“Las golondrinas son los pájaros vestidos de etiqueta” (Ramón Gómez de la Serna)
Aburrido como estaba yo aquel día, cogí mi smartphone, busqué el icono de YouTube y nada más entrar vi una galería de videos dispuestos en vertical en el lado derecho de la web. Me llamó la atención el pie de foto (en este caso, pie de video) “El mejor discurso jamás escrito”. Me paré un instante. Dado que me gusta la oratoria supuse que allí hallaría una larga alocución en defensa del amor, el compromiso y la fidelidad. El cuadro de imagen congelada era una pareja muy bien vestida en un salón. Casi con seguridad se trataría de una ceremonia nupcial ya que los dos protagonistas eran un hombre y una mujer. Ella iba vestida de novia y él llevaba puesto un traje de etiqueta.
En segundos me dije: “Voy a escuchar anécdotas de esas que te dejan pensando, una lección de vida impresionante y, por encima de todas las cosas, seguramente disfrute de la retórica más elegante de todos los tiempos”. El caso es que puse el dedo sobre el botón “play” y lo presioné. De una mesa cercana a los novios veo ponerse en pie a un hombre de cuarenta y tantos años, vestido para la ocasión. El discurso va a ser suyo, según parece. En el video, grabado íntegramente en inglés, hay subtítulos que anuncian que él es el padrino. Los asistentes al evento le aplauden y esperan, como yo, a que dé su discurso. No obstante, el padrino hace un movimiento de cintura, se gira hacia un lado bruscamente, avanza y esquiva dos o tres mesas de invitados, tropieza con unas sillas y busca apurado la puerta principal por la que sale corriendo al exterior. Nadie entiende nada. Yo pensé que se ausentaba con esa prisa por una imperiosa necesidad de ir al aseo. Vamos, que había tomado algo que le hizo efecto y tenía que estar solo. Se oye a uno decir “se va, se va”. Con la esperanza de que aquello no acabe mal, yo permanezco en “stand-by” (a la espera). Solo quería escuchar un bonito discurso.
El hombre ha huido, en cierto modo, del comedor y ya está fuera del restaurante. Corre con gracia. Y esto lo sé porque en ese momento, junto a los invitados, veo cómo al fondo del comedor se enciende una pantalla plana enorme que sigue las peripecias del padrino. Yo sigo perplejo. Se oye una sintonía musical de un programa típico de las islas. Cómico. Los comensales se transforman automáticamente en espectadores. Todo lo que está pasando lo ven y lo veo gracias al acompañante que graba al padrino. El corredor hace tonterías, levanta de forma extraña las rodillas mientras corre, se detiene, habla con un perrito de peluche, gesticula y bromea con bromas que conocen los novios o los invitados. El discurso va a tener que esperar, me digo. La curiosidad me puede. Algunas escenas resultan hilarantes. Muchas situaciones rozan el absurdo. En el comedor los invitados se lo están pasando bien. De hecho, ya ha habido alguno que no ha sido capaz de evitar coger su “smartphone” y ponerse a grabar la grabación de la pantalla de televisión. Me dije a mí mismo que parecíamos tontos, que no sabíamos vivir.
En fin, el padrino llega a su casa, recoge el discurso anotado en una libreta y vuelve a toda prisa al salón de bodas. Los invitados y los novios le ven acercarse a través de la pantalla virtual. En un instante se funde esa imagen grabada con el momento presente del padrino olvidadizo a quien todos aplauden. No hubo discurso.
Al final me prometí a mí mismo no caer en el error de arruinar los recuerdos. Me prometí no intentar atrapar la memoria de la vida sin vivirla en el momento. Quiero sentir la nostalgia pura.
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