Fueron protagonistas del mayor escándalo político que ha vivido Estados Unidos en el último medio siglo, pero sus nombres quedaron al borde del olvido, arrastrados por la vorágine que significó la caída del presidente Richard Nixon.
Ese era un desenlace que probablemente ninguno de ellos habría imaginado aquella madrugada del 17 de junio de 1972, cuando la policía les detuvo por haber ingresado sin autorización en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, ubicado en el complejo de edificios Watergate en Washington D.C.
Al día siguiente, la prensa informaría que cinco hombres habían sido detenidos en esas oficinas y que estaban siendo imputados por robo en segundo grado, por lo que inicialmente fueron conocidos como los «ladrones del Watergate».
Cuatro de ellos tenían fuertes vínculos con Cuba: Bernard Barker, Eugenio Martínez y Virgilio González habían nacido en la isla y se habían exiliado en Estados Unidos, mientras que Frank Sturgis era un estadounidense que durante décadas había participado en operaciones encubiertas, primero a favor y luego en contra de Fidel Castro.
El quinto, James W. McCord, era un experto en intercepciones electrónicas que había trabajado para la CIA y que entonces era el coordinador de seguridad del equipo de campaña de Nixon.
Luego quedaría claro que, más que ladrones, eran una suerte de espías contratados para obtener información que permitiera perjudicar la candidatura presidencial del aspirante del Partido Demócrata, George McGovern, rival de Nixon en su carrera hacia la reelección en la Casa Blanca.
Pero ¿cómo cuatro personas vinculadas al exilio cubano en Miami terminaron siendo figuras centrales en el escándalo de Watergate?
Todo comenzó en Bahía de Cochinos.
Exiliados y exagentes de la CIA
«Si sigues siendo el hombre que yo conocí, ven a verme», decía la nota que Bernard Barker encontró junto a la puerta de su casa.
Estaba firmada por E. Howard Hunt, quien a inicios de la década de 1960 había sido el principal interlocutor del gobierno de Kennedy ante la comunidad cubana exiliada en Miami y responsable político de la CIA durante la organización de la invasión de Bahía de Cochinos. Barker había sido su mano derecha.
Era 17 de abril de 1971. Se cumplía el décimo aniversario de esa fallida operación y Barker acudió junto a Eugenio Martínez a reunirse con Hunt. Se encontraron junto al monumento levantado en la Pequeña Habana de Miami en memoria de los caídos en esa invasión y luego fueron a comer.
Entonces, Hunt les contó que se había retirado de la CIA y que ahora trabajaba en un empresa de relaciones públicas en Washington. «Hablamos de la liberación de Cuba y él nos aseguró que ‘todo ese asunto no había terminado’ (…) Dijo que se quería encontrar con la gente de antes. Era un buen síntoma. Nosotros no creíamos que él había venido a Miami por nada», contó Martínez sobre ese encuentro en un artículo publicado en 1974 en Harper’s Magazine.
Conocido como «Musculito» por su fuerte complexión física, Martínez era el único de los tres que seguía en nómina de la CIA, aunque esto solamente se supo después de que estalló el escándalo de Watergate.
Nacido en Artemisa, en la provincia de Pinar del Río, tuvo que abandonar Cuba en la década de 1950, debido a su participación en actividades en contra del gobierno de Fulgencio Batista. Regresó en 1959, pero debió volver a marcharse por su oposición al régimen castrista.
Se unió a la Brigada 2506 -el grupo de 1.500 exiliados cubanos que participaron en la invasión de Bahía de Cochinos- y luego estuvo trabajando para la CIA en operaciones especiales de infiltración en la isla, realizando más de 350 misiones de traslado por mar de personas hacia y desde la isla.
Para el momento del escándalo de Watergate, sus tareas para la inteligencia estadounidense se limitaban a informar a su oficial de contacto sobre la llegada de nuevos inmigrantes cubanos a Miami que pudieran ser de interés para la CIA, por lo que recibía un ingreso de unos US$100 mensuales.
