Por RAMÓN GUILLERMO AVELEDO
En este tiempo de confusión entre poderes político y económico y a nivel micro, entre participación política y negocios particulares, vale la pena mirar la figura de Pompeyo Márquéz (1922-2017), político de vocación única, total incapaz de facturar por su entrega que no excluyó sacrificios personales y familiares. Sus opiniones pueden compartirse o no, pero su vida no deja duda de una honestidad personal sin discusión.
Su nombre y su seudónimo Santos Yorme eran hace mucho una leyenda cuando lo conocí, veinteañero yo, recién fundado el Movimiento al Socialismo, cuyo proceso junto a mis compañeros de tendencia socialcristiana habíamos seguido atentamente desde antes de dividirse el PCV, por amistad con los más jóvenes. No sé por qué asocio aquel primer encuentro con una reunión en algún lugar de Maripérez, tal vez sea un truco de la memoria. En la conversación, nos contó de las represalias que su hijo, estudiante en un país del entonces llamado “Bloque Socialista”, había sufrido por causa de la actitud soviética ante la posición suya en la política venezolana. Ya esa vez me pareció que su rostro duro, característica acentuada por el mentón y el gesto en los labios, no se expresaba en su conversación de venezolano normal, sin desplantes ni agresividad. Un tipo razonable que argumentaba con respeto y escuchaba con atención. Así seguí percibiéndolo, durante una relación personal que creció a lo largo de casi cincuenta años.
Otro rasgo de Pompeyo es que nunca el actuar le sirvió de excusa para reposar en el pensar. La suya fue una actividad incesante, abierta o clandestina, en libertad o en prisión, en la calle o en la reunión, en el partido o en el Parlamento. Tampoco dejó de estudiar, reflexionar sobre la experiencia y escribir para explicar la política que defendía. Artículos, folletos, libros, documentos. Había escrito en periódicos hasta que llegó como reportero al primer Últimas Noticias, marcadamente izquierdista, incluido, aunque usted no lo crea, Óscar Yanes. Del semanario Unidad, fundado por Gustavo Machado en adelante, entre muchos medios, destacoTribuna Popular durante su militancia comunista (jefe de redacción desde su aparición en 1948) y ya en el MAS, Punto, del que fue fundador. También desde la Fundación Gual y España, de la que fue promotor y motor desde 1984. Escribe, edita, publica. Nadie puede decir que su pensamiento fuera secreto. Al contrario, en su itinerario intelectual está el mapa de su itinerario político: sus propuestas, sus aciertos y errores, sus rectificaciones, sus cambios de parecer. Evidencia queda en los dos tomazos de sus Obras escogidas entre el cuarenta y dos y el dos mil, editadas en 2001 por Catalá con el sello de El Centauro. Pero en la restante veintena que anduvo por aquí, siguió como si nada. Quieto y callado, nunca.
En su biografía, notaremos una importante actividad en relación con personalidades, partidos y movimientos de otras partes del mundo, expresión del denominado “internacionalismo proletario” en la posición ideológica que fue su signo. Aquí podremos constatar la influencia que ese contexto intelectual y político tuvo en él y las transformaciones que su lectura de sus experiencias concretas y vicisitudes fue motivando en su espíritu al que el conformismo nunca resultó cómodo.
Creo que en sus escritos, sus planteamientos políticos y sus actitudes podremos constatar una creciente valoración de la democracia política, así como un aprecio por la utilidad de las reformas avanzadas en contraste con la deficitaria relación costo-beneficio de los maximalismos revolucionarios. La convicción acerca de la esterilidad de la violencia es una conclusión de ese dilatado y duro aprendizaje.
Como dirigente político, Pompeyo no murió virgen, pues vivió la experiencia intensa, a veces satisfactoria y otras frustrante del ejercicio del poder. Y no me refiero al Legislativo, donde tuvo influyente carrera, sino al Ejecutivo, como ministro de Rafael Caldera, otro viejo luchador tenaz, como producto de una política de amplitud en el campo de alianzas en las que se cruzaron los caminos que cada uno diseñó por su lado. En el gabinete ejecutivo y en el delicado encargo de negociador con Colombia, tuvo ocasión de demostrar su patriotismo sin aguajes y su serenidad de hombre de Estado.
En sus últimos años, cuando más y mejores ocasiones tuve de compartir con él y de beneficiarme con su consejo generoso que combinaba, paradójicamente, serenidad y pasión, comprendí al sincero promotor de la unidad de los demócratas venezolanos, en una estrategia y un programa tan profundamente contrario al curso autoritario a donde empuja desde arriba la corriente de un poder con vocación hegemónica, como realista en cuanto a la visión de los medios y las oportunidades. Por sus enseñanzas, le estoy muy agradecido.
Por el testimonio de integridad que nos dio en su vida hasta el último minuto, estas líneas que expresan mi recuerdo de su figura quedan como testimonio de mi respeto hacia Pompeyo Márquez en su centenario.
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