“La tinta del intelectual es más santa que la sangre del mártir”. Mahoma.
“Todo lo que vive se resiste”. Clemençeau.
El vocablo ideología apareció afines del siglo XVIII, en un texto denominado “Memorias sobre la facultad de pensar” de Destutt de Tracy, referido al estudio de las ideas y sus características e implicancias y, además, la forma de su expresión.
Recibiendo a lo largo de su tránsito filológico y genealógico abordajes diversos, me permitiré tomar de la doctrina nacional y de trabajos recientes definiciones que nos ayudarán a apreciar su actual sentido y alcance. Comenzaré por el profesor y destacado constitucionalista, mi amigo y tutor de tesis doctoral Ricardo Combellas, siguiendo a Carl Friedrich: «Sistema de ideas conectado con la acción que comprende un programa y una estrategia para su actuación dirigido a cambiar o defender el orden político existente y encarnado en un partido o grupo comprometido en la lucha política”. (Ricardo Combellas, «¿Han muerto las ideologías?» Artículo de opinión. El Nacional, 20 de junio de 2022)
Por otro lado, me detuve en la lectura del excelente ensayo del también profesor y ucevista Humberto García Larralde, quién nos aclara que, “si no es liberal, la izquierda no es tal.” (El Nacional, opinión, 21 de junio de 2022) y como el título lo indica, el académico explica lo que significa el liberalismo y cómo las ideologías de la llamada izquierda lo tergiversan en sus contenidos y adulteran su significado. El bien común esta muy lejos de poder construirse sin un comienzo basado en la dignidad de la persona humana y la garantía de sus derechos, pero, el colectivismo a menudo se asume como dogma y oblitera entonces, la espontaneidad del hombre libre que deberá adherir a la incontrovertible verdad.
Una ideología de izquierda, como la hay y la hubo de derecha, se postula como proyecto a realizar y en su connatural rigidez colide con quienes, aun siendo afectos, pretenden disentir en aspectos de variada índole para mutar y verse considerados en la eventualidad, enemigos o contrarrevolucionarios, traidores y demás especies para denigrar, perseguir, anular.
La conjunción de la hegemonía con la ideología constituye el espejismo de las revoluciones y como nos recuerda el artículo de García Larralde: “El filósofo polaco Leszek Kolakowski alertaba hace unos cincuenta años, en referencia al ‘socialismo realmente existente’, que todo intento por imponer una utopía, por más bella que pareciera, termina irremediablemente en dictadura. Lleva a la fundamentación ideológica del totalitarismo, como lo expuso en su obra magna, Hannah Arendt. Descomponiéndola en sus raíces semánticas, la ideología no sería más que la lógica puesta en acción de una idea asumida previamente como verdad absoluta. Por antonomasia, esa idea no puede ser desmentida”.
Volviendo, encontramos al intelectual que labora a favor o en contra de las tradiciones o de las formulaciones societarias propias de su tiempo. El intelectual esculpe a menudo con el cincel y el martillo de la ideología y la sociedad se plega, cede su interpretación de la realidad, se explica el mundo a través de ese prisma y se extravía haciéndolo.
Por eso Gramsci señala al intelectual y a la hegemonía como agentes de la resistencia y del cambio, a los que hay que captar y construir para venir a la medida del cambio revolucionario.
La apuesta está servida entonces, en la mesa de la historia; pero hay y habrá siempre un forcejeo, un pulso que no por rígido el planteamiento será persuasivo y de allí que trepemos continuamente la colina del Sísifo, aunque también encontremos la fuerza para volverlo a intentar.
La revolución conocerá dos etapas entonces; la primera de subversión de un orden normativo, institucional, psicosocial, ideológico eventualmente; y como segunda fase, la de sustituirlo, en la interpretación más completa. Cabe recordar a Saint Simón: “Solo se destruye lo que se sustituye.”
La determinante económica y la función intelectual de masas asumirían entonces, una suerte pendular que va modelando entretanto, la relación entre las estructuras y aquellas otras, las superestructuras, configurando una situación social, deconstruyéndola sin embargo y, a menudo en ascuas, en procura de estabilidad, vacilante o, susceptible de un quebrantamiento circunstancial.
La hegemonía será entonces la capacidad que desde una clase social o quizás el propio Estado de influir y capturar el pensamiento legítimo para constituir una compleja sistematización societaria homogénea, un pueblo.
Una clase social se erige ante todos y logra el apoyo y la aquiescencia para los procesos que esta entienda necesarios. La ideologización comienza antes y como necesaria convicción que, no obstante sus ademanes centralistas, encuentra en otras tendencias sociales apoyo y sostén.
La cuestión meridional trajo otro concepto más. El bloque histórico que recibirá en varios de los cuadernos invocaciones que parecieran por ellas explicar el momento hegemónico en el curso histórico, pero Gramsci es marxista y no historicista como Croce y ello todavía adquiere ribetes complejos adicionales al referirse a Sorel y el limitado y no desarrollado se diría constructo que desde el francés conocíamos y que Gramsci extiende largamente.
