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Los besos escritos no llegan a su destino

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Antes de abordar el asunto que tengo pensado para el artículo, siento la obligación de poner las cartas sobre la mesa y confesar que, de acuerdo con la clasificación que se ha inventado para ubicar a las personas conforme a su vinculación con las nuevas tecnologías (generación X, Y, Z, Alpha), yo me encuentro catalogado como predigital: aunque logro surfear con cierta dignidad en algunas plataformas, nunca se me borra la sensación de ser un intruso que proviene del escenario analógico.

Se trata de un tema que se enmarca dentro de la actual metamorfosis tecnocientífica, envuelto en muchas preguntas para las que aún no alcanzamos a tener respuestas, si bien algunos análisis muestran indicios que llaman a encender ciertas alarmas con respecto al proceso de digitalización de la vida humana.

Los niños del Silicon Valley

Me parece que nadie en su sano juicio puede voltear la cara ante los beneficios y ventajas que traen consigo las nuevas tecnologías, abriendo puertas impensables. Pero tampoco hacerse el desentendido frente a las tendencias que marcan su evolución, orientada en muchos de sus aspectos hacia un futuro poco deseable, por no decir distópico.

Poner cuidado, digo. No en balde, y lo coloco solo como un ejemplo, los hijos de los directores de las compañías identificadas como las “grandes tecnológicas” (Apple, Google y demás) asisten a la escuela para oír a sus profesores, pizarra y tiza mediante, y aprender  aritmética, lenguaje, geografía y el resto de las materias que se incluyen el pensum de la primaria. Bill Gates, el creador de Microsoft, limitó el tiempo de pantalla de sus hijos, como contó en una entrevista: “No tenemos los teléfonos en la mesa cuando estamos comiendo y no les dimos móviles hasta que cumplieron los 14 años”

“Lo que detona el aprendizaje es la emoción y son los humanos los que producen esa emoción, no las máquinas. La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, además de su capacidad de concentración”, expresó un ingeniero de la citada empresa. En la misma dirección, distintos estudios han revelado que una exposición inadecuada de los niños a las pantallas está asociada con retrasos en el desarrollo de su nivel mental, además de otros desacomodos que lo desestabilizan psicológicamente.

Como es lógico suponer, desórdenes se presentan en todos los ámbitos de la vida humana, cada uno bajo su formato particular.

Déficit de abrazos

Las tecnologías digitales han cambiado acelerada e intensamente los anteojos tras los que tanto niños como adultos miran la realidad y se vinculan unos con otros, conectándose más, pero volviéndose cada vez más individualistas y fragmentados. En otras palabras, más comunicados, pero más recluidos y abrumados por la soledad.

Ciertas investigaciones llevadas a cabo sostienen que cada vez se tiene menor contacto personal para crear vínculos y las experiencias han quedado relegadas a lo que suceda frente a la pantalla. Hay un déficit de besos, abrazos, olores.  El tacto, que resulta clave para experimentar la vida, se reduce, mientras se amplía casi infinitamente el espacio digital, según ya lo empieza a mostrar el metaverso, destapando la posibilidad de que dentro de algunos años pasemos gran parte de la existencia en el entablado virtual.

El rock star de la filosofía

Leo en un comentario sobre su libro que hoy estamos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. Que no son las cosas, sino la información, lo que determina el mundo en que vivimos, que la digitalización desmaterializa el mundo. Que, en lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos. Que los nuevos dispositivos sustituyen así a la memoria, sin violencia ni demasiado esfuerzo.

En el párrafo de arriba me refiero al último libro del coreano Byung-Chul Han, el filósofo que vende más libros en el planeta. En ciertos corrillos intelectuales se lo considera una estrella propia de la sociedad del espectáculo y se le critica cierta superficialidad, dado que no matiza debidamente sus juicios

Críticas aparte, su texto gira en torno a las cosas y las no-cosas, y pone bajo la lupa, en una entrevista “… los escollos que levanta la digitalización, a la par que recupera la magia de lo sólido y lo tangible y reflexiona sobre el silencio que se pierde en el ruido de la información”. En términos algo equivalentes se expresó hace ya unos cuantos años el intelectual polaco Zygmunt Bauman, refiriéndose a la Modernidad Líquida: “…los humanos nos hallábamos frente a la desaparición de las realidades sólidas que estructuraban nuestras vidas”. 

Las líneas precedentes son apenas el tímido esbozo de una cuestión complicada y polémica, pero alcanza, creo, para sentir aprensión por las limitaciones del traslado de los espacios de socialización físicos a los digitales. De paso, ya se comenta del tecnoestrés como una enfermedad, uno de cuyos síntomas es tener el celular a la mano (y hasta en la mano) durante las 24 horas del día.

La vuelta a la normalidad

Conforme a lo que sostienen varios especialistas, la vuelta a la normalidad tras la pandemia pudiera significar, hasta cierto punto, la reivindicación de la vida analógica, la de las experiencias reales, la del contacto humano, la de las emociones verdaderas. Uno de ellos cita a Kafka, escéptico con las cartas, quien advertía que “…los besos escritos no llegan a su destino”, una afirmación que, me parece, puede estimarse como una metáfora anticipada a los vientos que soplan durante los tiempos que nos ha correspondido vivir.

Visto lo anterior, no debe sorprender la aparición de un número mayor de estudios que sostienen que “lo físico contraataca”. Que toma cuerpo una suerte de desquite de lo analógico. Para no ir más allá de lo que este espacio permite, solo referiré como muestra el hecho de que Amazon está montando establecimientos físicos que evoquen la emoción que es imposible de transmitir vía Internet, esto es, la cercanía humana, la experiencia física, el juego con los sentidos y las emociones humanas, y en función de ello se ha dado a la tarea de abrir librerías y tiendas, propósito tras el que van orientándose negocios de distinta naturaleza, así como otros sectores (político, educativo, ambiental, deportivo, sanitario…), visto que a la digitalización nada le resulta ajeno.

En cierto grado, el retorno a lo analógico podría entenderse, igualmente, como el reclamo por un ritmo de vida más calmado, ante la aceleración dominantes en la vida cotidiana, y para que el mundo y las cosas «vuelvan a hablarnos, como escribe Chul Han.

Somos seres biológicos, que interactuamos con el mundo a través de los cinco sentidos. En consecuencia, lo que corresponde es arremangarse la camisa y trabajar por la conciliación de ambos mundos.

Harina de otro costal

En la actual edición, Venezuela, sempiterno campeón de los Juegos Bolivarianos, dueño del primer lugar durante largo tiempo, volvió a quedar (cuarta o quinta vez consecutiva) detrás de Colombia, país que duplicó al nuestro en lo que respecta al número de medallas obtenidas. En su versión actual la Generación de Oro, según la bautizó Hugo Chávez a comienzos de su gobierno, se quedó con muy poco para presumir. Al contrario, dejó ver que en lo que respecta al deporte, el gobierno es el mismo que maneja la educación, la salud, el ambiente, la economía, en fin. E hizo visible que una Yulimar Rojas no hace montaña.

 

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