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Fernando Alegría: «Una pasión creativa caracteriza al siglo que termina»

Narrador, ensayista, historiador, poeta, crítico literario y diplomático, Fernando Alegría (Chile, 1918-2005) fue, además, figura fundamental en la promoción de escritores de América Latina en Estados Unidos. La entrevista que sigue fue publicada el 24 de noviembre de 1982

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El soldado sube la escalera de piedra porosa sin fijarse en detalles. Su lengua sigue tocando la piel de una ciruela que se ha trabado entre dos muelas. Abre una puerta de madera negra que tiene un escudo, acostumbra sus ojos a la semioscuridad de un pasadizo y escucha un campaneo leve. Se guía por el carraspeo y penetra en la oficina. En mangas de camisa, bañado en sudor, escribe algo el presidente Salvador Allende.

El soldado dispara sin aviso, sin decir nada. La máquina de escribir parece querer levantar un vuelo absurdo con los tiros, abre alas de lata, se despaturra, el Presidente va a exclamar “mire, espere que…” levantándose, sorprendido, pero una ráfaga golpea su cuerpo de varias maneras a la vez, la sangre baja en hilos por paredes y cortinas. El cuerpo de Allende tiembla un minuto más, un largo minuto. Sus zapatos brillantes quedan torcidos bajo el escritorio.

El soldado corre con ganas de reír y llorar al mismo tiempo y va repitiendo mentalmente la mejor frase, lo que él piensa que será la mejor frase: “Permiso para informar a mi General que…”.

Probablemente no fue así como sucedió aquello, pero la mayoría de los chilenos han tratado de reconstruir la escena final. Se cambia el soldado por un policía civil, un carabinero, un capitán, un coronel, un sargento, un general, un rasgo suicida, pero siempre el efecto es el mismo: queda la sensación de que Allende murió a solas, sin compañía de partidarios, indefenso, sin comunicación con el exterior.

Esa muerte fue el principio de muchas otras, rompió la inhibición constitucional del crimen en Chile. Miles de chilenos salieron al exilio para salvar la vida y comenzar una nueva lucha.

El escritor Fernando Alegría ha perdido ya un buen porcentaje de acento chileno, pero ha ganado en seguridad, en confianza. A su modo, ha comenzado a devolver los golpes y el exiliado débil y perseguido ha pasado a ser, como otros, un chileno con fuerzas y poder. Quinientas butacas vacías lo rodean en el auditorio de la Casa de Bello.

―Mire: nomás voy al baño tantito así y vengo para que hablemos ¿eh?― promete poniéndose de pie y alejándose. Un minuto después regresa dispuesto a tocar el tema que tanto le obsesiona en estos días: la existencia de una literatura del exilio.

Una tradición

“En la historia de Latinoamérica el exilio marca el sello de una tradición política. Del exilio ha surgido una literatura específica, no solo como tema sino como condición. Ante la represión, la persecución, la cultura se une, se afianza… es uno de los fenómenos del exilio: la persecución afirma y consolida la literatura”.

Alegría habla con serenidad, sin apuros. Opina que el siglo que termina se caracteriza por una pasión creativa, por un renacimiento cultural.

“Del testimonio personal, en literatura, se ha pasado a la etapa en la cual no solo se escribe sobre expresiones del exiliado…también se ahonda en las razones: ¿por qué nos pasó?”, comenta.

Está en Caracas como invitado de la Fundación Biblioteca Ayacucho. Dice que pensaba en el volumen 100, América espera, unos instantes atrás.

“Pensaba que eso significaba también para todos nosotros que, con el nuevo siglo, esa espera de América va unida a un movimiento de liberación. La literatura latinoamericana en estos momentos es emancipadora. La plana mayor de la literatura latinoamericana está hoy en el exilio… inclusive, por la realidad social, muchos escritores valiosos están exiliados en sus propios países”.

―Hay quienes empiezan un exilio voluntario y se transforman en exiliados forzados, agrega.

Su exilio

―Los dictadores latinoamericanos han originado con sus represiones una literatura, un cine, un teatro del exilio. ¿Han sido un tanto positivos, entonces, los dictadores? Un dictador ¿es el oscuro compatriota que jamás ha leído al escritor o al poeta de su país?

Fernando Alegría sacude la cabeza para espantar una bandada de ideas ajenas a la conversación.

“No sé ―expresa― nunca vi a un estadista con libros en la mano… solo tirando un libro a una fogata”.

Luego hace el comentario de que países pequeños, sin industria editoria, han comenzado a conocer a sus autores, porque en el exilio, empresas internacionales los publican. “Hay escritores que deben esperar años para verse editados, eso es real también, pero creo que salir al extranjero es una cosa saludable”.

