La reunión sostenida en Panamá hace pocos días entre un importante grupo de organizaciones y líderes opositores tuvo varios efectos benéficos.
De acuerdo con las informaciones que circulan, no se convirtió en un torneo de acusaciones y recriminaciones mutuas. No hubo masoquismo ni flagelaciones. Los asistentes colocaron la aguja de la brújula viendo hacia el norte. Partieron de la complejidad y dificultades que atraviesa la oposición producto del ataque inclemente y planificado del régimen, que decidió liquidar a las organizaciones más importantes, valiéndose de diferentes métodos. A Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática les decapitó sus direcciones nacionales, apresando a algunos de sus dirigentes fundamentales u obligándolos a irse al exilio, o apelando al Tribunal Supremo de Justicia para dividir a esas y otras agrupaciones, entregándoles el nombre y símbolos del partido a los renegados, conocidos en el ambiente político como ‘alacranes’.
Esa labor de destrucción deliberada se ha combinado con los errores, dudas, comportamientos erráticos y divisiones internas provocadas por la desmesura en el tratamiento de las diferencias, por el peso de egos muy abultados o por significativas diferencias de percepción e interpretación ante las coyunturas políticas y el modo de encararlas.
En Panamá, se disolvió el llamado G4 –instancia formada por AD, PJ, VP y UNT- tan cuestionado por otras agrupaciones que se sentían excluidas y maltratadas. Ya la propia convocatoria al encuentro revela, por su extensión, el carácter incluyente del debate. Ahora, el propósito de la dirigencia será coordinar las acciones opositoras de la forma más amplia posible. Me imagino que el criterio de inclusión estará relacionado con la necesidad de combinar la democracia con la eficacia del trabajo. El ritmo de los acontecimientos en Venezuela es tan acelerado, que se requieren respuestas rápidas a los diferentes problemas políticos e institucionales que continuamente aparecen.
Una medida que me parece crucial es la decisión de participar sin ningún género de ambigüedades en las elecciones de 2024. No podía seguirse postergando el anuncio de que la oposición va a concurrir a esa cita. Que va a organizarse desde ahora el toda la nación, con el fin de conseguir un triunfo categórico y desplazar al gobierno de Maduro por la vía del voto popular. Esas no son las elecciones para que Maduro logre un nuevo período constitucional. Serán los comicios en los cuales los venezolanos tendremos la oportunidad de sustituir el régimen a través de la asistencia de los ciudadanos a los centros de votación. Maduro tratará de que esa cita se realice con la menor competencia posible, tal como lo logró Daniel Ortega en Nicaragua el año pasado. Con esa finalidad amenazará, extorsionará, comprará lealtades y promoverá falsos candidatos «opositores». Apelará a todas las maniobras que aparecen en los catálogos de los gobernantes autoritarios y, a lo mejor, inventará otras. Sin embargo, si la oposición y la comunidad internacional se convencen de que el tablero será el electoral, ambos actores podrán operar en conjunto para elevar las probabilidades de ganar. Aparte de los comicios populares, las posibilidades de remplazar al gobierno madurista son muy remotas. Los golpes de Estado, las insurrecciones, los pronunciamientos militares o cualquier otro procedimiento intempestivo, forman parte de las ilusiones. Haber tomado la decisión de concurrir a los comicios de 2024 me parece esencial, al igual que organizarse para conquistar la victoria.
El método de las primarias para designar el candidato unitario es otra medida clave. Constituye una manera de darles a los potenciales candidatos la oportunidad de ser electos, y a la gente la posibilidad de intervenir directamente en esa trascendental selección. Hasta 2023 transcurrirá suficiente tiempo para que los aspirantes formen sus equipos de campaña, elaboren sus propuestas, obtengan recursos y busquen alianzas y apoyos. Nadie podrá decir que fue una decisión cupular o apresurada (aunque no faltará quien se erija en juez para descalificar el proceso).
La escogencia de Omar Barboza como secretario ejecutivo de la Plataforma Unitaria me parece acertada. El exgobernador del Zulia, expresidente de la Asamblea Nacional y veterano dirigente político se enfrenta al exigente reto de enderezar los planos y corregir entuertos dentro de la oposición. No se trata de una designación para conectarse con el gran país, sino un nombramiento que busca resolver los numerosos problemas domésticos existentes. La oposición se encuentra aún en una fase que exige limar asperezas y prepararse para esa larga y espinosa jornada que va de aquí a 2024. Entrar en sintonía con los jóvenes, los nuevos votantes, los escépticos y los desencantados, será tarea de los candidatos a las primarias y, luego, del triunfador de esa contienda. Barboza tendrá que intervenir para conciliar posiciones a las que costará encontrarles el punto medio. Su experiencia en este campo resultará vital.
Con los cambios acordados en Panamá, la Plataforma Unitaria se encontrará en mejores condiciones de negociar con el gobierno de Maduro, dialogar con los factores de poder internacional y propiciar, u oponerse, al levantamiento de las sanciones. La oposición retomó el camino del empoderamiento.
@trinomarquezc
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