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Mayra Santos-Febres: “Afrodescendiente boricua y caribeña”

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Por CARLOS SANDOVAL

Licenciada en literatura por la Universidad de Puerto Rico, con máster y doctorado por la Universidad de Cornell (USA), Mayra Santos-Febres (Carolina, Puerto Rico, 1966) ha desarrollado una carrera académica y creativa que le ha valido reconocimiento internacional. Poeta, narradora y ensayista, en 1996 ganó el célebre premio internacional de cuentos Juan Rulfo con el relato «Oso blanco»; antes, en 1994, había recibido el Premio Letras de Oro (Estados Unidos) por su libro de cuentos Pez de vidrio. Su novela Sirena Selena vestida de pena (Barcelona-España, Grijalbo-Mondadori, 2000) resultó finalista en la edición de 2001 del Premio de Novela Rómulo Gallegos. Sus más recientes publicaciones: La amante de Gardel (novela, 2015) y Huracanada (poesía, 2018) han tenido excelentes críticas. Es profesora de la Universidad de Puerto Rico y directora del Festival de la Palabra en el mismo país.

—Lo primero que se revela al leer sus trabajos poéticos y narrativos es la fortísima presencia del Caribe como un universo humanamente complejo y rico más que como una simple instancia sociocultural. ¿Qué significa para usted ser del Caribe?

—El Caribe se sitúa como heredera de las culturas trasatlánticas que nacen de la conquista y colonización de Abya Yala, Las Américas. Para mí, ser Caribe es estar consciente de las violencias y alianzas, los desplazamientos y marginaciones sociales y culturales, pero también participar de la maravillosa co-creación y recuperación de esas memorias ancestrales y valorarlas, obviamente, desde el entramado histórico del presente para la construcción de un futuro. El Caribe me da un sinnúmero de estéticas y éticas hermosas, complejas. Es una chulería vivir y ser de estas tierras. Su riqueza es hermosa, tanto en historias de resistencia como en creaciones de mundos nuevos.

—Sus cuentos y novelas muestran, en clave narrativa, las varias contradicciones identitarias —no verbalizadas— que se constelan en Puerto Rico. En este sentido, ¿considera que la manera más idónea de representar estas contrariedades, para llamarlas de algún modo, descansa en el uso del realismo?

—A mí me gusta usar otro término y es el de cimarronaje. El cimarronaje literario describe mejor lo que estamos intentando hacer muchos y muchas escritoras contemporáneas del Caribe y sus diásporas. Lo que sucede es que “lo real” descansa en una racionalidad que presupone el “objetivismo”. El realismo como movimiento literario descansa en el modelo científico de la observación, el recuento de datos corroborados o la representación de la realidad observada; como si el/la observador u observadora pudiera desvincularse casi totalmente de lo observado. Sabemos ya, desde la física cuántica, y desde los trabajos literarios de Alejo Carpentier en 1949, sobre todo desde la publicación de su prólogo a la novela El reino de este mundo, que culturalmente estamos predeterminados a lo que podemos “observar”. No existe el objetivismo puro, solo aproximaciones. Lo que Carpentier problematizó con el realismo mágico o lo real maravilloso era esa diferencia cultural que habita en el seno de la operación de observar, de relatar o transcribir esa observación. Definitivamente ocurre una contrariedad tensa, una contradicción. Cuando dos o más cosmogonías, dos racionalidades distintas observan un mismo evento, lo hacen desde diferentes lugares emocionales, estéticos, éticos, desde diferentes “verdades”. Provengo de una cultura que poco a poco descoloniza su manera de observar y recupera otras racionalidades y otras definiciones de verdad. La tensión de la historia que llevo en la piel y en la memoria alimenta esta contradicción o contrariedad. De ahí nace una cosmovisión cimarrona, en tensión y fuga con lo que “observo”. Escribo cada novela consciente de mi cimarronaje literario con respecto a los movimientos del realismo.

—Su narrativa aborda asuntos considerados problemáticos para un sector del establishment. ¿Podríamos decir que, aparte del ostensible talante estético de sus cuentos y novelas, el impacto de su obra se ha visto también beneficiado por el hecho de ser usted parte de la academia, pues al utilizar con inteligencia y tino las porosidades del sistema logra vehiculizar sus demandas artísticas y sociales de manera más contundente y eficaz que muchos de sus colegas escritores?