Barker también había sido agente de la CIA hasta 1966 y tuvo un papel más prominente, tanto en la invasión de Bahía como en el caso Watergate, pues fue la pieza clave para reclutar a los otros exiliados que participaron en la incursión ilegal en la sede del Comité Nacional Demócrata.
Hijo de padre estadounidense y madre cubana, Barker creció y estudió en ambos países. Se unió a la Fuerza Aérea de EE.UU. durante la II Guerra Mundial, tripulando un bombardero B-17 que fue derribado sobre Alemania, donde pasó 18 meses como prisionero.
Al terminar la guerra regresó a La Habana, donde se unió a la policía secreta del régimen de Batista, tras cuya caída huyó a Miami, donde se unió a la CIA y ayudó a organizar la fallida invasión.
De los Papeles del Pentágono al Watergate
Poco después del encuentro en Miami, Hunt comenzó a trabajar como consultor de seguridad de la Casa Blanca.
El exagente de la CIA se había incorporado a un equipo creado a partir de la publicación de los Papeles del Pentágono, un informe que revelaba los errores y mentiras del gobierno estadounidense en la guerra de Vietnam.
Esta unidad luego sería conocida popularmente como «los plomeros» debido a que su labor era hacer frente a la «filtración» de información clasificada.
«Eduardo [Hunt] le dijo a Barker que había un trabajo, un trabajo de seguridad nacional para lidiar con un traidor de este país que había dado papeles a la Embajada rusa. Dijo que estaban formando un grupo con la CIA, el FBI y todas las agencias, y que sería dirigido desde dentro de la Casa Blanca», escribió Martínez en la revista Harper’s.
Pero, aunque aparentemente los exiliados cubanos no lo supieron sino mucho tiempo después, la misión no era un asunto de seguridad nacional ni contaba con el aval de las agencias de inteligencia de Estados Unidos, aunque Hunt utilizó un equipamiento especial -disfraces, equipos de comunicación, identificaciones falsas- que la CIA le había facilitado para otros fines.
Para esta misión, además de «Musculito», Barker reclutó a Felipe De Diego, otro exiliado cubano, veterano de Bahía de Cochinos y ex agente de la CIA que trabajaba con él en su negocio de bienes raíces en Miami.
El 3 de septiembre de 1971, los tres cubanos irrumpieron en las oficinas en Los Ángeles del doctor Lewis Fielding, psiquiatra de Daniel Ellsberg, el analista militar que había filtrado a la prensa los Papeles del Pentágono.
Aunque oficialmente su misión era buscar información para determinar si Ellsberg había pasado información a la Unión Soviética, el verdadero objetivo de la Casa Blanca era conseguir material que permitiera desprestigiar a Ellsberg. En cualquier caso, los espías salieron de allí con las manos vacías.
A inicios de mayo de 1972, Hunt movilizó a Washington a Barker junto a otros 15 exiliados cubanos con el objetivo de neutralizar una manifestación antigubernamental organizada con motivo del velorio en el Capitolio de Edgar J. Hoover, el temido exjefe del FBI.
Según contó Martínez, la protesta en la que participaban figuras reconocidas como Jane Fonda y Donald Sutherland fue efectivamente dispersada.
Al final de ese día, Hunt llevó a Barker a ver el complejo de edificios de Watergate y le anunció que allí, en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, sería su próxima operación, asegurándole que había informes de que Fidel Castro había estado enviando dinero a los demócratas.
«Ese rumor ha circulado por toda Miami. No tienes que decirme nada más al respecto», respondió Barker, según contó Hunt en su libro American Spy.
Un par de semanas antes de ser capturado por la policía la madrugada del 17 de junio de 1972 en el complejo de Watergate, el equipo de espías organizado por Hunt realizó una primera incursión exitosa en la sede del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés).
Entonces, habían tomado unas 40 fotografías de listas de donantes al partido y habían plantado algunos micrófonos en los teléfonos. Para entonces, ya se habían incorporado al equipo Virgilio González, Frank Sturgis y James McCord.
