La figura política de Gustavo Petro, el presidente electo de Colombia, no es estática.
En 40 años de carrera, el exguerrillero y senador ha ido moderando sus posiciones políticas, hasta el punto de que, por ejemplo, en esta campaña juró ante una notaría que no expropiaría propiedades durante su mandato.
Su ascenso como dirigente se dio gracias a animosas denuncias y debates en el Congreso en contra de la política tradicional, la corrupción y el vínculo del Estado con el paramilitarismo.
En el 2011, su llegada a la alcaldía de Bogotá se debió, en parte, a sus denuncias en contra del alcalde Samuel Moreno, que además era de su partido, por corrupción.
Pero ahora Petro llegó a la presidencia con formas y estrategias típicas de la política tradicional que tanto criticó: no solo se rodeó de dirigentes cuestionados, sino que hizo acercamientos con partidos tradicionales y clientelistas.
Hasta con simpatizantes de su enemigo histórico, Álvaro Uribe, hizo acercamientos.
La transformación del perfil político de Petro puede ser vista como un proceso de moderación o evolución ideológica. Pero también como oportunismo.
El historiador, político y estratega electoral Daniel García-Peña conoce a Petro de cerca y de lejos.
Fue uno de sus más cercanos asesores antes y durante la alcaldía, hasta que terminó aislado. «Un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota», escribió en su famosa carta de renuncia.
Desde entonces, García-Peña ha seguido la evolución del presidente electo como columnista, profesor y director de una ONG, Planeta Paz.
Para entender la evolución política de Petro, y comparar al político de la alcaldía con el que llega a la presidencia, entrevistamos a García-Peña en su casa del centro de Bogotá.
¿Qué se ha mantenido y qué ha cambiado en Petro en sus 40 años de carrera política?
Ha habido una consistencia en querer cambiar el país, generar procesos de participación desde abajo hacia arriba, democratizar.
El M19 tenía esa visión. Surge como guerrilla precisamente por un proceso electoral fraudulento en 1970. Tenía una visión nacionalista y democrática que, en Petro, no ha cambiado.
Lo que ha cambiado son las circunstancias. Y él ha tenido la capacidad de moldearse según cada momento. Los sabe leer y sabe aprender, porque no son pocos los momentos de crisis que ha tenido.
Tanto él como su entorno han ido cambiando, pero ha mantenido esa voluntad por romper con los moldes.
Ese cambio puede ser genuino, de alguien que aprendió y creció políticamente, o puramente oportunista, de alguien que solo quiere encajar en ciertos momentos. ¿Cómo hace uno para diferenciar entre ambos?
Ahí está la cosa. No sé. Entre otras porque es un juicio moral muy subjetivo.
Petro siempre se ha lanzado por partidos distintos, y ha contado con equipos muy distintos.
Y no es necesariamente que pelee con sus equipos, sino que son decisiones políticas.
Tener hoy en su entorno a Armando Benedetti y a Roy Barreras (políticos tradicionales, que fueron uribistas), que son la antítesis de lo que era Petro antes, es una búsqueda por conquistar el poder.
Muchos lo pueden interpretar como una faceta utilitarista.
Claro, el todo vale y el fin justifica los medios. Dicen que la política tiene que ser así, pero yo no estoy tan seguro.
La campaña que hicimos con Petro para la alcaldía no fue así, y él fue el primero que se negó a jugar sucio contra el enemigo: decía que nuestra campaña debía ser sobre lo positivo y lo constructivo.
Pero, independientemente de las formas, Petro ha tenido la capacidad de entender los momentos políticos, de sintonizarse con el país.
Esta vez el país quería algo distinto y él, así como Rodolfo Hernández, lo interpretó muy bien y por eso ganó.
Yo sí creo que las derrotas le sirvieron para replantearse cosas y evolucionar ideológicamente. Yo no sé si sea cuestión de que antes era radical y ahora moderado, aunque creo que hay algo de eso, pero también hay algo de realismo y pragmatismo.
Y la política es eso: el que gana no es el que tenga las mejores propuestas ni el que tenga la razón, sino el que conecte con la gente.
La pregunta es si era necesario aliarse con la política tradicional para ganar.
No lo sé. Porque también es cierto que un acercamiento, digamos, con el expresidente César Gaviria, puede ir en contra del perfil político de Petro durante la campaña, pero durante el gobierno es apenas normal que lo haga en busca de gobernabilidad.
