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Dentro del cuadro*

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Por JEAN-FRANÇOIS CHEVRIER

Un nombre común, cambur, es el origen de este conjunto de siete cuadros. Cambur designa a la banana en Venezuela, de donde proviene Mariana Bunimov. Para ella, la palabra está cargada de memoria. Designa una golosina infantil, la impronta mental de un sabor asociado a un color: un amarillo brillante que conquista todo el entorno, dando testimonio de la abundancia de la naturaleza tropical. En el taller parisino, suena como un secreto (un enigma) y un llamado de exotismo: una especie de fetiche personal. En primer lugar, Mariana Bunimov ha fijado su imagen en dos cuadros de formato medio. Su factura trémula evoca el aura tanto del nombre como de la cosa: la bien llamada «mano de cambures». En cambur, la sílaba tónica está muy marcada (más que en la pronunciación francesa). El gesto pictórico traduce, amplifica la entonación vocal de la palabra. Es el proceso de amplificación lo que ha conducido, manifiestamente, al gran formato de los siete cuadros actuales. Comenzando por La Jungla.

Este título, como el cuadro mismo, es una cita de un célebre lienzo del artista cubano Wifredo Lam (1902-1982). La Jungla no es un remake, sino la reposición (como se dice a propósito de una obra de teatro) de una imagen culta del arte del Caribe en la época del surrealismo. Lam pintó La Jungla en 1942-1943, de vuelta en Cuba, luego de haber vivido en Europa de 1923 a 1941. La Jungla pintada en París en 2022 es menos «monumental»; la composición es más aérea, la gama cromática aclarada evoca la vena decorativa de Max Ernst, otro pintor surrealista destacado. Del cuadro prínceps provienen la escansión de los grandes tallos verticales de bambú y la estructura de las formas totémicas. Un hálito burlesco ha penetrado y dispersado el espesor del sotobosque tropical. Las máscaras y demonios de Lam han sido reemplazados por dos figurinas exógenas colgadas como baratijas: un fantoche militar a la izquierda y un Papá Noel de supermercado a la derecha. Erizada, tumultuosa, la arquitectura vegetal de Lam no daba ningún fruto. La Jungla revisitada es un País de Jauja burlesco.

Volvemos a encontrar la asociación del cambur y de un motivo tomado de Lam (Maternidad, 1952) en otro cuadro, pintado justo después de La Jungla. De nuevo las formas agudas son aclaradas y suavizadas. La figura hierática de la madre y el niño se encuentra integrada a una construcción «jerárquica» más amplia. El régimen de bananas suspendido sobre la maternidad está alineado de manera aproximada sobre las dos figuras laterales, tomadas de las antiguas estatuillas mexicanas conservadas en el Museo Amparo, en México: un hombre de pie, vestido con una túnica de plumas, y una mujer arrodillada, con el busto cubierto por un largo friso geométrico. Así pues, el cuadro se presenta ostensiblemente como un montaje de citas, que fomenta una imagen amplia de la maternidad.

La apropiación y el montaje forman parte de la poética surrealista, al menos cuando el artista cede las riendas a su inconsciente y acepta seguirle a la zaga. Esto es lo que hace, con convicción, Mariana Bunimov. Cada cuadro es una composición específica, pero el montaje pone en práctica su juego de deslizamientos y asociaciones entre imágenes. En un paisaje azul de montañas, las figuras salidas de las culturas antiguas de América Central (entre las cuales hay un maravilloso Pensador de la época olmeca) forman un pueblo de divinidades dispares que responde al Parnaso de la mitología griega. Sin embargo, en un tercer cuadro esta visión de un mundo ancestral es refutada por la imagen de una refinería petrolera en el incendio del crepúsculo. La discrepancia tipológica entre un paisaje abstracto, despojado de todo punto de referencia topográfico, y una vista inspirada en una fotografía documental, manifiesta la amplitud del imaginario pictórico. El cuadro es el denominador común entre registros emocionales opuestos. Pero el pathos de la catástrofe industrial (¿ecológica?) resuena con lo que sabemos sobre la destrucción de las culturas mesoamericanas.

En el conjunto heterogéneo formado por los siete cuadros, la destrucción aparece como un factor, es decir, como un elemento (en el sentido de los cuatro elementos primordiales de la naturaleza) constitutivo del gozo pictórico. La factura decorativa es manifiesta, la destrucción está latente. Esta tensión se vuelve particularmente visible en el cuadro de los aviones. Durante mi última visita al taller, vi cómo el cielo del cuadro se cargaba de una amenaza sombría, un humor colérico: Mariana se dedicó a perturbar el ballet aéreo imaginando una tormenta atmosférica. Mientras la observaba trabajar, me acordé del famoso Pot-au-Noir, las calmas ecuatoriales: ese área meteorológica terriblemente inestable, llamada «zona de convergencia intertropical» que siempre ha aterrado a marinos y aviadores. Antoine de Saint-Exupéry la evoca en Tierra de hombres (1939).

La Jungla es, pues, el medio donde se cruzan las aventuras de la vista y de la pintura en contacto con la abundancia ambivalente de la materia (substancia y atmósfera mezcladas).

Dos cuadros de tema simple completan el conjunto. El primero representa uno de los fantoches que merodean la imaginería de lo grotesco satírico: en este caso, la caricatura de un oficial, con sus medallas de baratija, recortado muy simplemente sobre un fondo indeterminado, rosa y negro, ostensiblemente contrastado y disonante. El cuadro es una suerte de viñeta agrandada que responde, de modo sarcástico, a las figuras antiguas del gran paisaje azulado. El personaje evoca, sin duda, una imaginería infantil; sobre todo, obedece a un tipo que satura las representaciones de la cultura política en América Latina.

El segundo cuadro sugiere la actualidad de un mundo en guerra. Inspirado en una ilustración documental, figura una gran mesa redonda de negociación. El círculo, descrito por la imagen fotográfica, resulta tan vasto que es representado abstraído de todo contexto (como el oficial) y parece flotar en un gran vacío atmosférico. Este viene de la expansión del círculo, producida por el movimiento giratorio del gesto pictórico. Distinguimos las pequeñas siluetas humanas alineadas en torno a la mesa. El tema contradice en todos los puntos el de La Jungla, pero uno y otro pertenecen al repertorio del mundo globalizado. La jungla humana se encuentra reducida a un círculo vacío o a una gota vista en el microscopio, un poco enmarañada en su periferia.


*Texto traducido por Adalber Salas Hernández.

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