Existe un viejo dicho que afirma que todo tiempo pasado fue mejor. Esto no es totalmente cierto y tiene mucho que ver con el hecho de que idealizamos los tiempos idos, a través de la nostalgia.
Por fortuna tenemos la tendencia a recordar más de lo bueno que de lo malo.
Pero este no es el caso de Venezuela, y hay que decirlo. Traemos a colación el tema porque desde hace muchos años se nos ha pretendido instaurar la idea de que nada de lo anterior sirvió en el país.
El discurso desde la administración que se instauró en 1999 ha sido de descalificación y satanización de todo lo que sucedió antes en nuestra historia como país. Y eso no solamente es falso, también es perverso.
Desde nuestro punto de vista, eso no tiene más propósito que justificar los enormes errores que se han cometido desde entonces en la conducción del país. Es una siniestra tozudez eso de borrar lo bueno para que no tengamos con qué comparar cuán bajo hemos caído como nación.
Sí fuimos un país en el cual era posible progresar, estudiar, hacerse de una profesión, comprar una vivienda, fundar un hogar y proveer a nuestros hijos. Sí podíamos vivir en paz, sin temor al futuro y menos aún al día a día.
Era una nación con una pobreza menor a 20%. Hoy supera 94%. Eran días en los cuales un maestro ganaba 1.700 dólares, no los 30 que gana hoy. Eran los tiempos en los cuales el valor de la divisa estadounidense fluctuó libremente por años alrededor de los 4,30 bolívares. Un precio que se mantenía estable sin necesidad de control cambiario alguno. El único factor que lo controlaba era la abundancia y estabilidad del país.
Hoy vamos por la tercera reconversión monetaria, se le han quitado catorce ceros al bolívar en trece años y aún así se sigue manteniendo muy lejos la inalcanzable promesa de mantener la inflación en un dígito por año.
Con ese bolívar pulverizado, los venezolanos tenemos que hacerle hoy frente a una economía dolarizada de facto, donde los trabajadores gastan en pasajes más de lo que ganan en sueldo.
Tuvimos abundancia. Ciertamente provenía de la renta petrolera y eso ha sido uno de nuestros mayores errores como país. Pero ese garrafal error no solamente no se ha corregido, sino que se ha profundizado.
En aquellos tiempos, el referencial intelectual venezolano, Arturo Uslar Pietri, nos advirtió mil veces sobre la urgencia de “sembrar el petróleo”, es decir, invertir en formación, infraestructura y servicios aquel fabuloso ingreso.
Que no se haya hecho es una verdad a medias. Ha podido ejecutarse mucho mejor; pero también es cierto que de aquellos años nos quedaron magníficas obras de enorme envergadura, que aún hoy prestan servicio, como la represa del Guri, el puente sobre el lago de Maracaibo o el Metro de Caracas. Obras de ese calibre no se han vuelto a ver.
Era la Venezuela del recordado “Tá barato, dame dos”, que pasó a la historia como un chiste. Sí, fuimos manirrotos y dilapidamos; pero también es cierto que fue un país que nos dio la oportunidad de viajar y conocer, donde el estudio o unas vacaciones en el exterior estaban al alcance de prácticamente todos.
Era una nación donde nuestros padres –y nosotros mismos en nuestra infancia y temprana juventud- tenían la seguridad suficiente como para disfrutar de la ciudad y del país en paseos y recorridos. Podíamos ir a la playa o la montaña, jugar o compartir con amigos en las calles, sin el toque de queda perenne que nos agobia hoy.
Y hay aspectos que se callan convenientemente. Por ejemplo, el extraordinario Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, que dio la oportunidad a miles de venezolanos de formarse en las mejores universidades del mundo.
En aquellos años produjimos una riqueza que sí permeó a la ciudadanía.
¿Hubo errores? Claro que sí. La mejor prueba es la espiral descendente en la que caímos, hasta llegar a todo lo que estamos padeciendo hoy.
Pero cuando ya vamos para un cuarto de siglo padeciendo esta mentira sistemática, es bueno que reiteremos todo lo bueno que tuvimos y se empeñan en esconder, porque ya hay generaciones que no lo vieron ni lo vivieron, y que a punta de desinformación no saben que esto existió.
La buena noticia es que una vez pudimos y eso quiere decir que podremos de nuevo. La otra buena noticia es que hemos aprendido –por las malas- a no menospreciar las cosas que hemos tenido, a cuidarlas y a agradecerlas.
Cuando regresen los buenos tiempos, que regresarán, sabremos apreciarlos y gestionarlos mejor. Sabremos apuntalar nuestra productividad con trabajo, inversión y conocimiento, para evitar volver a caer en estos ciclos adversos que arrasan con todo lo que hemos progresado.
Borrar lo bueno del pasado es una mediocre salida para intentar que no nos demos cuenta de cuán fallido es nuestro presente.
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