En muchos momentos de los 40 años de la democracia iniciada a partir del 23 de enero de 1958, las fuerzas armadas nacionales ocuparon con la Iglesia y los medios de comunicación social un lugar destacado y privilegiado en las simpatías de los venezolanos. La guerra, la fe y la verdad conducidas, pastoreadas e investigadas sobre las vanguardias profesionales venezolanas de distinguidos militares, de ilustres prelados y de honestos periodistas hicieron de esas tres instituciones los referentes más importantes de la nacionalidad. Era otra Venezuela.
Sobre esas disímiles parcelas del quehacer nacional que encabezan curas y redactores, los uniformados eran en ese momento, los otros. Separados del resto de la sociedad venezolana por las altas vallas de los cuarteles y las reparticiones militares, la mentalidad autoritaria y pretoriana arrastrada desde los tiempos de 1810 siempre estaba franqueada por una prevención armada hasta los dientes y con bayoneta calada, levantando consignas de defensa bien claras: los militares eran “los otros” en ese gran campamento minero que no terminaba de incorporarse definitivamente al desarrollo y a la democracia, sito entre Castillete, Punta Playa, la isla Aves y las cataratas de Huá.
Después de los eventos políticos y militares que desencadenaron la caída del gobierno que encabezaba el general de división Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958, la rémora de la dictadura, de la represión y los exiliados, el atasco de las cárceles y los perseguidos, el atolladero de los exiliados y las muertes, y la tranca de conculcación de las libertades hizo de los integrantes de las fuerzas armadas nacionales en los primeros años de la democracia, un sector temido y diferenciado. Seguían siendo los otros. Durante cuatro décadas, a pesar de las carantoñas ocasionales siguieron arrastrando el pesado fardo de ser los otros, ante el resto de los venezolanos, que se fue aliviando en el tiempo.
Las primeras embestidas contra la democracia en sus pininos se iniciaron con el intento cuartelero del general Castro León y su invasión a través del estado Táchira. Después siguieron en ese orden el Barcelonazo en junio de 1961, el Carupanazo en mayo de 1962 y el Porteñazo en junio de 1962. Los resultados de esos eventos empezaron a despejar las diferencias entre la nueva institucionalidad militar que estaba emergiendo y la construcción de los valores democráticos entre la oficialidad. La frontera entre los otros y el resto de los venezolanos había empezado a diluirse y difuminarse con hechos a favor de la democracia que estaba naciendo, con logros para defender a la sociedad que juraron defender y con realidades que abrazaban sus misiones en armonía con el espíritu, el propósito y la razón del artículo 132 de la Constitución Nacional vigente desde 1961. Sin embargo, quedaba un largo camino por recorrer. Un quepis colocado convenientemente en la parte trasera del carro visibilizaba aún las diferencias.
Antes vino una arremetida promovida por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo con el atentado del paseo Los Próceres en junio de 1960 y luego Fidel Castro desde Cuba en comparsa política y militar con algunos venezolanos ganados para prender la llama de la Revolución cubana y hacer una Sierra Maestra a la venezolana. Durante diez años la violencia guerrillera se desplegó en casi toda la geografía nacional. En esos años de convulsión política y militar, los otros ya estaban encaminados institucional y constitucionalmente, a través de las unidades militares en alianza con policías democráticos. Bajo la ejecución de las políticas de los gobiernos de la época, terminaron de borrar los históricos contornos del autoritarismo, del pretorianismo y del militarismo que habían sido los trazos organizacionales característicos hasta la caída del régimen del general Pérez Jiménez. Con los teatros de operaciones para combatir la guerrilla, avanzaban las tareas de acciones cívicas que llevaban los servicios públicos y el desarrollo en la acción de gobierno y la presencia del Estado, hasta las comunidades más distanciadas del poder. Los otros de uniforme militar empezaron a borrar la frontera con los otros uniformados de pobres y el vivac empezó a aplanar su vivencia y su experiencia entre todos los venezolanos. Los militares habían empezado a ser vistos como una institución democrática al servicio de la nación para garantizar la soberanía y la territorialidad, y la vigencia de la Constitución Nacional.