González había participado en la invasión de Bahía de Cochinos y había estado muy activo dentro de la comunidad anticastrista de Miami, donde trabajaba como cerrajero, función que también ejecutó durante el ingreso a las oficinas del DNC.
Sturgis, por su parte, era un personaje complejo. Nacido en Estados Unidos, pero muy vinculado a Cuba incluso desde antes de la revolución, durante el juicio de Watergate fue calificado como «mercenario» por parte de la Fiscalía.
«Sturgis es uno de los personajes más pintorescos de todo esto. Había peleado en Cuba y luego se había convertido en un activo de la CIA y estaba vinculado de manera muy íntima con la política cubana y la Revolución Cubana aunque, al mismo tiempo, era una especie de soldado de la fortuna», dice Garrett Graff, autor del libro «Watergate, a New History», a BBC Mundo.
Según contó Sturgis ante un comité del Congreso de EE.UU. en 1978, su vínculo con Cuba se inició en la década de 1950 cuando acordó con el expresidente de Cuba Carlos Prío -exiliado en Miami- ir a la isla para dar entrenamiento y llevar armas a la guerrilla de Fidel Castro que luchaba contra el régimen de Batista.
Estando en la isla se convirtió en informante de la CIA y, tras el triunfo de la revolución, estuvo trabajando un tiempo con Castro, pero luego se unió a los grupos anticastristas en Miami organizando operaciones encubiertas contra el régimen de la isla.
Años después de Watergate, Sturgis y Hunt fueron investigados por su supuesta posible implicación en el asesinato del presidente John F. Kennedy, un señalamiento que ambos negaron.
Condenas, indultos y renuncias
Tras su detención en el Watergate, Barker, Martínez, González y Sturgis actuaron de forma concertada. En enero de 1973 decidieron declararse culpables de los cargos que les imputaban, lo que fue interpretado como una maniobra para evitar incriminar a más personas en el caso.
Meses más tarde, fueron condenados por delitos de conspiración, hurto y violación de leyes federales sobre temas de comunicación.
Hunt y McCord siguieron una estrategia distinta, colaborando con las autoridades para conseguir penas menores.
Al final, los cuatro «plomeros» vinculados al exilio cubano cumplieron unos 15 meses de prisión cada uno.
De acuerdo con sus testimonios, durante la operación de Watergate solamente recibieron dinero para cubrir sus gastos y las «ayudas» que recibieron durante el juicio fueron dedicadas mayormente a gastos legales.
Tras salir de prisión, Barker y Sturgis comenzaron a trabajar como inspectores de Sanidad de la ciudad de Miami, Martínez se convirtió en vendedor en una tienda de autos en la Pequeña Habana, mientras que González dejó la cerrajería para laborar como mecánico de vehículos.
Solamente uno de ellos, Martínez obtuvo un perdón presidencial otorgado durante el gobierno de Ronald Reagan en 1983, lo que le permitió recuperar su derecho ciudadano al voto.
Entre decenas de involucrados en el caso, esta medida de clemencia solamente la había recibido Nixon, quien de todas formas optó por renunciar a su cargo en 1974 para evitar ser destituido a través de un impeachment.
Aunque no está claro qué motivó el indulto a Martínez, el documentalista británico Shane O’Sullivan tiene la hipótesis de que se debió a una última misión que habría realizado en 1977.
Ese año, la inteligencia cubana contactó a «Musculito» para pedirle ayuda en tender puentes con el gobierno de Jimmy Carter y este informó a la CIA y al FBI, que le dieron luz verde para actuar como doble agente y así descubrir los planes de La Habana.
¿Ladrones o «patriotas»?
Pero si no actuaron por motivos económicos, ¿qué llevó a los «plomeros cubanos» a implicarse en esta operación de espionaje del gobierno de Nixon?
