Pareciera que Washington DC, en el Distrito de Columbia, solo alberga dos sitios turísticos importantes, la Casa Blanca y el cementerio de Arlington (que aunque en el estado de Virginia, está a solo 15 minutos del Capitolio). Nada más alejado de la realidad. En la capital de Estados Unidos también se puede disfrutar de grandes atracciones dependiendo de la época.
Después de tomarse las típicas fotos en las tumbas del presidente Kennedy y de su familia, en la del Soldado Desconocido, y en la casa que curiosamente visitaron John F. Kennedy y Abraham Lincoln horas antes de ser asesinados, hay que ir al National Mall, un gran bulevar que rodea la Casa Blanca y el Capitolio.
En este paseo, donde los muchachos se concentran para jugar hockey y los turistas caminan muriéndose de calor en julio y de frío en diciembre, la aventura podría comenzar por el monumento a Lincoln.
El ex mandatario, sentado al término de unas grandes escaleras de mármol, da la bienvenida a los niños que se abren paso para tomarse la foto a los pies de la estatua, mientras los adultos buscan el mejor ángulo para sostener el Monumento a Washington en sus manos, tal como si el obelisco fuera una diminuta torre.
La siguiente parada es el monumento a Martin Luther King, estatua que se levanta en el mismo sitio donde pronunció su tan recordado discurso: “I have a dream”, el 28 de agosto de 1963.
El National Mall está rodeado de grandes superficies de agua, donde se puede descansar un poco en una gran fuente. Durante el verano, los pies cansados pueden sumergirse en agua caliente y relajarse para seguir el trayecto.
En junio, julio y agosto el tributo a Thomas Jefferson se convierte en una atracción magnífica para grandes y chicos. El prócer estadounidense se encuentra de pie, como colofón de unas escalinatas blancas.
Después de tomarse una foto con uno de los padres de la independencia, el turista aventurero puede pasear en lancha por el lago que está detrás del monumento. Eso sí, hay que estar en buena condición física, pues las pequeñas embarcaciones son de pedal y si quiere disfrutar de las hermosas vistas, hay que pedalear bastante.
Los kioscos donde el caminante puede comprar desde souvenirs hasta chucherías y bebidas se encuentran apostados generalmente a unos pasos de cada monumento. Pero si para apaciguar el hambre requiere algo más sustancioso, hay que salir del National Mall y adentrarse en las calles aledañas donde hay desde cadenas de restaurantes famosas, como Hard Rock Cafe, hasta locales de comida rápida.
Por el Potomac. Otro de los lugares imprescindibles de DC está a unos cuantos kilómetros del bulevar, en la avenida Georgetown. El paseo del río Potomac permite solazarse en un atardecer, viendo los pájaros volar, los patos jugar en el agua y los jóvenes correr en bicicleta. Está lleno de restaurantes, bares y fuentes en las cuales está permitido mojarse y aplacar un poco el calor del verano, todo esto al aire libre a las orillas del extenso río.
En el medio de este bulevar, está un pequeño lago artificial que en invierno se congela y funciona como una pista de hielo. Por 12 dólares podrá alquilar unos patines y divertirse desde las 5:00 pm hasta la medianoche.
En primavera, verano y otoño las atracciones del Potomac son sus tours en barco. Aquí los paquetes van desde un recorrido a lo largo del río, viajes en un taxi híbrido, hasta una fiesta a bordo de un barco transformado en bar. Definitivamente una experiencia que no se puede dejar de vivir.
RECUADRO
Recorrido triste
DC es el único territorio de Estados Unidos donde los museos son totalmente gratis. Aquí se encuentran el Museo de Ciencias Naturales y el Aerospacial, entre otros. Pero el más impactante es el del Holocausto. Las entradas son limitadas y para conseguir una hay que hacer una pequeña fila a ciertas horas de la mañana. Los horarios pueden variar así que debe estar pendiente en las carteleras expuestas afuera del edificio.
Al entrar, hay que visitar la Casa de Daniel. La primera estación está ambientada en el período previo al conflicto, cuando un niño judío, Daniel, y su familia tenían una vida normal, incluso con ciertos lujos.
La segunda es sobre la guerra. Comienza la persecución y la familia ahora vive en un gueto, con piso de piedra y condiciones pésimas. Al salir de la casa una pantalla muestra que ya la familia se encuentra en un campo de concentración y con gran tristeza una de las personas de protocolo entrega un pasaporte que da la entrada al museo donde podrá ver materiales audiovisuales sobre lo que padecieron los judíos durante el conflicto bélico.
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