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Una historia del papá de James Bond

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El objetivo de la operación Mincemeat (literalmente “carne picada”) era inobjetable: hacer que los nazis pensaran que la invasión aliada iba a ser en Grecia, en vez de la muy obvia Sicilia. Para ello la inteligencia naval británica se robó una historia cuya paternidad era, previsiblemente literaria: poner planes y documentos falsos en un cadáver abandonado que el enemigo pudiera rescatar. La estratagema no era nueva. Un tal Basil Thompson, ex funcionario colonial, luego espía y luego escritor la había puesto en libro. El director de la Inteligencia Naval británica, almirante John Godfrey, había abundado en esta idea en el llamado “memo de la trucha” que aludía a la astucia del pescador que buscaba engañar al pez del caso. Estaba muy bien escrito, tanto que, con el paso del tiempo, alguien sospechó que el memo había sido escrito por su asistente, un meritorio joven de nombre Ian Fleming. Godfrey nunca le perdonó a Fleming que años después modelara a M, el detestable jefe de James Bond, a su imagen y semejanza. Cosas de espías y escritores.

El engaño es, técnicamente considerado, un malentendido entre la ficción y la realidad, originado en un propósito generalmente perverso. Las excepciones a este origen son numerosas, pero la altura de propósitos no puede, en general, evitar una cierta contaminación en el proceso, por aquello de los fines y los medios. La sombra del robo del cadáver de un suicida planea sobre toda la empresa, porque se trata de robar la identidad –el más elemental de los derechos– de alguien que ya no puede defenderse. (La tenebrosa imaginación de Mary Shelley creando su célebre monstruo a partir de la profanación de un cadáver dice mucho sobre el imaginario al respecto). Pero estamos entre gente honorable, como solo pueden ser los marinos británicos cuando quieren serlo.  Así que el signo permanente de la película es la absoluta corrección de la empresa y la inevitable flema británica que afortunadamente la habita. No hay una silaba fuera de tono en esta meticulosa construcción de una leyenda a partir del cuerpo de un pobre mendigo muerto porque ya no soportaba la vida. Mucho menos una escena de acción que condimente un drama frío y cerebral.  Y sin embargo tras esta barrera de impenetrable cortesía e ingenio se cuelan algunas travesuras y más de un remordimiento. La travesura es la de jugar con el personaje de Ian Fleming dándole la paternidad de la idea primigenia y los toques de estilo que en la década siguiente lo harán famoso y rico con sus novelas sobre el agente 007. Los remordimientos son más interesantes porque tienen que ver a la vez con la intriga política que se teje en torno a una idea que, de tan audaz puede llegar a ser exitosa, como en efecto parece haberlo sido. Pero esos pensamientos subterráneos teñidos de culpabilidad nacen de un Londres al borde de la derrota, donde apenas empieza a intuirse la posibilidad de una victoria aún muy lejana. En especial porque Churchill mismo duda de la idea (“solo un idiota podría pensar que el ataque será en otro lugar que no sea Sicilia”) antes de abrazarla con entusiasmo de cognac. Pero esta intriga en el primer plano a su vez oculta el doble drama de la operación de inteligencia. Porque se trata de crear una historia de vida y en ese proceso, los ideólogos del caso van involucrándose emocionalmente en ese cuento que para su dolor, se distancia de la vida miserable del donante y héroe involuntario. Un dato breve pero revelador es la aparición de su hermana, el único testimonio directo de una vida de desgracia que hasta ese momento era intuida más que sabida. Pero este ejercicio de culpabilidad e imaginación, tiene además su contraparte romántica. Hay un triángulo que se va formando en torno a la camaradería de los espías y la empresa de la cual depende la suerte del mundo libre. Y el peso de la responsabilidad es enorme para unos simples mortales que por un lado disfrutan el aspecto lúdico del caso, por el otro se involucran emocionalmente entre ellos y por si esto fuera poco saben que no pueden dejar ningún detalle al descuido porque la inteligencia alemana no perdona. Pero por suerte estamos en territorio cinematográfico seguro, ese clasicismo del cine ingles que nunca ha decepcionado La película  combina la sobriedad de una trama en la cual hay mucho espacio para la exageración, barranco que el libreto esquiva puntillosamente. Y por supuesto un impecable elenco con el siempre sobrio Colin Firth al frente. La dirige John Madden, un autor medido de quien siempre se recordará su Shakespeare enamorado.

El arma del engaño (Operation Mincemeat). Inglaterra. 2021. Director John Madden. Con Colin Firth, Kelly Mac Donald, Matthew Macfadyen

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