No es una alianza pura y simple entre clases o fuerzas sociales como el movimiento obrero y los intelectuales, sino una configuración de acción, pensamiento, relaciones económicas que se cumple entre las estructuras y las superestructuras y desencadenan la energía revolucionaria y democrática, en el criterio del sardo.
El conocimiento y el pensamiento expreso de Gramsci es un rompecabezas que se va armando, integrando, completando paulatinamente. Es una suerte de ecuación en la que las incógnitas implican las unas a las otras desde el comienzo, pero se van descubriendo en el despeje. Incluso cabría preguntarse si el bloque histórico no precede a la hegemonía o si esta a su vez es más que una resultante de aquel.
En todo caso y de una vez trataremos de inferir y reconocer qué nos pasó y qué nos tiene cómo y dónde estamos en primer término. De entrada, digamos que se diluyó la convicción democrática, horadada por el ejercicio de un espíritu crítico venal e irresponsable. En él se logro echar a andar el parto de un depredador deletéreo que fue, además, desciudadanizante. La antipolítica fue ese hijo bastardo y pernicioso al que me estoy refiriendo.
El proyecto y la configuración que sentó las bases de la hegemonía chavomadurista lo ideó Norberto Ceresole y se cumplió en varias fases que contaron con una tara siempre presente en el devenir de esta siempre aprendiz de república. El caudillismo militarista o acaso el predominio de los hombres de armas, regresó con fuerza en 1992 y si bien la entidad republicana y, por cierto, en el único periodo de nuestra historia en el que rigió verdaderamente y desde 1811 pareció sobreponerse, la ambición de algunos demócratas y el giro oligárquico de los medios de comunicación la comprometieron.
Si hurgamos más profundo encontraremos al llamado Foro de Sao Paulo que se inicia pensando en integración y deviene en un programa que hoy en día alberga a más de cien partidos de distintos países que se dicen de izquierda.
Desestabilizar para encontrar el momento de forzar una ventana histórica favorable que permita acceder al poder se convirtió en una estrategia «sotto voce». Fue Hugo Chávez quién consciente e inconscientemente, luego de la intentona golpista fallida, empujó otra juntura y descubrió en el neopopulismo, el fundamento reciente de la hegemonía como proyecto y concreción.
Una república es una estructura articulada en una postura ética y en principios de libertad, igualdad, juridicidad, y, bien que mal, durante cuatro décadas se mantuvo el esfuerzo en Venezuela, se vivió el sueño, se llevó a cabo un programa. El bloque histórico que encontró su momento y asestó el golpe para constituir una suerte hegemónica se fue fraguando entre la defenestración de los valores republicanos y la legitimación del más absoluto pragmatismo.
El lumpanato, las oligarquías, los intelectuales orgánicos antagonistas por compulsión más que por convencimiento, los medios de comunicación y una mezcla de ingenuidad y de estupidez de los partidos y de las estructuras tradicionales e incluyo la sociedad civil, facilitó el arribo atípico entre carruajes y vitoreo democrático del arquitecto de la nueva hegemonía.
Este miércoles pasado, Antonio de la Cruz publicó en El Nacional un artículo titulado “La franquicia del bolivarianismo abre en Colombia” y explica la significación de una estrategia posible con el arribo de Petro a la presidencia. Reproduzco tres párrafos del ensayo, in comento, que vienen a la medida de la meditación que adelantamos: “El domingo 19 de junio, en Colombia, el triunfo del Pacto Histórico con Gustavo Petro para la presidencia abrió en el país andino la franquicia política del bolivarianismo que es una marca del foro de Sao Paulo.
«El éxito de la franquicia es que la toma del poder se da a través de elecciones libres, justas y competitivas -una característica de la democracia-; y una vez instalado se implantan los mecanismos para no dejarlo.
«El modelo bolivariano de «negocio» consiste en un proceso electoral confiable; un nuevo poder económico y poder popular; un nuevo Estado centrado en una supuesta justicia social; y un control social del pueblo y medios de comunicación.”
Certero el comentario; salvo que no es el bolivarianismo, aunque se disfrace con ese rótulo. Es el chavismo y acaso, el madurismo, para mencionar su epígono y sucesor; quien o quienes ejercitaron ese neopopulismo, cuya implantación se logra, como lo evidencian las prácticas venezolanas y nicaragüenses, desrepublicanizando, desconstitucionalizando, militarizando y forzando un giro típicamente ideologizante.
Claro que cada situación suscita una dinámica propia y no hay una copia calcada ni de aquí ni de allá, empero, lo esencial se cumple como lo hemos descrito.
Ante esa pintura, ese modelo, esa fragua es menester reaccionar. No obstante, hay que advertir que no es con la misma conducta ni el mismo discurso porque no tenemos la misma sociedad que más bien se exhibe desfigurada, desvencijada, dislocada, desencajada. Esa hegemonía patológica, construida a partir de esa coyuntura antipolítica y esas alianzas dentro de un bloque histórico que se cimenta en el abandono de los valores democráticos y en la engañifa demagoga, es menester desplazarla, disolverla, vaciarla de sus convicciones y pretensiones, pero, ¿cómo?
El último capítulo de esta cavilación y por razones de espacio esperará la semana que viene, Dios mediante.
[email protected], @nchittylaroche
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