Fue exactamente el sábado anterior al Día de las Madres. Levantaba el sol en Venezuela, cuando dejaba de latir el corazón de un chamo venezolano que estaría cumpliendo 14 años. En su fallecimiento hay una cuota inmensa de responsabilidad de los criminales que mal gobiernan a Venezuela, impuestos a la fuerza. Abraham Fernández González fue el último en fallecer de su grupo, 14 niños que en el mismo tiempo que él, ingresaron al Hospital J. M. de los Ríos, hoy convertido en fábrica de muerte.
Abraham, un muchacho de Cúa, de los Valles del Tuy, que llegó al J. M. de los Ríos con insuficiencia renal a los 21 días de nacido. Desde entonces periódicamente ingresaba y salía del hospital, al cual ya no quería volver, allí había pasado largos días de su corta existencia, él había conocido una a una la muerte de sus amiguitos, de sus compañeros, todos condenados a muerte en el hospital que otrora fue bandera continental de modernidad y eficiente atención a niños enfermos; hoy no cuenta siquiera con un laboratorio para hacer el más elemental examen de sangre. Los familiares de los niños allí hospitalizados tienen que llevar todo lo requerido, incluidos medicamentos y tienen que pagar en laboratorios privados el 100% de los exámenes, lo que en medio de la crisis brutal que hoy afecta al pueblo venezolano, ese pago se hace imposible y abre camino a la muerte.
Abraham los fue contando: 1, 2, 3, seguían muriendo; 7, 8, 9, no se detenían; 11, 12, 13; él era el único sobreviviente del grupo de 14 niños que juntos comenzaron su viacrucis; un verdadero guerrero aferrado a la vida, su mayor preocupación de morir, así lo había dicho, era el dolor que le causaría a su madre.
Había pedido que no lo llevaran más al J. M. de los Ríos cuando entró en crisis, pero por supuesto que no lo podían complacer, no había otra opción, allí por lo menos tendría buenos médicos y enfermeras cuidadosas y amantes, no era lógico dejarlo morir en casa, había que intentar la asistencia médica y la contribución solicitada a amigos y a seres sensibles para ayudar a sufragar los gastos de la hospitalización. El J. M. de los Ríos es hoy un grito de dolor y protesta contra quienes han destruido un país. Que los hospitales de un pueblo no sirvan es una desgracia, que el hospital de niños no exista es una tragedia.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, así como otros organismos internacionales vigilantes de la salud y de los derechos fundamentales, dictó el 21 de febrero de 2018 medida cautelar, pidiéndole a la administración de Nicolás Maduro salvaguardar la vida y salud de los 27 niños pacientes del área de Nefrología, que se encontraban allí en ese momento. Ya casi todos ellos han muerto. El día previo al fallecimiento de Abraham murió una niña de 10 años también del área de Nefrología, si bien no era de su grupo de 14.
“Murió el guerrero Abraham”, así me lo escribió por WhatsApp la abuela del niño el día de su fallecimiento. La muerte de Abraham clama justicia, debe mover a la lucha por el Estado de Derecho, donde se condene a quienes han destruido el país y sus instituciones. Si tenemos sangre en las venas, no podemos quedarnos indiferentes, alcemos la voz, hagamos sentir que somos más los que queremos justicia y vida.
Que no sigan muriendo los chamos en el Hospital de Niños, donde hace ya muchos años no se practica un trasplante ni se atienden los enfermos con los equipos y medicamentos requeridos. Perdónanos Abraham, no fuimos capaces de impedir tu muerte, de generar los cambios que te permitieran vivir, a pesar de tus deficiencias renales. Murió el guerrero Abraham.
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