Hace notar que para los escritores que se quedan “exiliados en su propio país” la autocensura es un mecanismo creativo. No siente que hay diferencias sustanciales entre el autor exiliado y el que se queda: “estos años me han probado que la literatura chilena es una sola unidad esencial”.

Libertad para pensar

Fernando Alegría vive en Estados Unidos. Da clases desde hace ocho años en la Universidad de Stanford y antes lo hizo en Berkeley.

Se le pregunta: “¿Ha cambiado la actitud en el extranjero respecto al autor latinoamericano?”.

Alegría mueve la cabeza asintiendo.

“Un ejemplo magnífico ―añade― es que, por primera vez, en Estados Unidos es obligatoria, para la educación secundaria, la lectura de la obra de Pablo Neruda. Para mí las universidades norteamericanas son lugares de libertad para pensar y expresarse. Han facilitado mi obra de creador e investigador. El ambiente universitario de los grandes centros de enseñanza es un ambiente propicio para la creación. Hay una tradición de libertad de pensamiento y de cátedra en las grandes universidades norteamericanas: se respeta la opinión de derecha o izquierda y se palpa el sentido de responsabilidad y conciencia del intelectual norteamericano, respecto a lo que ocurre en Centroamérica: ellos comparten los esfuerzos de emancipación de esos pueblos”.

Luego informa que el diálogo de México, realizado el pasado septiembre entre intelectuales norteamericanos y latinoamericanos, proseguirá.

“Tendrá que darse un cambio de información y opiniones”, dice.

Se le pregunta si cree que no es bueno el intercambio de información actual y opina que hay tergiversación de noticias, “particularmente las que llegan a Latinoamérica sobre Estados Unidos. Es importante además que en Estados Unidos se escuche, directamente, a los intelectuales latinoamericanos”.

Su trabajo

Guarniciones y doncellas es la novela que se prepara a publicar dentro de poco tiempo. Dice que es “ficción autobiográfica”. Ha escrito teatro para el grupo Los Cuatro, el cual reside en Venezuela. La obra que montarán los hermanos Duvauchelle y Orieta Escámez se titula Ese y esa. Fernando Alegría manifiesta su aprecio por Los Cuatro de Chile, que hoy son sencillamente Los Cuatro. En realidad son tres nada más y definitivamente venezolanos: hasta sufren la falta de un local propio.

“Mis libros han sido traducidos al inglés, con excelente receptividad de la crítica… el New York Times ha escrito sobre mis obras. El paso de los gansos ha salido con un título distinto: La primavera chilena, que es un testimonio plural por encima de preocupaciones de carácter político… el pueblo habla de lo que aconteció en Chile en 1973”.

Alegría opina que la constante más importante de la novela latinoamericana es que conserva su discurso literario original, las raíces de la literatura nuestra, que están en las crónicas de la conquista.

“Los cronistas escribían a Europa sobre el nuevo mundo, una especie de mágica realización que se formaba delante de ellos. El discurso literario latinoamericano es la continuación de una tradición riquísima en fantasía y poesía… las cartas de Colón o de Cortés eran crónicas mágicas sobre una realidad”.

Fernando Alegría cree, solidarizándose con el título de Miranda, América espera, que Latinoamérica espera hacer del proceso de emancipación política una realidad colectiva.

En el terreno de la literatura, América Latina es un territorio emancipado gracias a la creatividad.

Ha oscurecido un poco más el auditorio donde la entrevista se efectúa. Se sabe que Alegría piensa en Chile, hay mercados enrojecidos por mesones llenos de langostas y cangrejos; el humo de las frituras se esparce entre verduras, ostras, flores, duraznos, manzanas; hay casas que parecen estaciones de ferrocarril; en los cafés se toma chocolate caliente de madrugada, se hojean los diarios llenos de fútbol; muchachas de narices respingadas pasan aprisa. Hay aún marcas de balazos en algunos edificios.

El hombre uniformado, que carga una ametralladora negra, llega sigilosamente por detrás. Fernando Alegría lo capta entra las imágenes de Santiago de Chile; un uniformado lo observa entre arboledas que dejan caer cientos de hojas en Santiago. Arboledas que se difuminan, se funden, desaparecen.

La ametralladora se mueve de sitio, Fernando Alegría no anda en mangas de camisa, no usa lentes.

El uniformado dice: “Tenga la amabilidad de bajar, que van a cerrar el auditorio”.

Escritor y periodista bajan las escaleras alfombradas. Alguno de entre todos dijo: “Vamos a buscar una copa de champaña, creo que abajo están brindando”.

Fernando Alegría repitió, sin salir de sus pensamientos: “Sí… vamos a buscar una copa de champaña”.

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