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Las de Caín

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Mañana, si nos atenemos al Libro de las supersticiones (Massimo Sentini, 2012), será un día de andar con tiento. Según este manual de augurios, ensalmos y otras manifestaciones atinentes a la buena o mala fortuna del individuo, «el primer lunes del mes es peligroso porque es el día del nacimiento de Caín»; y, si bien negamos racionalmente la existencia de brujas, no está demás hacerse de un amuleto o un talismán (un pentáculo, un tetragrámaton, una herradura, una pata de conejo  o el triángulo de Salomón) de acreditados poderes apotropaicos —este vocablo solía usarse para adjetivar ritos, sacrificios y otras ceremonias mágicas y seudorreligiosas tipo la santería, tan cara al mostachudo metrobusero—, a objeto de desendemoniar el país, conjurando las energías negativas de las arpías socialistas y los nigromantes pesuvecos, y exorcizando el maleficio chavista y el aojo madurista. Una secular doctrina cabalística consideraba aciagos los encuentros con un zurdo, figura vinculada al demonio. Hugo Rafael era siniestro de mano y coco, y una tesis no del todo infundada, culpabiliza de su sobrevenida despedida del mundo de los vivos a la impía exhumación de los restos del «divino e inmarcesible Libertador», profano proceder con visos de necrofilia, castigado con una mortal enfermedad (¿una maldición?) mal tratada por curanderos cubanos. Nicolás es también zurdo, pero del seso. Su mirada oblicua y el ladino rostro de su preceptor delatarían, si hacemos caso del Directorium inquisitorum (1376) del dominico Nicolás Eymerich (1320-1399), entrevistas y conversaciones con los espíritus del mal. En nuestro caso, diría yo, tales espíritus son transmigraciones de Adolf Hitler, Joseph Stalin y Benito Mussolini, cuyos ectoplasmas habrían insuflado en el charlatán de Sabaneta  —y este en el delfín de  incierta cuna— regresivas ideas en torno a un sistema de organización colectiva privada de libertad, proclive a la promiscuidad y sin posibilidad alguna de movilización social: la pobreza con oferta permanente e incumplida de redención, y la omnipresencia de una fuerza armada institucionalmente desnaturalizada garantizan la sustentabilidad y continuidad del gang bolivariano.

No debe desconcertar al lector el coqueteo con la teoría de la metempsicosis y la esotérica elucubración antecedentes. Con ellas no busco evadir la realidad, sino tratar de comprenderla desde una óptica distinta —acaso más entretenida— a la grave y circunspecta interpretación de infalibles analistas. Estoy hastiado de hacerme eco de sus pareceres y de los vaticinios de los profetas de un desastre anunciado desde hace ya casi un cuarto de siglo —un tercio de mi vida—; en consecuencia, ansío sacudirme del discurso habitual y no hartar a quienes tienen la paciencia y cortesía de calarse mis descargas. Y en este punto me agobian incertidumbres diversas: ¿alguien se comerá el cuento del gobierno de facto, prometiendo continuar las obras del Metro de Caracas, «abandonadas» por Odebrecht cuando el contratante, la administración revolucionaria, dejó de pagarle y  se destapó la olla de las multimillonarias comisiones pagadas a los gobiernos de la región?, ¿inquietan a la gente los 75 feminicidios registrados en Venezuela durante los primeros 4 meses de 2022?, ¿se sienten aludidos los habitantes de los cada vez más grandes y paupérrimos cordones de miseria cuando una encuestadora (Dataincorp) atribuye a casi 70% de los venezolanos su repudio a cualquier candidato presidencial del oficialismo o de la oposición autodestructiva?, ¿cómo interpretará el ciudadano común este titular: la economía de Venezuela no mejora; mejora la de Maduro? Podríamos llenar este espacio de similares preguntas sin respuestas, mas para muestra, dice el refrán, basta un botón. El conflicto ruso-ucranio y las cifras de contagios y decesos debidos a la pandemia parecen importarnos un bledo, y lo mismo sucede con un reciente comunicado del Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC), desmintiendo un operativo asociado a la viruela del mono. Si desmiente algo habrá de cierto, pero ya no prestamos oídos a las alarmas.

