Si entendemos por capital social la calidad de las relaciones entre las personas de una comunidad, la densidad de su tejido social, la confianza hacia los demás y hacia las instituciones, y si estamos convencidos que esto es fundamental para el desarrollo sostenible e integral, es larga la tarea que tenemos los venezolanos.
En efecto, las comunidades y naciones que tienen un elevado índice de desarrollo humano o de progreso social, o en cualquier otro indicador de esta naturaleza, se caracterizan por que sus habitantes se respetan unos a otros, participan en organizaciones civiles de diverso tipo, realizan trabajo comunitario y existe un clima general de confianza hacia los demás y sobre todo hacia las demás organizaciones e instituciones, sean públicas o privadas, económicas o culturales, religiosas o laicas.
Son muchas las evidencias de esta realidad y diversos autores lo han demostrado, entre ellos Adam Smith, Gunnar Myrdal, Robert Putnam, James Coleman, Douglas North, Francis Fukuyama, Adela Cortina, Bernardo Kliksberg, Amartya Sen, Elinor Ostrom, Daron Acemoglu y James A. Robinson entre muchos otros. Donde existe una alta densidad de capital social, existe una mejor calidad de vida.
El primer síntoma de que en un lugar existe elevado capital social es la palabra y las conversaciones. Si la gente se comunica con respeto, las palabras predominantes son amables, proactivas y cordiales allí se respira un ambiente mejor que en aquellos espacios donde las palabras son soeces, tóxicas, altisonantes. Por eso la valoración de un lugar tiene mucho que ver con lo que conversa y cómo conversa, cuales son los temas que se tratan y la forma como se abordan. El lenguaje es la medida del éxito de una persona, una familia o una comunidad, en cuanto a su valoración ética.
Hay comunidades exitosas, en el sentido que gozan de calidad de vida, en países subdesarrollados, y comunidades fracasadas en países desarrollados. Y estas experiencias se viven desde pequeños lugares, como barrios y urbanizaciones, edificios residenciales e incluso familias. Con frecuencia se notan estas diferencias en sitios vecinos, entre familias. Hay comunidades tóxicas, familias tóxicas, en cambio las hay virtuosas. Esto tiene que ver con el capital social y se manifiesta de muchas maneras, la más evidente en el lenguaje.
En Venezuela existen pocos estudios o indicadores sobre estos temas, pero los que he consultado y las encuestas que circulan por allí, sobre todo para estudios políticos o empresariales, tocan uno de los temas más sensibles del capital social, como es el de la confianza. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida adelantada por la Universidad Católica Andrés Bello es una fuente valiosa para explorar la realidad venezolana en este campo.
Hace poco mis estudiantes de Desarrollo Humano Sustentable de la Universidad Valle del Momboy realizaron una investigación sobre los Objetivos del Desarrollo Sostenible y el Capital Social en varias localidades del estado Trujillo. Los resultados sobre los ODS los comenté en mi artículo anterior. Aquí les informo que en materia de capital social no puede ser más grave.
De los más de 200 encuestados casi nadie pertenece a una organización civil y muy pocos hacen trabajo voluntario en la comunidad, son de pocos amigos y no tienen interés en participación en los asuntos públicos, ni siquiera en el propio vecindario. Apenas creen en los familiares cercanos, en la gente mayor, amigos íntimos, médicos y los trabajadores de la salud, maestros y algo en los religiosos, en el piso de la credibilidad están los políticos y los funcionarios de la policía y fuerzas armadas.
Al sistema político (gobierno, partidos políticos, sindicatos), sistema judicial (juzgados, jueces) y fuerzas de seguridad casi nadie le tiene confianza, apenas la Iglesia y los empresarios aparecen, pero muy débiles.
La percepción de lo que sucede en Venezuela no es tan distante de esta que se muestra en estas comunidades andinas. En general la situación puede resumirse en una muy baja membresía de los venezolanos en organizaciones civiles, escasa participación en actividades comunitarias, muy exiguas redes de organizaciones de base y una severa crisis de confianza generalizada entre nosotros mismos, y frente a diversas instituciones. Esa es la grave situación encontrada y ese es el tamaño del desafío. Queda por poner en evidencia la calidad de la palabra y el lenguaje. Eso da miedo.
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