Durante una comparecencia ante un comité del Congreso que investigaba el Watergate, Barker aseguró que su principal motivación había sido la idea de que si ayudaban a Hunt, posteriormente sería posible conseguir el apoyo de este y de «otros en altos cargos» para derrocar al régimen de Fidel Castro.
«El hecho de que el gobierno de Castro estaba ayudando al Partido Demócrata se había rumorado y se había dicho libremente en Miami por parte de diferentes organizaciones y personalidades en las que confío», dijo.
Esa visión de que ayudar a Hunt iba a servir para poner fin luego al castrismo en Cuba fue repetida en términos similares durante el juicio por los otros tres.
«Sigo sintiendo por mi país y por la forma como la gente sufre allá. Esa es la única razón por la que cooperé en esa situación», señaló González.
Martínez, por su parte, dijo al juez que él en Cuba había sido dueño de un hospital, de un hotel, de una fábrica de muebles y que todo eso le había sido arrebatado por la revolución castrista. «Él dinero no significa nada para nosotros», aseguró.
Mientras que Sturgis afirmó que él haría «cualquier cosa» en situaciones en las que Cuba y la «conspiración comunista» en Estados Unidos estuvieran implicados.
Pero ¿es creíble pensar que actuaron motivados por estas razones?
«Realmente creo que lo hicieron por razones patrióticas. Bernard Barker era un anticomunista acérrimo forjado en la lucha anticastrista y lo mismo podría decirse de Martínez», dice Shane O’Sullivan, autor del libro «Dirty Tricks: Nixon, Watergate, and the CIA», a BBC Mundo.
«Ellos verdaderamente tenían miedo de la influencia de Castro en George McGovern, quien era visto como muy izquierdista, y temían cuáles serían las repercusiones si el país caía en sus manos, en términos de las relaciones de Estados Unidos con Cuba y lo que eso significaría para el pueblo cubano o sus esperanzas de recuperar Cuba», agrega.
O’Sullivan considera que Hunt engañó a estos exiliados cubanos haciéndoles creer que si participaban en estas misiones de «seguridad nacional», podría haber un nuevo intento de invadir Cuba o una segunda Bahía de Cochinos.
«Eso nunca iba a ocurrir, pero él les hizo creer que si ellos ayudaban a la Casa Blanca en estas ocasiones, Nixon reactivaría entonces las operaciones para liberar Cuba», apunta.
Garret Graff coincide con esta visión.
«Es altamente creíble que los ‘ladrones cubanos’ no entendieran plenamente el propósito de la operación de Watergate. Parece que ellos pensaban que tenían motivos patrióticos cubanos para estar allí», señala.
«En los registros históricos parece bastante claro que, al menos, no todos ellos entendían que lo que estaban haciendo era ilegal y que tenían alguna creencia legítima para pensar que estaban en una operación de seguridad nacional autorizada por la Casa Blanca, hasta el momento en el que fueron arrestados, porque confiaban mucho en Howard Hunt y él trabajaba en la Casa Blanca», agrega.
Insistiendo en esa visión de que creían participar en una misión legal, los cuatro «plomeros cubanos» demandaron a la campaña de Nixon argumentando que habían sido engañados al habérseles hecho creer que actuaban con permiso del gobierno en algo que atañía a la seguridad nacional del país.
En 1977, lograron un acuerdo extrajudicial en este caso por medio del cual les pagaron US$50.000 a cada uno, lo que fue interpretado por sus abogados como una prueba de que efectivamente habían sido engañados por la Casa Blanca.
Pero si en los tribunales fueron condenados y en la prensa mundial fueron conocidos por el mundo como los «ladrones de Watergate», en la Pequeña Habana de Miami siguieron siendo vistos como patriotas cubanos.
Aunque esto, al parecer, no era suficiente para aliviar la pena de no haber logrado la liberación de la isla.
Así, en un entrevista concedida en 2009 al diario español El Mundo, Martínez expresó su frustración con lo ocurrido.
«Yo quería derribar a Castro y desgraciadamente derribé al presidente que nos estaba ayudando, a Richard Nixon», se lamentó.
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