—Eso es cierto. He gozado de una formación académica de excelencia que me da el tiempo, el acceso a lecturas y discusiones de avanzada. Sobre todo, gozo del increíble privilegio de no tener que emplear todo mi tiempo en sobrevivir. Eso me da una ventaja inmensa en relación con la mayoría de los escritores del Caribe, Latinoamérica y otras regiones de este planeta. El que una mujer negra, caribeña, de una colonia de Estados Unidos pueda ocupar sus mañanas respondiendo entrevistas, escribiendo ensayos o investigando y leyendo era impensable hace cincuenta, cien años y todavía lo es para muchas y muchos seres racializados y de mi género. Doy gracias todos los días por ello y busco la manera de usar estos privilegios para el bien de los demás. Quiero que mis faenas adelanten cambios necesarios para lograr mayor equidad, valoración y acceso a la educación y a la producción de conocimientos y cultura.

—Aun cuando la fluidez del lenguaje y cierto aparente desparpajo pudieran hacer pensar lo contrario, en su obra se observa un conocimiento profundo de las materias tratadas. ¿Qué rol juega la investigación en sus piezas poéticas y narrativas?

—Soy una mujer muy curiosa y también una pensadora muy exigente. Cada poema, cada ensayo, cada novela y cuento se basa en la investigación. Leer y cuestionar las diversas facetas de lo que leo y observo es mi gran pasión. Pienso escribiendo, porque solo la literatura me permite escaparme de la objetividad, de insistir en que la única verdad que existe es la mía o la que reconozco como mía, en imponérsela a los demás. Escribir para mí es una invitación a completar una visión del mundo desde otra perspectiva. Tengo que ser muy seductora y ágil para que esa invitación sea aceptada. De paso, mientras escribo, leo, investigo y logro expandir mi visión de la realidad. Es una práctica exquisita.

—¿Cómo concibe el diseño del trabajo creativo antes de materializarlo en un libro, pues usted se mueve con soltura en varios géneros literarios? ¿Qué la decide a usar una u otra estructura?

—El tema pide su plataforma literaria, su estructura de construcción. Si una escucha bien, la temática misma habla. Pide ser más sonora y oral, más rítmica y de ella misma nace el poema. Pide ser más reflexiva y argumentativa: de ahí nacen los ensayos. O pide expansión y amplitud, tanto reflexiva como relatora, y nace la novela. Al género que más le temo es al cuento. Hay que ser muy concisa y matemática para lograr un buen cuento, pero también me dejo llevar si el tema lo pide. Como escribo desde la vinculación emocional/reflexiva y no desde la separación y el ejercicio de una racionalidad superior a los temas, me beneficio de lo que la retícula de fuerzas externas me dicta para poder poner en función la forma en que se manifestara lo que percibo y siento a la hora de escribir.

—En alguna oportunidad se ha referido a que buena parte de la llamada «verdad» y la «racionalidad» se hallan, de cierta manera, sobre valuadas cuando se trata de explicar o definir situaciones relacionadas con el Caribe. ¿Podría detallarnos un poco esto?

—Cuando hablo de “la verdad” y de la “racionalidad”, intento nombrar el modelo económico, social y político impuesto como único y permisible. No existe solo una “racionalidad”, ni solo una “verdad”. Hay muchas. El entretejido de negociaciones, resistencias y construcciones de “verdad” me llaman más la atención que el intento de imponer una sobre las otras. Escribo atenta a lo que se nombra como “magia”, “irracionalidad” o “primitivismo”. Me interesa “lo inferior”. Vengo, soy y vivo en lo que han nombrado definido como “lo inferior”. Creo que esa relación de miedo, silenciamiento y negación de “lo inferior” protege saberes y realidades muy ricas, sobre todo para el ejercicio de la literatura como yo la defino: una literatura en relación con el todo social, emocional y epistemológico.

—«Boricua», «afrodescendiente», «mujer», «latinoamericana», «caribeña», ¿cuál calificativo le viene mejor o está más en sintonía con su trabajo creativo y de reflexión?

—Todas me vienen bien. Hoy por hoy y por razones específicas y necesarias para lograr una mayor presencia y valoración de la diferencia que habita en esta piel y en este cuerpo que es mi casa, escojo definirme como una escritora afrodescendiente boricua y caribeña en conexión con Latinoamérica y con todos sus pueblos originarios, cimarrones, criollos y en resistencia. Soy, en fin, una escritora que quiere seguir entablando conversación en respeto y alianza con todos los pueblos y personas del mundo que quieren un mundo más justo e inclusivo, más allá de las estrechas definiciones de raza, género u origen étnico, pero sin “trascenderlos”, es decir, sin negar sus contribuciones a la cultura, la historia, la sociedad, la ciencia, la literatura. Quiero ser parte de estas conversaciones genuinamente globales, transversales, humanas que lentamente abandonan la lógica de la supremacía.

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