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No sabemos hablar

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Desde Varsovia, Alberto Valero me escribe indignado sobre una nota de prensa que refiere que un tío mató al sobrino en un sector de El Paraíso, por recortes de charcutería. “Se dijo que el hombre está en situación de calle”. Es aquí donde estalla Valero: ¿Por qué no decir, claro y raspao, que se trata de un indigente, de un vagabundo, de un miserable, de un tipo que está pelando bolas? ¿Qué vaina es esa de que la dictadura está soltando a ‘privados de libertad’? ¿No son o están presos, en realidad, como han estado siempre, desde que el mundo es mundo, los privados de libertad en cualquier dictadura? Creo, amigos, que tenemos una grave responsabilidad, de dejarnos de tonterías y escribir bien, sin eufemismos”.

Todo eufemismo es, de suyo, un eufemismo porque de acuerdo con el diccionario es la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. Es eufemismo afirmar que el sátrapa nunca fue chofer sino “conductor de la unidad”. Eufemismo es convertir al ladrón en “amigo de lo ajeno”.

La tendencia humana, al parecer, tiende a escamotear la verdad, a empanizarla con miel o azúcar. De una mujer fea se dice que tiene físico ingrato. Para no evidenciar que aquel que va allá es negro se hace ver que no sube a Sabas Nieves por Altamira sino que lo hace por El Marqués o peor; se rascan ligeramente el dorso de la mano con el índice mientras susurran: “… tú sabes… él …!”. Pero esto no es eufemismo, es racismo y necedad.

Eufemismo es el amigo que, dando traspiés, no se ha caído a palos ni está borracho, sino embriagado. Si es rico y vive en una urbanización elegante no se dirá que está embriagado sino alegre. El que lleva anteojos negros y un bastón blanco con el que tantea el aire a su paso no está ciego: es invidente. Se habla de aguas mayores y aguas menores aunque es más decente decir “dar del cuerpo”. ¡Es una nueva retórica! ¡Es creer que se habla bonito! Ya lo advirtió Juan Ramón Jiménez: “Si en la conversación puedes decir pájaro, no digas ave”. Lo insólito no es que hayan desaparecido los médicos en las telenovelas y en su lugar aparezcan «galenos». Lo grave es que seamos pocos los que sabemos leer, los que sabemos que existe una sintaxis y nos servimos de los signos de puntuación: las comas, los puntos y seguido, los dos puntos, el punto y aparte. Que en lugar de decir “tatoldíadeayápacá” nos tomamos el tiempo para articular y decir “está todo el día de allá para acá”. O como ejemplifica un conocido lexicógrafo español: “napatitopamí”, es decir: “nada para ti, todo, para mí”. Esto, sin mencionar los desórdenes ortográficos. No olvidemos que en un mensaje de felicitación al diario Últimas Noticias Ángel Biagini, candidato a la Presidencia de la República en tiempos de Isaías Medina, escribió la palabra “entusiasmo” con “c” y fue tan grande el desprestigio que perdió la ocasión de ser presidente. Remedando al locutor de radio que ponderaba el abc de un calmante llamado Cafenol y decía: “A) abaja la fiebre; B) bence el dolor; C) ce puede encontrar en cualquier establecimiento”, en Caracas se decía: “A. por Ángel, B. por Biagini y C. por entuciasmo”.

En los barrios marginales el lenguaje es escatológico y la vulgaridad abyecta. No quiero ser pesimista pero tardará un siglo para que el barrio y muchos residentes de las urbanizaciones descubran que existe una sintaxis, que hay exclamaciones, interjecciones, pausas… ¡Una dimensión no soez del lenguaje! 

“¡Secretario, sírvase dar lectura al acta!” y el secretario dispara una maraña de sonidos con asombrosa velocidad y nadie en el hemiciclo entiende lo que dice. El conferencista clava su mirada en las cuartillas y discurre monocorde con resonancias de moscardón levantando la mirada, de tanto en tanto, solo para constatar que el público aún se encuentra allí.

¿Han escuchado en televisión al jefe de los bomberos dando explicaciones del siniestro? ¿A los ministros? ¿¡Al jefe de la policía?¿A los deportistas, boxeadores, bailarines? ¡No saben hablar! Ignoran que los signos de puntuación sirven para organizar el discurso. Los adolescentes no leen libros; aprenden viendo en el celular, pero carecen de lenguaje para expresarse; les cuesta entender Cien años de soledad y los que se atreven temerosos de abrir sus páginas terminan conformándose con el miserable resumen que hace Google (conocido en los medios estudiantiles como “El rincón del vago”), evadiendo uno de los libros más fascinantes de nuestra lengua. Una experiencia con docentes determinó, hace años, que algunos egresados del Pedagógico no eran capaces de analizar o interpretar un “Pizarrón” de Uslar Pietri. Desconocer, no manejar ideas propias; maltratar el idioma significa quedar inermes, desprotegidos, fáciles presas del más desventurado de los infortunios.

Lo escandaloso es que nuestros mandatarios del siglo XXI tampoco brillan con luz propia. El socialismo bolivariano es una lastimosa pobreza de ideas renovadoras y de lenguaje y da la impresión de que en el PSUV las lecturas no van más allá de dos o tres libros básicos y en los grupos violentos alimentados por el régimen, de seguro no hay ninguno. No se leen novelas en los cuarteles, mucho menos las de aventuras. Las armas fusilan la imaginación y el eufemismo se ha convertido en la manera que ha encontrado el despotismo para comunicarse con el mundo disfrazando o suavizando exclusivamente, en el idioma, la innoble crueldad de la tiranía.

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