Por ALFREDO ÁLVAREZ
Confieso que el espectáculo no es nada fácil de soportar. Es una verdadera proeza resistir bajo la impuesta serenidad que nos brinda la racionalidad del me vale madre, sin alcanzar antes experimentar ese súbito vértigo, vecino muy cercano de la náusea. Muy duro es el trámite de intentar contener la ira, la tristeza y la arrechera al presenciar ese lamentable cuadro. Observar a la distancia como un grupo de unas veinticinco personas aguardan pacientemente, bajo un sol de ácido inclemente, a que dispongan en la calle la enorme cantidad de basura que generan las operaciones habituales de una carnicería ubicada al este de la ciudad. No es nada fácil verlos comer de la basura y aceptar que el evento es un trámite normal y natural de la Venezuela del siglo XXI. Chávez vive y el hambre sigue.
El grupo lo componen hombres y mujeres jóvenes, en la denominada edad productiva, donde también hay niños, y por supuesto los perros callejeros que olfatearon que por allí también les venía algo interesante. Son los venezolanos del siglo XXI, hijos de la última revolución socialista que esperan pacientemente por la basura del día para poder comer algo. En este país, fanfarrón y patriotero, 6,8 millones de personas no comen como se debe, y los promotores del desastre se ufanan en gritar que somos una potencia a la cual deben respetar todos sus imaginarios enemigos
La cifra la aporta el último estudio denominado Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe. Los que no tienen acceso a la comida tienen que agenciárselas con la basura disponible
Por el número de personas que integran el elenco de comensales podrían ser dos grupos familiares. Hay dos ancianas que aguardan en la distancia sin intervenir en el proceso de recolección, pero dirigen con su atenta mirada la selección de los productos que les ofrece el generoso servicio del aseo urbano local. Mis compatriotas, afectados por la peor crisis de indigencia en nuestra historia republicana, comen basura a la vista de los transeúntes de la avenida Lara de Barquisimeto. El país, ese que se nos descuaderna a diario, no vivía una situación tan comprometida desde el punto de la inseguridad alimentaria desde 1958. Asisto y contemplo desde la comodidad de mi auto el último invento de la fábrica de pobreza que es el socialismo a la venezolana: Un delivery exprés de basura a la carta.
No puedo avanzar para eludir el deprimente espectáculo, porque el camión de basura estacionado a mitad de la vía me impide la maniobra evasiva. Todos ellos danzan ágiles y precisos en torno al camión que recoge los apetecidos desperdicios y le imponen un frenético ritmo a la captura de huesos, vísceras, restos de grasa y patas de pollo. Marcan su espacio con gritos de alegría y sonoras imprecaciones que les impiden a los obreros del aseo urbano realizar con libertad su honorable trabajo.
Entre ellos comentan lo que van obteniendo, al rigor de una precisa y escrupulosa captura. Describen todo lo que obtienen de entre las inmensas bolsas, repletas con el desperdicio y los restos aprovechables del despostaje de los canales de carne. Los obreros reclaman el desorden de los residuos, y los asaltantes del camión de basura sonríen con una alegre displicencia. La operación es rápida y hasta podríamos definirla como limpia, sino fuera por del afable disgusto de los trabajadores del aseo urbano.
Si nos propusiéramos realizar un detallado inventario de lo acontecido en estos 20 años, un ejercicio sereno que nos permita identificar la peor calamidad infligida a la sociedad venezolana por el despropósito del chavo-madurismo, sin duda alguna, ese logro sería ese cruel espectáculo de ver comer a nuestros compatriotas directamente desde los camiones para recoger la basura. Me imagino una evaluación lo más precisa posible, un acto desapasionado, riguroso y objetivo que nos permita constatar que el mayor impacto de la crisis socialista en todos nosotros es el hambre generalizada y crónica que ha sido repartida proporcionalmente entre toda la población, sobre todo entre la más vulnerable. Ese evento de ponernos a comer de la basura sería sin duda el mayor acierto del régimen.
Esa letal acción supera con creces la destrucción de Pdvsa, la muerte progresiva de la libertad de expresión, la implosión del servicio de salud, la extinción de la educación pública, la violación a los derechos humanos, la destrucción de la economía y el empleo. El atraso civil en que nos sumió este régimen de intolerancia nos coloca a las puertas de nuestra desaparición como una sociedad estable, organizada, autosuficiente y libre. Gobiernos de igual inspiración como el del defenestrado Evo Morales optaron por no precarizar a su población y elevar notablemente su bienestar, a pesar de ser coincidentes ideológicos. Igual lo hizo Lula, pero Maduro escogió una ruta alterna más letal y degradante.
Ese venezolano come-basura tiene tanto derecho como cualquiera a los beneficios de la renta petrolera, el auxilio del Estado, a la ayuda que les permita ser seres autónomos, libres, dueños únicos del esfuerzo para labrarse su bienestar. Sin embargo, todos ellos se encuentran totalmente excluidos de los promocionados programas de estricto corte asistencialista que se generan desde el gobierno. Maduro los nombra como su mayor logro en materia de políticas públicas, siendo en verdad la mayor expresión de control social posible. Esos anónimos seres son tan insignificantes que ni siquiera para eso califican, y no les queda más opción que comer de la basura. De seguir las cosas en esa misma forma, los sorprenderá el día en que la basura tampoco alcance para todos ellos.
