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Top Gun Maverick y el cine de rearme moral

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Filme de un irresistible conservadurismo cool, Top Gun Maverick emprende un vuelto alto por sobre la desigual competencia de la temporada veraniega, alzándose como un ave Fénix de la cultura retro.

A continuación, esgrimimos diez argumentos para justificar su ingreso a la lista de lo mejor del año, con la fotografía de Claudio Miranda y una poesía «nolanesca» a lo Dunkerque.

1) Una carta de amor al cine.

Parece una obviedad, pero conviene recordarlo. Top Gun Maverick ha elegido apostar, como Tom Cruise, por un estreno en la pantalla grande, como los de antes, a modo de resistencia y defensa del mercado del theatrical, de la sala oscura. El formato panorámico sostiene la arquitectura de un largometraje de alto presupuesto, cuyo diseño supone una reivindicación industrial de la estética de las superficies y el star system de los ochenta, bajo la inspiración del actor protagónico y del director de la cinta original, Tony Scott. En tal sentido, el filme se expone como un arcaísmo fascinante, a contracorriente del mainstream digital en la actualidad. A su vez, cuestiona al complejo militar y de entretenimiento que se ha «dronizado», en aras de la productividad. La película se la juega por su acorazado pesado que quieren convertir en chatarra. De modo que es una venganza contra la tecnología de «deep fake» que amenaza con barrer a la generación de Tom Cruise.

2) Homenaje neoclásico y reinvención de la primera.

Mucho se había especulado sobre el lanzamiento de la película. ¿Será una secuela o una recuela en fase de la última trilogía polémica de Star Wars? Visto el estreno, el filme elige contarse como una clásica continuación cronológica de los eventos de la producción de 1986, siguiendo las rutas de sus personajes míticos, sus conflictos en el tiempo presente y su natural descendencia en una nueva generación de relevo, chapada al antiguo formato publicitario de Jerry Bruckheimer y el ideal aspiracional de los modelos de belleza de otrora, hoy resistidos y condenados por el revisionismo woke de documentales binarios como White Hot contra los chicos de Abercrombie and Fitch. La película Top Gun Maverick pasa con elegancia de la cultura de la cancelación, declarando su superación, en una reconstrucción audiovisual sin complejos, de un mundo y unos arquetipos apolíneos en vías de desaparición, por efecto de las normativas progresistas. Veremos cómo lo toma el grueso del público. Pero la cinta es como un largo videoclip desenfadado, con torsos de Luis Miguel en “Cuando calienta el sol”, cuerpos inmunes a la influencia del covid, y sonrisas de anuncio de pasta de dientes. Un regreso a un lugar seguro, a un territorio harto conocido por los creadores, quienes lo retoman para compensar a una audiencia desorientada, con dosis de bienvenida nostalgia.

3) De vuelta al rearme moral del conservadurismo ochentero.

Si la primera fue un regreso pragmático al ideal de los jóvenes rebeldes de los años cincuenta, copiando a los moteros salvajes de Brando y los perfiles sin causa de James Dean, la segunda recupera el espíritu liberal de los años de Reagan en respuesta al vacío dejado por el síndrome de Vietnam, cuando nadie más quería saber de la armada y su narrativa bélica. Según el libro Operación Pentágono, el mérito de Top Gun reside en erigirse en un arma de persuasión y de propaganda invisible, capaz de despertar un fanatismo propio, al punto de recuperar los índices de reclutamiento para el Estado Mayor de las reservas de soldados. A tal tipo de cine, Román Gubern lo acuñó con el concepto de “cine de rearme moral”, entendiéndolo como un efecto de aquella década de vuelta a valores tradicionales. Desde entonces, Jerry Bruckheimer se haría experto en exprimir presupuestos, contando con el apoyo del Pentágono. Top Gun Maverick es una consecuencia de todo ello, con sus virtudes en producción y sus defectos en un guion más propio de un videogame sin daños colaterales. Es el retorno a la fórmula del “high concept movie”, buscando capitalizar los aires nostálgicos que han resurgido ante el fiasco de las realidades actuales.

4) Tributos a los mártires y caídos de la franquicia.

Como las mitologías heroicas del pretérito y el presente de Marvel, el multiverso de Top Gun tiene sus viudas, sus dolientes, sus ídolos rotos, sus ícaros y mesías crucificados por sus sueños. En Maverick nos conmovemos hasta las lágrimas con los recuerdos trágicos de la película original, con las fotos de Goose, con un sentimiento crepuscular de duelo en general. El tiempo no pasa en vano y uno de los aciertos de la obra, es narrar el ocaso digno de una era, el rodar un Last Dance de unos outsiders de Hollywood, conscientes de su fragilidad, de su amenaza de muerte, de su réquiem y de su declive. Pero es la escena de “Iceman”, con un Val Kimer sufriendo el calvario de su auténtica enfermedad, la que nos hace sacar el pañuelo, honrando un legado con el que crecimos. Los créditos cierran con la dedicatoria a Tony Scott en memoria de un Maverick a la altura de un Sergio Leone del cine de acción. Ya hablaremos de Tom Cruise y su evolución fordiana de Más corazón que odio, de romántico John Wayne de la generación boomer.

