sentencia que bien cabe acá evocar, en el oscuro socialismo del siglo XXI:

«En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».

Resumiendo, entonces, y llamando las cosas por su nombre, hay que sacar al ciudadano que se confunde, desinfla, evapora, agotándose en una suerte de reducción de su existencia a una vita activa, como diría Arendt. Hay que conmoverlo. La energía de cualquier proceso radica en la concientización; en la asunción de su valor como persona humana digna, en su inmenso poder hoy en sueños, en su deber de trascender.

El bloque que debemos construir es la ciudadanización. Despertando al alicaído, al resentido, al indiferente, al resignado. La araña ciudadana debe volver a tejer. La universidad y el magisterio especialmente, pero los gremios, los sindicatos y colegios profesionales más claramente, los cuerpos intermedios pueden y deben ser movidos, sacudidos, de abajo para arriba.

El socialismo soviético desafió la eternidad, pero perdiendo convencimiento, emoción, persuasión, se vino abajo. Leyendo a Vaclav Havel me percato de que la reacción no es inmediata, pero no perder nunca la consciencia y en ella, el compromiso y la fe, se va creando el ambiente adecuado para ese momento estelar que ha de venir porque, con fuerza han prevalecido pero carentes, flacos, precarios, sin razón; no pueden ni van a permanecer.

El asunto es, pues, que hay que construir un bloque y de allí, cimentar una visión y aprovechar un momento, una oportunidad. Si ciudadanizamos, si nos comunicamos, si compartimos y nos reconocemos, si les dejamos su presente pasado lleno de fracasos y postulamos un porvenir, habrá un resultado histórico, un punto de inflexión, un movimiento espiritual políticamente y socialmente cósmico.

Un homo ciudadano que nos defina a todos es el proyecto estratégico para lograr una emancipación, la independencia, la redención. Hay que renovarle o reencontrarle un sentido a nuestro curso vital, hoy privado de toda derivación. La patria no se ha ido; se nos perdió en la bruma del discurso que miente, pero… sigue allí. ¡Reencontrémosla!

[email protected]

@nchittylaroche

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