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¿Será verdad tanta belleza?

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Gustavo Petro y Álvaro Uribe

Petro se las ha arreglado para recabar los apoyos partidistas necesarios; en la foto durante su reunión con Uribe | Foto EFE

No ha tardado mucho Gustavo Petro en darle la vuelta a la política colombiana. Todos apostaban y apuestan muchos aún, dentro y fuera del país, a una fractura polarizante que haría ingobernable a la segunda patria de Bolívar durante el cuatrienio de este exguerrillero presidente. Pues hay que decir que, a estas horas, las cosas van por otro camino, aunque las cosas haya que tomárselas “con un granito de sal”.

El presidente electo se las ha arreglado en dos semanas apenas para recabar los apoyos partidistas necesarios para poder legislar, asunto indispensable en un país donde no existe la cultura del gobierno por decreto y donde las instituciones están obligadas por férreas regulaciones. A pesar de que el Pacto Histórico que Petro encabeza se convirtió en la primera fuerza parlamentaria con 20 senadores y 27 representantes a la Cámara y aun sumando los congresistas de la Alianza Verde, le seguían faltando unos cuantos para la mayoría.  Pero ya ha conseguido alcanzarlo a través de los contactos fraguados en esta etapa previa a la asunción del poder.

¿Qué es lo que está jugando a favor de un individuo tan cuestionado por todos y calificado de un peligro para el país por su ideario de izquierda radical y por ser el mejor exponente del Grupo de Puebla y del Foro de Sao Paulo?

Un elemento lo configura el rasgo de moderación que exhibe en el discurso asumido desde que es presidente electo.  Su desenfadado estilo es muy diferente al de los mandatarios que lo han precedido en el poder, pero sin duda ha dado un paso adelante al querer promover “un gran acuerdo nacional”, sin el cual es evidente que no será posible sacar al buey de la barranca. Colombia se encuentra en una aciaga hora en que todo se confabula en contra de sus planes para lograr el despegue económico del país, lo que resulta ser indispensable para disponer de los recursos para poner en marcha los planes de rescate social que Petro le ha prometido a los colombianos.

Otro elemento para fraguar la concordia es que los restantes partidos políticos están viendo llegar la hora de su redefinición o de su desaparición dentro de un país en el que quienes eligieron al presidente fueron los ciudadanos de la Colombia profunda y los jóvenes que no son afectos al “establishment” político tradicional.

También debe haber intereses burocráticos en la disposición al diálogo y a la cooperación del Partido Liberal, quien se sumó a la coalición de gobierno y del Partido de la U, que aseguró que no le hará oposición a sus propuestas. Otros menos entusiastas ―o más prudentes― como el líder de los independientes, Rodolfo Hernández, y Germán Vargas Lleras de Cambio Radical han verbalizado también algún género de sintonía.

Muy diciente es el paso dado por Alvaro Uribe, la figura política más relevante del país. El expresidente fue más zamarro que todos y apenas comprometió a su partido para apoyar “los proyectos del Ejecutivo de Petro que crean que son buenos para el país”. Y hacer una “una oposición razonable a lo que considere problemático”. No ha claudicado, el líder paisa, pero ha dejado la puerta abierta al entendimiento.

¿Puede ser verdad tanta belleza? ¿Realmente la “intelligentzia” política colombiana está depositando sin cortapisas su confianza en este hombre y representa ello una nueva era para el país más prometedor del continente? Cuesta creerlo. No solo hace la falta buena fe y capacidad negociadora del lado de los radicales. Es preciso demostrar que la ruta crítica que se trazará el nuevo gobierno en estos primeros tiempos de dificultades estimulará la confianza del empresariado de dentro y de fuera del país para sumarse a la gesta renovadora y sostener con su aporte económico el rediseño social. Sin esta pieza clave no existe refundación que cambie el rumbo del deterioro que lleva el país.

Y falta aún un elemento decidor en el rompecabezas del futuro neogranadino que es el Alto Mando Militar. Poco antes de las elecciones el hoy mandatario acusó a miembros de la cúpula militar de estar aliados con el Clan del Golfo, la mayor banda de narcotraficantes del país. ¿Será que pueden los uniformados jurar lealtad y solidaridad sin pestañear a un exmiembro de la criminal insurgencia armada? Estos aún no pueden pronunciarse por el mandato constitucional que impide el posicionamiento de los militares en asuntos políticos y Petro, por su lado, guarda silencio y cuida su lenguaje mientras busca a la mujer experta en derechos humanos que estará al frente de la cartera de la Defensa.

En síntesis, queda mucho por ver y mucho más por ser debatido y digerido por la colectividad neogranadina antes del día de la toma de posesión.

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