5) Una proeza analógica.

Una buena película es un logro técnico. Top Gun Maverick lo es en oposición a la moda del CGI, del estándar de pantallas azules y verdes de Los Avengers, de la inminente restauración de la saga Avatar. El mérito le corresponde a Tom Cruise como productor, que ha asumido un papel de último mohicano de las series que cincelaron su fama. De ahí que también retorne a lo grande con Misión imposible, redoblando la apuesta por un cine de montaje hiperrealista y maximalista, que responde a las auras frías de los medios infográficos que predominan en la meca. El director Joseph Kosinki concibe una pieza perfecta en su engranaje de edición y sonido, que seguramente cobrará sus recompensas en el Oscar. Ya tenemos a la Dune de los próximos premios de la academia. Mínimo arrasará en efectos especiales y apartados técnicos. Sin competencia.

6) Palma de Oro para Tom Cruise.

Nunca Tom Cruise fue tan Clint Eastwood como en Top Gun Maverick. Me refiero al Clint de Firefox, Los imperdonables, Los puentes de Madison, Gran Torino y Space Cowboys. El actor ha ganado arrugas y líneas de expresión, que lo amoldan al perfil del Clint Eastwood que empezó a despedirse falsamente de nosotros, desde principios de los noventa. Nos acostumbramos a su madurez otoñal, a su reescritura de géneros, a su longevidad y a su capacidad de hackear el sistema, dentro de sus normas. Por ello Tom Cruise recibe la máxima distinción del cine en Cannes. Es su año de regreso como leyenda viviente, de vuelta de exorcizar sus demonios, y no queda otra que gozarlo mientras dure. Porque alcanzó la estatura de un símbolo que es el del cine que se resiste a morir, a pesar de las recesiones, los cracks y las pandemias.

7) Una nueva esperanza recargada.

En Maverick, Tom Cruise interpreta a un Obi Whan que prepara a su Luke, para que destruya una estrella de la muerte. El chico se estanca, en cuanto permanece atado a sus complejos edípicos no resueltos. El mentor le enseña una lección de empatía y perdón, que es pasar la página y avanzar del plano de la víctima por siempre, del niño reactivo. La batalla en el aire lo convierte en un hombre y lo salva, redimiendo a su master Jedi. El credo que suena es “no pienses, déjate llevar”. Un mensaje venido directo de Guerra de las Galaxias, que se recicla como un mantra para abrir el campo de la inteligencia emocional. No seas víctima del “overthinking” nos dice la película, y ponte a trabajar. Paralizarse ante la crisis no es una opción. Lo recomienda Tom Cruise con su pensamiento de “Master” de la cienciología. No dudes que la película es un Caballo de Troya. Pero uno con alas y alma de entrepreneur posmoderno.

8) Despolitizar la función y el show.

Será polémico que se haya tomado la decisión de desaparecer el nombre real de la amenaza del país paria, de su lugar de origen, evitando los tropos de señalar a los villanos de costumbre: los chinos, los rusos y los musulmanes. De pronto es una concesión con los mercados y la corrección política, para no ofender a nadie. En parte Top Gun Maverick se cuida bastante de ser lo suficientemente inclusiva y neutral políticamente, a fin de no afectar su rendimiento en taquilla. ¿Le lloverán críticas por ello? No lo sabemos. Por mi lado, agotado de la polarización y los tropos de la Guerra Fría, entiendo que Top Gun Maverick prefiere concentrarse en entretener sin tanto pensar en ideologías, con el propósito de aceitar su maquinaría de vanguardia futurista, de amor por las velocidades y las situaciones de infarto que se imprimen a 24 cuadros por segundo.

9) Miles Teller es clave.

El pana de Whiplash retoma su mejor versión en la película. Apenas acotar que el papel le calza con clase, y que el casting lo rodea bien, dando con el punto que permite imaginar próximas secuelas. Hasta le encontraron su Iceman, llamado “Hangman”. Grosso modo, te encantarán los nuevos miembros de la pandilla.

10) Refutando a Tarantino.

Tarantino puso a circular la teoría de que Top Gun es una película gay enclosetada, que relata el amor reprimido entre Maverick y Goose, frente a la envidia de Iceman. La nueva película lo desmiente formalmente, encontrándole pareja hetero a cada uno. Sin embargo, ustedes son libres de interpretar lo que gusten. Tendrán dos horas de archivo y footage, de celuloide fresco, para tejer las teorías que deseen. Como que el primer amor del protagonista fue Goose y falleció, o que su relación se recicla en el dueto de “Rooster” y “Hangman”. En realidad, el filme habla de unos personajes straight, que no aparentan ocultar “Secretos de la Montaña”.

En cualquier caso, la disfrute en su esquema, pues no valoro una cinta por su reforzamiento de una agenda, sino por su consistencia entre forma y contenido. Por tanto, estamos ante una obra maestra, te guste o no su mensaje de fondo.

 

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