Durante estas dos últimas décadas malditas de nuestra historia hemos dicho que el país se polarizó, se partió en dos pedazos, chavistas y antichavistas, comunistas y demócratas, tiranos y tiranizados, oligarcas y pueblo, izquierda y derecha, partidarios de la economía abierta y socialistas, y siga usted. Pero en el fondo se trata de una sola matriz conceptual. La cual es particularmente difusa, como en todo populismo. Laclau, el teórico mayor del engendro, ha señalado como verdad primigenia de este la ruptura del esquema de clases marxista sustituido por formas de cohesión de mayorías circunstanciales, muy diversas y hasta arbitrarias. Y así ha sido, sin duda, nuestro proceso, con numerosas oscilaciones. El chavismo contó en sus inicios, por ejemplo, con el apoyo de poderosos sectores empresariales, a algunos de los cuales les cortó el pescuezo al poco tiempo. También combatió una casi unanimidad de estos, enguerrillados, salvo unos crecientes nuevos ricos, la gran mayoría ladrones sin competencia. Chávez exhibió, hasta que esta se extinguió (¿?), una clase media “en positivo”, a ratos más papista que el Papa. Son indicios tomados sin rigor solo para indicar el fenómeno. Del lado de la oposición baste recordar que durante casi todo el período ha prevalecido una política frentista, en la cual han tratado de convivir desde marxistas, arrepentidos o no, hasta grandes burgueses ultraliberales, pasando por socialdemócratas y otras especies.
Pero el gobierno variopinto trató de vender siempre que ellos eran el pueblo, los pobres, no los proletarios; y los otros, los oligarcas, pitiyanquis, descendientes de Páez y Santander y habitantes del Este de Caracas. El resto, el pueblo sufrido y bueno, habitantes de barrios y siervos de terrófagos seculares, era suyo. Hasta que las encuestas comenzaron a reiterar que muy poca gente respetaba a Maduro y su banda y hasta Tibisay tuvo que ratificar la noche de las parlamentarias de 2015 que el pueblo ya no quería nada con sus depredadores. Entonces comenzó la dictadura abierta y el discurso populista se convirtió en una triste fanfarria, sustituida realmente por la prostitución de la Constitución y el asesinato vil. Pero no deja de ser un ejemplo inigualable que a las dignas y valerosas marchas de 2017 no se les permitió pasar a Libertador, a lo cual tenían todo el derecho, porque el Este ricachón era su lugar natural. Y en verdad todo se logró confinar en torno a la muy estética plaza Altamira.
Son cosas sabidas. Tan solo quiero usarlas como marco de un dato que es cada día más apabullante y dramático. Tomado además de las mejores fuentes, Encovi por ejemplo. La desigualdad ha llegado a ser en Venezuela la más aterradora del continente: si acaso 20% de los venezolanos puede llevar una vida digna y el resto sufre la pobreza, un cuarto de estos la peor de las miserias. Son los que migran despavoridos, sufren y mueren por falta de medicinas, apenas comen y están a la merced del hampa. Matice usted como quiera, pero ese paisaje inhumano será más o menos el mismo. Hasta el gobierno lo reconoce a pesar de sus payasadas demagógicas, tan solo que lo atribuye a esa inverosímil guerra económica. Y a esto sumaría el debilitamiento evidente tanto de la unidad opositora como de la cohesión del PSUV, y consecuencialmente los poco explicables fenómenos políticos que genera la fase infernal, hiperinflacionaria, de la crisis que vivimos en estos días.
La pregunta es si no será que la desigualdad impar de ricos y pobres tenderá a sustituir la más enmarañada de chavistas y antichavistas, por lo visto tan compleja y difícilmente manejable Si esto es así pudiese la historia estar conduciéndonos, tan callando como siempre, a otros parajes políticos que apenas entrevemos. Verbigracia, la tan nombrada posibilidad de una explosión popular, ¿distinguiría entre los de uno y otro bando o solo privarían los instintos de supervivencia? ¿O no se difuminarían los objetivos republicanos por los que tanto hemos abogado, por las ansias más primarias? ¿O florecerán las condiciones para otros mesías? ¿O sonarán trompetas de guerra o genocidio? Serían las formas últimas del caos. Especulo, claro.
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