“Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad”. Pericles.
Todo pareciera girar en torno a una dinámica lingüística. Los conceptos mutan conforme a cómo los vayamos reconociendo en distintas épocas. Buena parte de los enriquecimientos, hallazgos y novedades, por así llamar a algunas derivaciones o descubrimientos que coadyuvan a la originalidad pretendida de algunos temas, están inmersos en los esfuerzos sobre sincronización y significados que se vienen haciendo desde la investigación de la comunicación y su sentido, pero, interpolando planos históricos.
Señalo que no soy un especialista ni nada parecido. Lo que sí soy es un profesor universitario que debe informarse y actualizarse. Esa tarea me conduce periódicamente a lecturas complejas que a menudo me hacen mirar y revisar los conceptos y definiciones con las que debo trabajar. Cuento por favor con la indulgencia de los más entendidos.
¿Qué es ciudadanía? ¿De dónde viene ese concepto? ¿Cuál es su evolución? ¿En qué consiste la ciudadanía? ¿En el tiempo actual qué es ser ciudadano? ¿En Venezuela dónde estamos en materia de ciudadanía? Abundan las preguntas sobre el tema y comentaremos aspectos atinentes, a modo de reflexión fundamentalmente.
A reserva de mejores estudios e investigación, solemos ubicar la figura en la Grecia antigua y con ello, toparemos con trazos de definición, referidos a la integración de un cuerpo político y de su membresía que surge a su vez de una sociedad pequeña con consciencia comunitaria.
La poli constituía entonces una unidad societaria cuyos miembros tenían una base común y se regían por los principios de isonomía, isegoría, isocracia. La igualdad en los distintos escenarios de vida social se aunaba a la participación en los susodichos.
Los ciudadanos eran selectos. Nacidos en el territorio e hijos de una comunidad distinta a los esclavos, extranjeros o mujeres. En las ciudades Estado harán más complejo el asunto e irán sin embargo ofreciendo decantamientos.
Roma sucederá a Grecia como fenomenología cultural, económica, política, social, militar, jurídica, sin perderse, no obstante, la impronta helena. La ciudadanía se convirtió entonces en un vínculo político y jurídico que acreditaba un estatus.
Es bueno agregar que la noción de democracia se apareja de la de ciudadanía como resulta comprensible de la lectura de ese clásico de Pericles “Oración fúnebre” que se recoge en ese otro texto fundamental, obsequió de Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso.
En todo caso, la caída del Imperio Romano supuso un cisma telúrico en la institucionalidad del mundo conocido y la emergencia de factores políticos, geopolíticos, militares, sociales, religiosos y corporativos que eclipsaron casi completamente la ciudadanía y la democracia subsiguientemente. Transcurrirá un milenio hasta que con el renacimiento emergerá otra época y el mundo dará un giro mayúsculo.
La secuencia tardará en opinión de Sartori 20 siglos, hasta que, con la modernidad, las revoluciones y la responsabilización del poder, reaparecerán la democracia y la ciudadanía, para posicionarse en apenas 200 años, cuasi definitivamente, como los actores y los protagonistas en el teatro político que irrumpe con el desarrollo de los derechos humanos y el mea culpa general de la humanidad, luego de finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Los derechos políticos, base de la ciudadanía, enunciados desde 1776 en Norteamérica y en 1789 en Francia, tardarán en imponerse y asumirse como valores en la deontología consecuente y todavía en el siglo 20, tanto en Estados Unidos como en Europa, se indicarán dificultades y resistencias para lograr la universalización como valor social de la ciudadanía concomitante con los ideales de libertad, igualdad y solidaridad. En el trasfondo, la ciudadanía se nutre de distintos avíos para su devenir y entre ellos, se percibe el sueño republicano.
Se han sumado a la legitimidad en todo ese tiempo aquellos otrora discriminados o menospreciados. Las mujeres recientemente, además, han hecho como diría Fernando Mires en 1995, una revolución que nadie soñó y se han incluido en la cosmovisión humana a parte entera, con otras minorías, por cierto.
La ciudadanización, en nuestro país, avanza realmente en el trienio de 1945-1948 y las mujeres, los jóvenes y los analfabetos se agregarán a la voluntad soberana y ofreciendo en la dinámica, fundamento conceptual a la democratización y al esfuerzo republicano, lamentablemente interrumpido por el advenimiento del militarismo, mimetizado en un episodio de ingenuidad democrática, donde la consciencia histórica devino en madre de una tragedia.
Ese período que yo sitúo entre 1948 y 1998 y a pesar del golpe de Estado y del gobierno de Pérez Jiménez, mostró un apetito ciudadano de trascendencia y dio ocasión al único ensayo verdaderamente republicano de nuestra historia. Fue un lapso de predominio ciudadano, de legitimidad y auténtica soberanía.
Empero, la antipolítica inficionó perniciosa en el cuerpo político y los juegos de las oligarquías terminaron contaminándolo todo; los partidos y los medios, en primer término, se quisieron adueñar del espectro y malograron el modelo que el Puntofijismo imaginó y edificó. No hay excusa valedera. “Nemo auditur propriam turpitudinem allegans”.
Ahora bien, la ciudadanía es una construcción histórica, social y política que se han dado las sociedades en el tiempo y a la sazón, cabe esperar cambios en su conceptualización y en la naturaleza del vínculo que conllevan.
En una ficha encuentro, a guisa de corolario, una frase de François Dubet que cito a continuación: “Conviene tener presente que no hay una sola ciudadanía; ésta cambia según las épocas, los países y las tradiciones, y sobre todo, no es homogénea y abarca varias dimensiones más o menos contradictorias entre sí”, (citado por Perissé, Agustín Horacio, La ciudadanía como construcción histórico-social y sus transformaciones en la argentina contemporánea, Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, vol. 26, núm. 2, 2010 Euro-mediterranean University Institute Roma, Italia)
Tanto la democracia como la ciudadanía viven una coyuntura desfavorable y son coincidentes y reiterativos los numerosos estudios y trabajos de investigación que se conocen y ello desde hace ya bastante tiempo. Un viento de insatisfacción sopla en el orbe y no economiza a ningún continente, a ningún país.
Venezuela acota a su perfil y especificidad una gravosa crisis de su democracia y sobretodo de su ciudadanía. Un déficit mayúsculo de interés y acción ciudadana se hace evidente, permitiendo el defecto y la ausencia de ciudadanía; el tránsito fácil de la oligarquía ideológico militar que nos ha subyugado y consumido, colocado, además, en una suerte de idiotez que todo lo acepta y tolera del mayor depredador, el peor, el más inepto y corrompido de cuantos han pasado por la historia patria. Tenemos el régimen que tenemos porque no somos los ciudadanos que debemos ser y que no somos.
Por otra parte, en el cosmos actual se observa un discurso académico e intelectualizado que se refiere a la ciudadanía del mundo, mas que como en desiderátum que como una realidad. El hombre alícuota, el que debe y merece ser tenido como conciudadano a todo evento.
Muy al contrario, se advierte que el individualismo y la deshumanización, el materialismo y la compulsión identitaria, nos divide, separa y segrega más y más.
El clásico de Kant, La paz perpetua, merece ser leído y releído para entender que solo la consciencia de un destino compartido que incluye la responsabilidad puede permitirnos construir para todos y no a costa de los demás. La ciudadanía del universo es un asunto ético y moral. Pareciera que no nos damos cuenta de que el espacio planetario ya no nos acepta diferentes sino clama por un ideal consciente y fraterno. ¡Viva la utopía republicana!
@nchittylaroche
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