La extrema fluidez del desarrollo político que en estos meses vive Venezuela trae como resultado el afloramiento de posiciones extremas entre quienes creen que aún quedan opciones electorales y pacíficas, quienes creen que esos tiempos ya se acabaron, quienes creen en la posibilidad de reanudar un diálogo, quienes opinan que ello es una pérdida de tiempo, etc. Peor aún, existen aquellos que desde sus posiciones de poder entienden y proclaman que esta es la hora de vengarse de la sociedad que en su momento les causó el dolor de privarlos de su progenitor en circunstancias dolorosas e inexcusables, pero de las que ya han transcurrido más de cuatro décadas.
La consecuencia de las grietas anteriores produce que la antipolítica vaya ganando espacio como nueva forma de hacer política y que por boca de cualquiera se expresen epítetos descalificativos sustentados muchas veces en campañas y rumores que permiten suponer que provienen de los que suelen llamarse “laboratorios de guerra sucia”.
Hoy es común escuchar que Henry Ramos Allup, hasta hace un par de años viril vocero de la oposición atrincherada en la Asamblea Nacional, reciba el calificativo de traidor, vendido, cómplice de algún bolichico y demás atributos que definitivamente no cuadran con el recorrido vital de un líder con el que se puede o no estar de acuerdo, pero al que no pueden atribuírsele otros pecados que los propios de los políticos de amplio kilometraje que a veces hacen cosas que al común de la gente resultan desconcertantes, por decir lo menos. Soy amigo de Henry, no soy ni su socio, ni su asesor ni su compañero de partido.
Lo mismo de Ledezma que suscita la admiración de muchos –incluyéndome– pero a quien algunos pretendieron asociar con maniobras del gobierno para facilitar su escapatoria. Muchos saludan la campaña de Antonio por el mundo en pro del rescate de la democracia, pero siempre existen quienes alientan sospecha acerca del origen de los fondos con los cuales este dirigente se mueve. Quien esto escribe se juega por la integridad de Ledezma. Soy su buen amigo, fui parte de su entorno, compartimos objetivos comunes y ambos esperamos con impaciencia la llegada de una nueva Venezuela.
De Julio Borges puedo afirmar que lo conozco desde sus tiempos de alumno en la Facultad de Derecho de la UCAB. He seguido de cerca su periplo político. No me gusta su estilo, pero reconozco su persistencia y valentía. Hoy Julio vive horas cruciales perseguido, exiliado, denostado y encima con el gratuito regalo de quienes en sus generalizaciones irresponsables lo tildan de vendido y traidor. Me juego por la honorabilidad de Julio, aun difiriendo de sus tácticas. Igual siento por Leopoldo, cuyo temple saludo sin reserva y cuyo carisma personal en mi opinión le augura un promisorio futuro político, posiblemente mayor que el de Capriles, cuya trayectoria brillante viene opacándose por la inconsistencia de sus posiciones aunque no por su valentía personal.
No se trata en estas líneas de hacer inventario ni pasar revista crítica a todos los principales líderes de la actualidad nacional. Del único que albergo reservas es de Henri Falcón. No lo critico por ser oportunista (es consustancial con el quehacer político) pero sí hay algo inexplicable que me dice que no es de fiar.
No podemos cerrar este breve repaso sin aludir a María Corina, cuya firmeza, valentía a todo meter, consistencia y contundencia son objeto de admiración general entre el público demócrata y temor en la nomenklatura oficial. Hemos tenido oportunidad de estar cerca de ella y de ofrecerle algunas asesorías en materia internacional. No soy ni su amigo ni militante de su tolda y lamento que sus extraordinarias cualidades no logren aún situarla en las mayores preferencias del público. Sin embargo, al día de hoy comparto plenamente la claridad con la que ha expresado su rechazo al atentado (o seudo) del sábado pasado: yo tampoco quiero que vayan a asesinar a Maduro, sino que su vida sea preservada para que cuando llegue el momento de la restitución democrática para Venezuela tanto él como el señor Cabello y todo el combo puedan enfrentar una justicia ejercida sin venganza sino con aplicación estricta de la ley de manos de jueces libres.
La hora está ya cerca. Las ratas ya empiezan a abandonar la nave. Los zamuros se van situando para caerle a la carroña tan pronto se presente. Sin embargo, el grueso de nuestros compatriotas solamente centra su interés en las necesidades más primarias, lo cual es comprensible.
Las alternativas que se presentan para cuando venga el colapso son las de dar un espectáculo de jauría disputándose los despojos a dentelladas, asegurando así algo peor a lo actual a menos que líderes y liderados logremos coincidencias mínimas que nos permitan buscar metas comunes en la emergencia y luego –con algo de tiempo– embarcarnos en la discusión de tendencias en forma democrática. ¡Mucho dolor daría que después de tanto sufrimiento cayéramos otra vez en lo mismo!
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