Tal vez mis asertos e interrogantes se deban a una percepción de la realidad sesgada por el tedio. Quizás a Juan y María Cualquiera les llama la atención la querella entre Johnny Depp y Amber Heard, dirimida bien lejos de nosotros en un tribunal de Fairfax, Virginia, pero no se distancian del drama nacional. En un informe reciente del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) se contabilizaron 2.677 protestas a nivel nacional en el primer cuatrimestre del año en curso, 28% por encima de las registradas el pasado 2021. Asombroso, ¿no?: más sorprendente, empero, es el el desglose de esas cifras: «Más de 70% de todas las manifestaciones y exacciones ciudadanas fueron motivadas por el incumplimiento de derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Los derechos laborales lideraron el índice de manifestaciones en los primeros 4 meses de 2022, con 1.012 en total. En los últimos años este lugar lo ocupaban las protestas por servicios básicos». Asimismo, el OVCS computó 659 manifestaciones por servicios básicos con los acostumbrados reclamos en razón de las fallas en el suministro de agua potable, gas doméstico y electricidad; además de la recolección de desechos sólidos y aguas servidas, telefonía móvil e Internet.

La gente, se infiere de los datos transcritos, quiere trabajo, no caridad, y demanda una mejor calidad de vida; tal exigencia, lo prueba 23 años de ensayos fallidos, yerros garrafales e imperdonables omisiones, no será satisfecha mientras las riendas de la nación, del Estado y del gobierno estén bajo el control de la ineptitud chavomadurista. Los militares, piedras angulares del poderío rojo, no pueden ni aprenderán a cogobernar. Como bien sostuvo Jorge Luis Borges, en entrevista publicada en el N° 322 de la revista argentina La Semana, el 10 de febrero de 1983, «Los militares nos llegan del más artificial de los mundos. Un mundo de jerarquías, órdenes, audiencias, arrestos, saludos, marchas, aniversarios, desfiles y ascensos. Han sido educados para obedecer y se nutren en la esperanza de aumentar el mando. Nada de eso en este mundo se aproxima a la inteligencia. Los militares tienen además un concepto puramente material de la historia. Suponer que un gobierno militar puede ser eficaz es tan absurdo como suponer que un gobierno de escritores, de médicos, de abogados, de farmacéuticos o de buzos puede ser eficaz». Cuando el autor de El Aleph hizo estas afirmaciones, lejos estábamos de presentir la traición a la carta magna de 1960, las más duradera de las 26 constituciones promulgadas entre 1811 y 1999, incubada en los cuarteles de la República, para acabar con la democracia y la superestructura institucional, dando paso a un ordinario modo de dominación populista de corte dictatorial. Y las dictaduras acarrean un sinnúmero de males, ninguno tan execrable como la idiotez.

El chavomadurismo, con la narrativa guevarista del hombre nuevo, pretendió idiotizar a la población, despojando al individuo de sus especificidades y complejidades, en beneficio de la uniformidad y elementalidad colectiva. El sujeto dejó de existir. Ni siquiera es fulano, mengano, zutano o perengano. Es apenas un ¡oye, tú!, a quien le han confiscado el espíritu de lucha y superación, obligándole a solidarizarse automática e incondicionalmente con causas perdidas o incomprensibles —la liberación de Alex Saab, la agresión rusa a Ucrania—. Es el simbólico hombre de mármol o de hierro, sublimación del «pueblo», al cual, en nombre de Dios, Bolívar y Chávez dirige sus peroratas Maduro, gestionando votos con un ojo puesto en 2030. ¡Ah!, sin querer queriendo, soy víctima del eterno retorno o de una concepción cíclica del tiempo, y caigo en la tentación de continuar (des)variando sobre el mismo tema. Cortemos el rollo para, a manera de colofón y saludo a la bandera, hacer mención del cambio climático, una cuestión inocultable tras los partes de guerra y los informes sobre una peste de nunca acabar, cuyos severos efectos —inundaciones, deslaves, olas fatales de frío y calor, incendios forestales— son alimento diario de los informativos. Con la finalidad de concientizar a la población del planeta sobre la importancia de cuidar los ecosistemas, y convertir a las personas y comunidades en agentes activos del desarrollo sostenible y la preservación del entorno natural, la Organización de las Naciones Unidas consagró, en el año 1972, el 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente. Aunque, el cambio climático, es comúnmente asociado al (ab)uso de combustibles fósiles y a las emisiones de gases de efecto invernadero, también la tala de bosques contribuye al calentamiento global. Por eso, la celebración es propicia para traer a colación un preocupante fenómeno derivado del pata-de-bolismo humano y una forma eficaz de poner término a estas divagaciones. Esta noche cuelgue un atrapasueños por encima de su cama y mañana por la mañana, si no quiere pasar las de Caín, no olvide cruzar los dedos e invocar a san Pancracio. ¡Suerte!

 

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