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Amor a la patria

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Miguel Gutiérrez / EFE

“Si queremos cultivar un verdadero espíritu democrático no podemos permitirnos ser intolerantes”. Mahatma Gandhi.

Los venezolanos estamos en una hora de definiciones, en una encrucijada. El daño antropológico y social creado por el socialismo del siglo XXI tiene unas dimensiones no suficientemente estudiadas. Nuestra sociedad no podrá restablecerse plenamente e iniciar el tránsito de la posmodernidad mientras no recuperemos la convivencia civilizada.

Creo que ahí está la clave de la descomunal tarea que tenemos por delante. Ahí está el desafío de los ciudadanos y de los dirigentes de nuestra sociedad. Si tenemos de verdad un mínimo de amor a esta patria, estamos en el deber de poner por encima de nuestros egos e intereses el supremo interés de recuperar la vida civilizada de nuestra nación.

Se trata de una tarea política, con P mayúscula, que no solo corresponde a los dirigentes políticos, sino también a los demás dirigentes de la sociedad, pero fundamentalmente es una responsabilidad de los ciudadanos.

Quienes sentimos ese vínculo con la nación venezolana, quienes estamos irrenunciablemente atados a este espacio geográfico y sociológico debemos hacer el esfuerzo de establecer esa convivencia, como paso previo para abordar el modelo de sociedad que queremos construir.

Quienes buscamos una sociedad ortodoxamente democrática, que trabaje por el buen común, capaz de establecer una economía de mercado con la cual producir los bienes materiales y espirituales a los cuales toda persona humana tiene derecho, no podemos menos que trabajar para diseñar los mecanismos de ingeniería social con los cuales transitar hacia el cambio político capaz de lograr nuestro sueño de una Venezuela democrática, justa, próspera, equitativa y moderna.

El daño infligido por la cúpula roja a nuestro tejido social, puesto de manifiesto con el hostigamiento y cerco jurídico-económico a las organizaciones de la sociedad civil, han agravado nuestras rupturas y generando un cúmulo de odios e intolerancias que hoy constituyen un severo obstáculo a la necesaria búsqueda de caminos compartidos para impulsar la reconstrucción de nuestra sufrida nación.

Por amor a la patria, por nuestras familias, por nuestra propia decorosa existencia estamos en la obligación de explorar los caminos de una convivencia civilizada. De establecer mecanismos capaces de dirimir las diferencias surgidas en el tránsito del desierto autoritario. No se trata de restablecer afectos, integraciones, alianzas y conjuntos humanos que probablemente ya no se puedan restablecer.

La mano perversa del régimen ha tocado de diversas formas el tejido social, y muy especialmente el mundo de la política, la comunicación social, el sindicalismo y el gremialismo. Ha propiciado, de diversas formas, rupturas institucionales y humanas que no son  posibles restablecer. La creación de organizaciones paralelas, la intervención judicial de los partidos políticos, la cooptación de dirigentes, periodistas, artistas y otros personajes públicos ha creado enfrentamientos muy agudos.

De modo que no soy tan iluso para buscar una reconstrucción de los afectos y las lealtades dinamitadas por la pérfida manipulación del régimen. Esa no es una labor propia de la política. Hay otras ciencias o instituciones de la vida humana que pueden trabajar esa dimensión en otro plano, y solo es el tiempo el que puede lograr avances en ese campo.

No obstante, la política, bajo la inspiración del Espíritu Santo (para quienes somos creyentes) o por la razón humana, puede crear mecanismos de negociación y diálogo capaces de establecer métodos y sistemas capaces de encauzar a la sociedad a mecanismos civilizados para dirimir los conflictos y lograr la convivencia desde la cual sea posible restablecer la democracia, y con ella, reconstruir a Venezuela.

Esa negociación y diálogo debe comenzar en el seno de los sectores sociales y políticos distintos al Partido Socialista, para poder luego explorar esa búsqueda de la convivencia con ese sector de nuestra sociedad, hoy en el ejercicio del poder total del Estado.

Hoy hay diversos grupos de nuestra sociedad en procesos de negociación y diálogo con el gobierno de Maduro. La estrategia de fraccionamiento adelantada por la camarilla gobernante ha logrado ese ecosistema sociopolítico tan disperso. Esa situación le permite simular un diálogo para lograr ganar tiempo, haciendo pingües concesiones que para nada comprometen su dominio del poder.

Si cada sector está en conversaciones con el régimen, ¿por qué no explorar caminos de encuentro para la convivencia entren quienes se sientan con el madurismo? ¿Pueden los diversos factores negociar con la cúpula roja, y no es posible explorar un proceso de negociación entre los mismos?

Si los aliados de ayer se repelen entre ellos y no hay capacidad de diálogo y negociación directa o indirecta,  ¿por qué sí tienen la voluntad y la decisión, todos, de sentarse precisamente con quien ha generado esta fragmentación?

Es urgente, entonces, por amor a la patria, impulsar un proceso de negociación y diálogo entre todos los actores políticos y sociales distintos a la cúpula que detecta el poder político de nuestra nación. Necesitamos internalizar el valor de la tolerancia sin el cual la democracia no es posible. De ahí la importancia del pensamiento con el cual abro este artículo. La lección de Gandhi debemos asumirla a plenitud si queremos evolucionar a una sociedad moderna.

 

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