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“El límite del amor es el perdón”

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Cuenta la historia narrada por el escritor brasileño Malba Tahan o Julio César de Mello y Souza, que Beremiz (el calculador), conocido en la obra literaria como “El hombre que calculaba” (1949),  y su compañero Hanak viajaban por el desierto en un solo camello, cuando repentinamente se cruzaron con otros hombres que discutían irritada y violentamente debido a la repartición de una herencia. Por lo que el calculador interesado en el problema se detuvo a hablar con los hombres, quienes de manera acalorada le manifestaron:

«Somos hermanos —dijo el más viejo— y recibimos, como herencia, esos 35 camellos. Según la expresa voluntad de nuestro padre debo yo recibir la mitad, mi hermano Hamed Namir una tercera parte y Harim, el más joven, una novena parte. No sabemos sin embargo, cómo dividir de esa manera 35 camellos, y a cada división que uno propone protestan los otros dos, pues la mitad de 35 es 17 y medio. ¿Cómo hallar la tercera parte y la novena parte de 35, si tampoco son exactas las divisiones?».

Pregunta: Debido a que el hombre en su concepción general, es decir varón y hembra, es muy susceptible de ser lastimado, lo que se traduce en un ego herido, orgullo golpeado o soberbia lesionada, y por tanto imposibilitar la capacidad de perdonar por sí solo: ¿Qué hizo “el hombre que calculaba” para resolver favorablemente este problema y evitar así un conflicto mayor generador de condena, rencor, animosidad…venganza? La respuesta que se traslada para la parte final de este texto expositivo (o en https://bit.ly/3xvjqTm) está inspirada y fundamentada por el Espíritu Santo, a través del arte y saber de las matemáticas y por lo que hoy en día se conoce como “la teoría de juegos colaborativos coalicionales”. Así que veamos lo que representa la “sabiduría divina” para el caso de la virtud de saber perdonar: que solo es posible con la ayuda de la Santísima Trinidad.

“El límite del amor es el perdón”

Existe algo que llama la atención, y es que cuando Jesucristo enseña el Padrenuestro solamente da la explicación a una de las peticiones y es la relacionada al perdón. Pudo explicar el “santificado sea tu nombre”, pero no lo hizo. Pudo aclarar “venga a nosotros tu reino”, pero tampoco lo hizo. Pudo haber interpretado “danos el pan nuestro de cada día”, pero nada de hacerlo. Jesús se detiene en la petición del perdón y dice: “Si perdonáis a los demás sus culpas también vuestro Padre en el cielo os perdonará” (Mateo 6, 7-15).

Sin el perdón la oración del Padrenuestro se puede convertir en palabrería, se puede reducir en simples palabras vacías, porque no nos podemos llenar del Padrenuestro sin comportarnos como hijos del único y verdadero Padre del cielo, y no nos podemos llenar del  Ave María sin parecernos a la por siempre Virgen María, “hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo”. Hay que cuidarnos de que la fe no se nos quede solamente en la boca sin llevarla a la práctica, sin llevarla a la vida cotidiana. En tanto una de las actitudes que hay que poner en práctica es el perdón. Pero, ¿cómo se vive el perdón?

Primero

El perdón no se ofrece porque el otro se merezca el perdón. Se ofrece porque tanto el ofendido como el ofensor lo necesitan. El perdón es una necesidad existencial, porque en esencia el perdón lo necesita la persona para liberarse de algo que le carcome en lo interno. La mayoría de los seres humanos cometemos un gran error,  y es guardar la rabia, recordar y guardar rencor a quien o quienes  nos han  perjudicado,  pero con ello lo único que logramos es hacernos daño a nosotros mismos. De cierto es que el tiempo que transcurre en guardar un resentimiento, es en definitiva un periodo de sufrimiento.

Por tanto, perdonar es una necesidad  personal, pero además es una necesidad del otro que ha ofendido porque requiere que se le rompan las “cadenas”: quien se ha equivocado, ha hecho daño, ha hecho sufrir,  vive encadenado… vive en una prisión. Y esa  prisión lo hace creer que lo único que sabe es hacer sufrir. Pero también existe otro argumento mucho más convincente: uno no perdona en virtud de que si la otra persona se lo merece o no, porque a la hora de la verdad ninguno nos merecíamos el perdón de Dios y sin embargo Él nos los concedió y concede  de manera misericordiosa: “Setenta veces siete” (Mateo 18, 21-22).

