Los antihéroes son tipos de personajes de ficción que sirven de protagonistas y que carecen de las cualidades heroicas tradicionales, como el valor, la honestidad, la compasión. Sin embargo, en su proceder, producen consecuencias insólitas, muchas de ellas contrarias a sus intenciones.
Para estas líneas, tomo prestado del género ficción el concepto del antihéroe y lo transformo en el del antilíder. Aquel quien, en contra de su propia voluntad, se constituye como el punto de partida de una nueva etapa, de profunda transformación social y geopolítica. Todo, sin haberlo planeado, en palabras planas, se da por carambola.
Y es así como Vladimir Putin, con la locura de invadir a Ucrania y desplegando una guerra sin cuartel, incluyendo la muerte masiva de civiles, ha agitado al mundo y ha logrado lo inalcanzable. No se trata de remendar su pésima reputación, ni es un esfuerzo cosmético por redondearles las esquinas. Seguirá siendo lo que ha sido en el pasado y lo que demuestra ser en el trágico presente: un dictador sin escrúpulos, capaz de los peores crímenes de lesa humanidad, para conseguir sus objetivos.
Sin embargo, usando la trillada lógica del “vaso medio lleno”, la invasión a Ucrania ha traído resultados, hasta hace poco, difíciles de alcanzar. Para empezar, logró que la Unión Europea sacudiera la inercia de décadas y tomara la batuta de líder mundial ante la barbarie. Atrás quedó su imagen de organización anquilosada. Lejos está, la mala reputación de su burocracia y del liderazgo de Bruselas. En realidad, Putin le ofreció una repotenciada razón de ser y estrechó los lazos de unión entre sus países miembros. Hoy, sostienen la lucha entre la civilización y la barbarie, entre la dictadura y la democracia, entre la opresión y la libertad.
Crispada por largos años de crisis económica y por la pérdida de competitividad de su economía, la Unión Europea daba la imagen de una potencia en retroceso, ahogada por la desmovilización de sus democracias y el auge de los extremos políticos. Ahora, retoma la iniciativa, afina su política de defensa y de independencia energética, organiza la integración de nuevos miembros y, sus ciudadanos, al ver claramente la amenaza autoritaria, dan un espaldarazo al proyecto común.
También, no deja de sorprender que Suiza decidiera, en esta oportunidad, dejar a un lado su antigua tradición de neutralidad (existe desde 1515…) y asumiera el paquete de sanciones en contra de Rusia. Esto es verdaderamente extraordinario. Ni el Kaiser Guillermo durante la Primera Guerra Mundial, ni el salvaje de Hitler, lograron que Suiza abandonara su neutralidad. Putin lo logró.
Por otra parte, hace apenas unos meses, el presidente de Francia, Enmanuel Macron, señalaba a la OTAN como víctima de muerte cerebral. Con semejante afirmación, subrayaba la falta de adecuación histórica en un mundo en constante evolución. Ante los retos del mundo actual, la OTAN observaba, imperturbable, los acontecimientos del mundo. Muchos se preguntaban por su papel tras la caída del Muro de Berlín y el imperio soviético, o su rol ante la primavera árabe. ¿Qué opinaba del avance de Putin en Armenia, en Georgia, en Transistria, en Crimea? ¿Cuál posición ante las actividades mercenarias del grupo Wagner conducidas tras telones por los matones de Putin? y tantas otras preguntas abiertas en frentes geopolíticos actuales.
En pocas semanas, Putin logró la resurrección de la OTAN, colocándola de nuevo en el mapa, entregándole, en bandeja de sangre, su propósito ante el mundo. Ahora se apresta, a acoger en su seno, a Finlandia y Suecia y, ante los retos, baraja sus opciones para crear nuevas categorías de miembros. Putin, amenazante, había esgrimido el crecimiento de la OTAN y su cosecha de nuevos miembros entre las antiguas repúblicas soviéticas, como una de las razones de su invasión. Aseguraba que Rusia había sido engañada por Mitterrand, Kohl, Bush (padre), quienes en su momento aseguraban, a Gorbachov primero y a Boris Yeltsin después, que la OTAN no avanzaría ni un centímetro hacia el Este. Apostaba a la pusilanimidad de las democracias occidentales. Ya vemos, como el viento cambió y, en vez de asustarse y definitivamente desdibujarse, la locura de Putin unió y repotenció a la OTAN y al Occidente.
Antes de su dislate, el mundo observaba el avance de Rusia. El crecimiento económico fue vertiginoso durante la década de los 2000, sus instituciones se fortalecieron, dejando atrás la volatilidad y el caos causado por la caída de la Unión Soviética. Bajo lo que se percibía como un liderazgo duro, pero democrático (Putin fue nombrado personaje del año por la revista Times en 2007) Rusia avanzaba y era admirada por su franca recuperación e inserción en el mundo.
Pero llegó la locura y, con ella, la furia de Putin. El mundo civilizado reaccionó al unísono. La condena ha sido total. En pocas semanas Putin logró unir al mundo en contra de Rusia. Asimismo, en su delirio, ha llevado al matadero, según distintas fuentes, a unos 26.900 soldados rusos, ha destruido el arresto militar convencional y ha dado al traste la fantasía de la superioridad militar rusa. Hoy solo se habla de desorganización logística, de comandos políticos y complacientes con Putin, de deserciones y ajustes de cuentas entre la oficialidad rusa.
Y no solo en lo militar. Su ola destructiva se extiende a todos los ámbitos de la vida rusa. Putin paró en seco el avance ruso en el mundo moderno. El avance en el comercio mundial, el del sitial preponderante en el mercado de energía, el de marketmaker de la seguridad alimentaria global, por solo cubrir un par de ejemplos. Pronto en Rusia, los trenes dejarán de rodar, los aviones no volarán, los autos no encenderán. Un sinfín de consecuencias devastadoras se ciernen sobre el pueblo ruso resultado de la forja del antilíder Putin.
Por último, y no menos sorprendente, es haber sentado definitivamente los cimientos de Ucrania como nación. Justo lo contrario a sus planes. Putin pretendía desconocer su existencia y, de un zarpazo, apuntaba a incorporarla a su visión medieval de la Rusia eterna. Pero los eventos pueden ser caprichosos. Antes de la guerra, la posición política de Zelenski no era envidiable. Acusado de inexperimentado, de ser la ficha de oligarcas ucranianos, no gozaba de un apoyo generalizado y las próximas elecciones no se antojaban auspiciantes para él. Pero la locura del antilíder logró que Zelenski alcanzara una popularidad cercana a 81%, elevándolo al pedestal de los ucranianos entregados a una causa noble. Esa reputación, para más rabia putinesca, acompañará para siempre a Zelenski.
Ucrania era vista por el mundo como otro país más de la periferia. Con sus escándalos de corrupción, con sus golpes de Estado y revoluciones pintorescas, presos políticos, pobreza e injusticias, con magras perspectivas de salir del atolladero de la historia. Hoy el mundo entero reza por Ucrania, se moviliza por Ucrania, se entrega por Ucrania.
Ucrania y el mundo, reconocerán en el sangriento legado del antilíder, una encrucijada en el curso de la historia. Un antes y un después. ¿Más democracia? ¿Más Europa? ¿Más seguridad continental? ¿Menos dictadores o “dictablandas”?
Twitter: @A_Urreiztieta
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