Es decir: una cosa son las fronteras de lo ético en campaña, y otra es la realidad de la política cuando se está gobernando.
Y yo siento -aunque, claro, eso nunca lo sabremos- que Petro habría podido ganar sin tener que ser politiquero. Recuerde que de ese acuerdo con César Gaviria lo salvó Francia Márquez, que se opuso públicamente, y luego resultó que Francia fue clave en la victoria.
Entonces yo creo que fue más lo que lo perjudicó que lo que lo ayudó esta alianza con la política tradicional.
Y ese pragmatismo, en la alcaldía, ¿no estaba? ¿Primaba la ideología?
Así es, todo el que se le oponía era visto como mafioso. Se peleó con todo el mundo: con el de la salud, con los de los toros, con los de las basuras.
Entonces en eso yo creo que sí ha evolucionado para bien. Es más realista.
¿Cómo se explica que haya una suerte de consenso de que la Alcaldía fue un desastre pero Petro, aun así, siga ganando en Bogotá elección tras elección?
Es que uno tiene que ver cómo mide el éxito o el fracaso, porque si uno mira las promesas y los resultados, sí fue un fracaso: no cumplió la mayoría de las propuestas.
Lo de las viviendas populares no se hicieron todas, los jardines infantiles hicieron menos de los que dijo, y el tema de las basuras fue un caos.
Pero también mejoró la cobertura de la educación, la salud preventiva, la alimentación de los niños en escuelas, los hogares para adictos.
Pero la respuesta a la pregunta es que, por un lado, la institucionalidad de Bogotá impidió que la ciudad entrara en caos. Además, quizá por la falta de ejecución, Petro dejó una cantidad de plata en las arcas.
Pero, también: Bogotá es una ciudad muy alternativa, muy independiente, muy antiuribista.
Y se añade el hecho de que lo destituyeron de manera injusta, y que él dice que no lo dejaron gobernar, y en eso tiene algo de razón.
También es verdad que fue el primero que les paró bolas a los sectores populares. Bajó las tarifas de Transmilenio y aunque eso fue un desastre para el sistema, marcó a mucha gente.
Muchos atribuyen el supuesto caos de la alcaldía a su personalidad: que es arrogante, terco. ¿Eso puede pasar en la presidencia?
En la presidencia es más difícil que pueda ser terco, porque la dimensión del cargo es mucho mayor a la de la alcaldía.
Pero también creo que el tipo ha aprendido del pasado, o pues eso es lo que uno ve.
Petro quiere quedar en la historia, y yo creo que esa búsqueda lo puede llevar al pragmatismo y bajarle dos puntos al volumen.
Él tiene claro que no puede ser un Maduro, que tiene que ser un Lula, o un Boric. Él sabe que para quedar en la historia tiene que lidiar con la complejidad de la diversidad política.
Y así fue su campaña y su discurso del domingo: sobre el acuerdo nacional, la concertación, el diálogo con la oposición.
¿Cree que el poder fue lo que cambió a Petro?
El poder transforma a la gente para bien o para mal.
Juan Manuel Santos llegó al poder como el uribista, el mismo de siempre, el implacable ministro de Defensa, pero hizo un gobierno histórico, relevante, que hasta Nobel le dio.
De pronto Petro puede ir un poco en esa línea. Porque bruto no es. Y para quedar en la historia tiene que hacer una buena presidencia.
¿Entonces a Petro cómo lo cambió el poder en la alcaldía?
En ese momento lo cambió para mal, porque antes de eso era un tipo muy abierto, un gran compañero de tertulia, de discusiones políticas muy interesantes y constructivas e innovadoras.
Pero cuando llegó a la Alcaldía le cambió todo y le creció la paranoia y se volvió muy difícil.
Pero si el poder de la alcaldía lo cambió para mal, el poder de ser el jefe de la oposición estos últimos seis años lo cambió para bien, porque supo leer el país y entendió que necesita concertar y que si alguien tienen una propuesta, no importa quién sea, lo tiene que escuchar.
Si en la alcaldía le costó tanto ser terco, en la presidencia le puede costar mucho más. Por eso creo que el Petro de la alcaldía es distinto al Petro de la presidencia, pero, claro, habrá que ver, porque depende mucho de cómo se rodea.
El ejercicio del Pacto Histórico mostró que, por muy mesiánico que sea, Petro no puede solo. Y que traer gente diferente le conviene.
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