En algún momento de ese recorrido democrático y de unidad de las fuerzas armadas, empezaron a filtrarse en los cuarteles algunas palabras que empezaron a desplazar a otras más corrientes y rutinarias del vivac. La disciplina, la obediencia y la subordinación que eran los pilares institucionales que sostenían a las fuerzas armadas empezaron a tambalearse. Los cursos de capacitación de los profesionales militares empezaron a perder importancia en los oficiales de las cuatro fuerzas. Las maestrías y los doctorados en ciencias políticas se convirtieron en un atractivo más importante que los cursos de especialización y capacitación de las armas y los servicios. Los institutos de formación profesional (Academia Militar de Venezuela, Escuela Naval de Venezuela, Escuela de Aviación Militar, y Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación) hicieron de alma mater circunstancial mientras catapultaba a un egresado que no retornaba a sus orígenes y renegaba de su esencia cuando alcanzaba un lauro adicional en otro instituto de nivel universitario. En algún momento, después de 1971 cuando se puso en vigencia el Plan Andrés Bello y sus equivalentes en las otras fuerzas, se montó una estampida de solicitudes de bajas ante la atractiva oferta del plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho. Fue un gran momento de someter a prueba la vocación militar que es apostolar y de servicio y entrega para la satisfacción del deber cumplido. Táctica general, planificación militar, adiestramiento individual, orden cerrado, Estado Mayor, guerra, entre otras referencias y necesidades académicas y de formación fueron replegadas en importancia por anomia, entropía, centro de poder, élite, homeostasis del sistema político, etc. Los otros empezaron a dejar de ser los otros y a confundirse con los otros que hacían vida después de los límites de seguridad de los cuarteles. En algún momento, cuando el trote madrugador de la tropa pasaba por la calle y despertaba al ciudadano común con sus cantos de barra y coreaban “el cielo encapotado, anuncia tempestad, oligarcas temblad, viva la libertad” nadie asumió que los otros habían dejado de serlo y se habían fundido en eso que llaman lo cívico militar, a pesar de las toñequerías y privilegios con que los trató el sistema político durante cuatro décadas con hospitales militares, pensiones, sistema de préstamos hipotecarios a bajo interés, almacenes militares, y vivienda en guarnición. Desde allí, a las conspiraciones alentadas desde el liderazgo situacional, a las movidas internas, a las juramentaciones a cielo abierto, a las sociedades bolivarianas en las unidades militares, al movimiento de los tanques el 26 de octubre de 1988, a la formación del grupo de notables militares, a todo lo que ocurrió en las interioridades de los altos mandos militares entre 1988 y 1991, al 4F y el 27N, y lo que se desarrolló inercialmente desde el punto de vista político y militar hasta el 6 de diciembre de 1998 con las elecciones presidenciales que ganó el teniente coronel Hugo Chávez; hacen de esa agua pasada por debajo del puente de la historia reciente una gran conclusión inevitable: hace mucho tiempo los otros habían dejado de serlo y quienes debían percibirlo no lo hicieron.
Ahora, a la fecha, después de 24 años de revolución bolivariana, con estos militares tan distintos a los otros, haciendo gobierno en el actual régimen que usurpa el poder desde Miraflores, desde donde se fomenta el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción y se alientan las graves violaciones de los derechos humanos de los venezolanos; el desencanto y la frustración de sus connacionales con los uniformados es intenso y radical. Lo que en algún momento era un trazo simpático y afectivo de la sociedad venezolana con la institución armada se ha vuelto una enorme frustración política y un gran desengaño organizacional. El retorno a la esencia del autoritarismo, del pretorianismo, y del pensamiento de bayoneta calada y equipo de combate para los asuntos políticos con el agregado delincuencial, ha vuelto a trazar a profundidad la línea entre los venezolanos y los otros.
Lo dramático es que la solución política al grave problema del resto reside inevitablemente en los otros. Y allí reside el desencanto.
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