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Cien años de soledad, un compañero de ruta

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Por AURA MARINA BOADAS

La primera edición de Cien años de soledad (CAS) data de 1967, y con el paso de los años se hicieron públicos los entretelones bastante atropellados de su proceso editorial —la transcripción del texto, la corrección, el envío de manuscritos a la editorial—, gracias a  las numerosas entrevistas y semblanzas sobre Gabriel García Márquez.

En lo que a mí respecta, conocí la obra en la década siguiente a su publicación, cuando tuve la asignación de leerla como la mayoría de los liceístas. Compré mi libro y comencé la lectura. Recuerdo que en cierto momento sentí la necesidad de volver atrás e iniciar de nuevo. Esta vez, lápiz en mano, emprendí el trazado del árbol genealógico de la familia Buendía en la última página, para poner orden en aquello que parecía una enredadera familiar. Ahora, a la distancia, me percato del valor de esa lectura, pues fue mi puerta de entrada a la literatura latinoamericana. La novela presentaba relatos que me interesaban y me sorprendían, aunque no me resultaban ajenos. Un día retornando de clases vi a un motorizado estacionado en la esquina de casa y estaba concentrado leyendo la novela. Me sorprendió el lugar de lectura, pero me confirmó lo que yo ya venía notando, y era que esas historias atrapaban al lector.

En la década de los ochenta me topé nuevamente con Cien años de Soledad, esta vez desde los pupitres universitarios. Resurgió aquella imagen del hilo de sangre saliendo de la casa, bajando escaleras, subiendo pretiles, doblando en una esquina a la derecha y en la otra a la izquierda, esquivando los tapices para no mancharlos, en su camino hacia la cocina donde se encontraba Úrsula. Por eso el nuevo encuentro fue en torno al realismo mágico. Esa lectura comenzó a cruzarse con la crítica literaria y en ese recorrido aparecieron los textos de André Breton y de Pierre Mabille sobre le merveilleux, las alusiones al realismo mágico del venezolano Vicente Gerbasi y del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y otras nociones como lo real maravilloso del cubano Alejo Carpentier, el réalisme merveilleux del haitiano Jacques Stephen Alexis y la estética do realismo animista del angoleño Pepetela. Comprendí que había importantes vasos comunicantes entre Cien años de soledad y la experiencia creadora de novelistas de otras latitudes que coincidían en la narración de temas universales con referentes propios. Algunas de esas relaciones procedían de la lectura directa de la  obra garciamarquiana; mientras otras similitudes derivaban de influencias comunes a muchos de estos escritores, como las provenientes de Faulkner o Rulfo.

Ya en los años noventa, aún en el aula pero esta vez del lado de la tarima, una estudiante me puso en la pista de las versiones de Cien años de soledad en otros idiomas. Decía García Márquez, en un artículo de prensa intitulado “Los pobres traductores buenos”, que traducir es la manera más profunda de leer: y esa fue mi nueva pauta. Leer CAS con la óptica de un traductor y leer a los traductores de la novela ha sido un comenzar de nuevo, donde la anécdota cede el paso a la palabra, las expresiones, el registro, las estructuras y el tratamiento de temas. De pronto comencé a entender por qué la novela enganchaba a los lectores sin distingos. Hay un tono oral, fluido que resulta familiar, y así nos reconocemos en muchos de esos relatos y anécdotas de abuelos, tías, hermanos, viajeros, donde se habla de amores, guerras, descubrimientos, enfermedades y secretos familiares.

Compartimos con García Márquez la caribeñidad y en ese sentido ocurre que dejemos de percibir muchas de sus referencias culturales y lances lingüísticos. Y es, precisamente, a la luz de las distintas traducciones de Cien años de soledad como logramos apreciar esos elementos con una alta carga cultural. Algunos de ellos causan animadversión en otros contextos, por lo que llegan a ser objeto de transformaciones, condensaciones, e incluso, supresiones. Las escenas sobrenaturales de la novela no están como tal en algunas de las traducciones, tampoco las referencias con carga erótica,  como las alusivas a la sexualidad de los Buendía. En ese sentido las traducciones operan como un espejo en el que podemos ver indicios de referentes culturales que consideramos universales, pero que, en realidad, pertenecen a la cultura occidental o, incluso, a espacios regionales.

Las numerosas traducciones de Cien años de soledad me llevan a pensar en un capítulo que la mayor parte de las historias literarias nacionales y regionales aún no han incluido y es aquel que correspondería a las traducciones de autores extranjeros, que gracias a esa mediación editorial entran en la dinámica cultural de los países receptores. Un capítulo que debería referir cómo el canon de cada país se modifica y enriquece, a partir del contacto con obras provenientes de otros países. CAS  abrió una brecha en el mundo editorial estadounidense por la que pudieron transitar luego otros autores latinoamericanos. Para Salman Rushdie, el mundo garciamarquiano era también el suyo en Asia meridional, sólo que estaba expresado en español. En China, Mo Yan encontró una forma particular para interpretar la realidad. La escritora india Arundhati Roy ha reconocido el fuerte arraigo en la realidad de los prodigios de sus relatos. En el norte de África, la libertad y la imaginación sin límites  de Tahar Ben Jelloun tienen cuño latinoamericano.

Cien años de soledad es una novela caracterizada por escenas narradas con hipérboles insólitas y una imaginación desbordada, que, sin embargo, irrumpe frecuentemente en nuestra realidad cotidiana, como cuando surge la necesidad de ponerle etiquetas a los objetos para recordar su nombre. Cuando miramos por la ventana y no nos dejan ver más allá las numerosas mariposas que pelean por su espacio en un vuelo contra el viento y el tiempo. Cuando, amparados por la RAE, calificamos algo como macondiano. O cuando, en una fiesta, escuchamos los acordes de la orquesta Billo’s Caracas Boys  interpretando “Macondo” y nos unimos al coro que a voz en cuello canta: “Mariposas amarillas Mauricio Babilonia, mariposas amarillas que vuelan liberadas”.

Aura Marina Boadas

Marzo 2022

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