Segundo

El perdón es el amor verdadero. Poco ama quien poco perdona. Dios es amor porque es esencialmente amor que perdona, de hecho el perdón es el límite del amor. Uno ama hasta donde es capaz de perdonar. Quien ya no es capaz de perdonar ya no puede amar más. Quien está herido, quien está ofendido tiene todo el derecho de guardar resentimiento, pero el perdón es renunciar al desquite, desistir al resentimiento, abdicar al orgullo, denegar a la soberbia, prescindir al reproche.

El perdón lo pierde todo con tal de ganar a la otra persona. Se insiste, el límite del amor es el perdón. Si se agranda el límite del perdón se agranda el amor de Dios, pero si achica ocurre todo lo contrario. Mientras más se perdone más grande es el amor, mientras menos se perdone más pequeño es el amor. ¿Por qué Dios no se cansa de amarnos? Porque no se cansa de perdonarnos, y como no se cansa de perdonarnos no se cansa de amarnos.

Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia.

Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas” (Mateo 5, 38-42).

Tercero

El perdón implica superar algo muy propio del ser humano, la justicia terrenal. Lo que los seres humanos llamamos “justicia” es una manera muy elegante de hablar de “venganza”, porque detrás de la palabra justicia se esconde una palabra menos elegante, “venganza”. Los seres humanos no buscamos justicia, los seres humanos desde el comienzo de los tiempos buscamos venganza.

El primer código que tuvo la humanidad fue el código Hammurabi, y el código Hammurabi establecía eso que decía Jesús: “Habéis oído que se dijo” (porque eso no proviene de Dios, eso proviene de los criterios del mundo) “ojo por ojo, diente por diente” (Mateo 5, 38-42).  Démonos cuenta  que la justicia se representa con una balanza, y ¿saben por qué se representa con una balanza? Porque cuando se nos hace daño se rompe la balanza, pero cuando se aplica la “justicia”  se recupera el equilibrio. ¿Y saben por qué? Porque se cree en la venganza a través de lo que se llama “justicia” terrenal, diametralmente diferente a la justicia divina (y todo ferviente católico comprende a lo que nos referimos). “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 43-48).

Solución con “justicia” divina al conflicto de la repartición de la herencia:

«Rápidamente, Beremiz propuso una solución y explicó que podría hacer perfectamente la división para dejar a todos conformes. Anunció que todos, incluidos él mismo y su compañero Hanak, saldrían favorecidos.

―Muy sencillo -dijo Beremiz. Yo me comprometo a hacer con justicia ese reparto, más antes permítanme que una a esos 35 camellos de la herencia este espléndido animal que nos trajo aquí en buena hora.

En este punto intervino Hanak:

―¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo vamos a seguir el viaje si nos quedamos sin el camello?

―No te preocupes, Hanak -le dijo en voz baja Beremiz-. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a qué conclusión llegamos.

Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le entregué sin el menor titubeo mi bello camello, que, inmediatamente, pasó a incrementar la cáfila que debía ser repartida entre los tres herederos.

―Amigos míos, dijo, voy a hacer la división justa y exacta de los camellos, que como ahora ven son 36.

Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:

―Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 35, esto es: 17 y medio. Pues bien, recibirás la mitad de 36 y, por tanto, 18. Nada tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.

Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:

―Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 35, es decir 11 y poco más. Recibirás un tercio de 36, esto es, 12. No podrás protestar, pues también tú sales ganando en la división.

Y, por fin, dijo al más joven:

―Y tú, joven Harim Namir, según la última voluntad de tu padre, tendrías que recibir una novena parte de 35, o sea 3 camellos y parte del otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 36, o sea, 4. Tu ganancia será también notable y podrás agradecerme el resultado.

Y concluyó con la mayor seguridad:

―Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido, corresponden 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado (18+12+4) de 34 camellos. De los 36 camellos sobran por tanto dos. Uno, como saben, pertenece al Hanak, mi amigo y compañero; otro es justo que me corresponda, por haber resuelto a satisfacción de todos el complicado problema de la herencia.

―Eres inteligente, extranjero, exclamó el más viejo de los tres hermanos, y aceptamos tu división con la seguridad de que fue hecha con justicia y equidad».

Fuente: “Perspectiva Económica y Académica Contemporánea”. UNET. Años: 2018 al 2022.Pedro Morales. Postulante a Rector de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET)

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