Un régimen totalitario-populista como éste lo único que requiere y demanda son fieles e incondicionales seguidores. Es lo único que necesita para poder perpetuarse en el poder. No necesita de gente que disienta, ni que piensen por sí mismos. Le interesan sumisos y acobardados, reducidos y anónimos. Masa informe que se moviliza bajo la inspiración de sus instintos más básicos y primarios. Le son útiles solo aquellos seres elementales, ungidos por la pobreza más castrante y desalentadora. Pueblo que reacciona solo a huecas consignas que hablan de una patria idílica, cursilona, mítica, fanfarrona y peleonera. Le importa una sociedad de hábitos inexistentes y el recurso ideal para lograrlo, es convertir el hambre extrema en la condición que los iguala a todos por debajo. Hambre o muerte, pereceremos.
Una voz muy calificada en este tema, Susana Rafalli, consultora en el tema de seguridad alimentaria y gestión de catástrofes, nos advierte que el soporte más visible de la política de hambre del régimen es el CLAP. Resulta que ahora se encuentra territorializado, y no es, según ella misma advierte, un consistente programa alimentario, sino por el contrario un programa de dominación y control social. Una perspectiva sombría, como sombrías son el hambre y la pobreza. La sistematización de esas rutinas de hambre esconde un trasfondo político de cara a los comicios que intentarán renovar el Parlamento, único poder que no controlan desde el madurismo. Seguramente cambiarán votos por comida.
Hambre y política se combinan para gestar un patrón de control social oscuro y perverso. Más grave aún, sobre esa ecuación electoral destaca que la desnutrición en Venezuela es crónica de acuerdo con Cáritas. Está afectando a un poco más de 30% de nuestros niños, que ya vienen con una talla más baja, lo que significa un obvio rezago cognitivo, así como un rezago productivo en los próximos 10 a 20 años. La próxima generación de venezolanos tendrá que sortear muchas limitaciones en contra de su desarrollo cognitivo. Tendrá una gran dificultad para aprender matemáticas e idiomas, las nuevas destrezas tecnológicas, el manejo de abstracciones y procesos complejos. Seguramente serán más pequeños que los miembros de la generación precedente. Todo a consecuencia del hambre crónica y de la criminal irresponsabilidad de los impulsores de un sistema político que antepuso su utopía personal, por encima del bienestar de 30 millones de personas.
Los estudios más consistentes acerca del tema de la condición de la alimentación del venezolano —UCAB Informe Zambrano-Sosa 2017— advierten que a partir de 2004 la calidad de la ingesta alimentaria del venezolano entró en un declive continuado e irreversible. El detalle es la obvia consecuencia de la criminal destrucción de la capacidad para producir alimentos en el país. Al existir abundancia de dólares petroleros el gran negocio de la revolución era importar la comida, y el requisito indispensable para el éxito de la operación era la destrucción del aparato productivo en el sector agrícola. El hambre de los millones de venezolanos hizo muy ricos a los enchufados del gobierno.
Se redujo la superficie de siembra en forma progresiva hasta llevarla prácticamente a la nada. El presidente de Fedenaga, Armando Chacín, recuerda que en la década de los noventa el país producía 97% de la demanda local de carne de bovinos. El territorio contaba con 30 millones de hectáreas fértiles para producir alimentos, y solo 7 millones del total estaban sembradas. Entre 2010 y 2015 Venezuela solo abastecía 30% de la carne que se consumía, mientras que el otro 70% era importado desde Uruguay, Brasil y otros países de la región.
Durante este año de 2020 Nicolás Maduro reforzó sus lazos de dependencia con Rusia para poder enfrentar las sanciones impuestas por el gobierno de los Estados Unidos. El ministro de Agricultura y Tierras, Wilmar Castro, indicó el mes pasado que Moscú suministra 60% del trigo que consume Venezuela. En 2018 Rusia incrementó las exportaciones al país, principalmente de alimentos, en 24% en comparación con el año anterior. Venezuela importó 257.000 toneladas de trigo el año pasado por un valor de 56 millones de dólares, según el Servicio Federal de Aduanas de Rusia.
La información disponible pone en evidencia la elevada dependencia de las importaciones con respecto a un conjunto de bienes fundamentales para cumplir con una dieta normativa básica. Esta elevada dependencia hace muy vulnerable el consumo de alimentos a los choques negativos externos, tal y como se ha puesto en evidencia después del desplome de los precios petroleros a mediados de 2014.
Los rubros de caída más estrepitosa han sido los de proteína animal, ganado bovino, caprino, entre otros, incluido el subsector lácteo. El segundo más importante es el de la caña de azúcar, muy emblemático, porque Venezuela tiene innegables ventajas comparativas, y sigue el maíz. Estamos hablando entre azúcar y maíz del componente energético nacional de los venezolanos. Estos son los rubros más críticos de acuerdo con estadísticas de gremios empresariales como Fedeagro y Fedenaga. En el rubro maíz estamos produciendo 18% del total de lo que se consume y en azúcar apenas 21%. La arepa se nos pone muy dura y dulce no sabe a nada.
Creo que son razones suficientes para salir a las calles este 16 de noviembre para hacerle saber al cabecilla de esa banda de amorales que pretende gobernar al país que es un acto cruel, ruin y miserable hacer que nuestros compatriotas se vean obligados a comer de la basura y tengan después que mostrar su agradecimiento. Es imposible de soportar. Yo también protesto.
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