En Venezuela se libra una lucha que se convierte, si las cosas siguen como van, en un conflicto de carácter internacional. No es la disputa de la guerra fría entre “el comunismo” y “el mundo libre”; vale decir, la que feneció hace más de un cuarto de siglo entre la Unión Soviética y Estados Unidos. No es ideológica sino que está relacionada con hechos criminales cada vez más notorios y mejor documentados.
Chávez concibió su revolución con carácter internacional; se propuso vincular movimientos de izquierda radical, gobiernos cercanos a su visión y, con el petróleo, a otros gobiernos amigos de los regalos. En sus momentos de delirio sobre el Chimborazo, Chávez solía revivir la idea de la Gran Colombia –¡con las FARC!– y toda la región como una sola nación, tal vez sometida a su chifladura de Libertador redivivo. Al inicio, locuras inofensivas para satisfacer insuficiencias renales. Más adelante la cuestión comenzó a tornarse oscura y adquirió facetas criminales. ¿Cuándo fue ese instante en que el proyecto de la “revolución bonita” se transformó en “la revolución que vomita”? Cuando las FARC obtuvieron la patente para traficar droga dentro del país, con protección de militares y policías, y bajo el pretexto del financiamiento de la actividad revolucionaria.
Este proceso fue acompañado de una creciente violación de los derechos humanos (asesinatos, cárcel, tortura, exilio, persecución); una corrupción que alcanzó gigantescas operaciones de lavado de dinero en todo el planeta, y vinculaciones con organizaciones terroristas y países que las amparan. Chávez y luego Maduro metieron a Venezuela en una situación en la que se ha convertido en un problema multinacional; pero, peor aún, esas fuerzas perversas libran en Venezuela una guerra de carácter internacional dirigidas y apoyadas por el siniestro régimen cubano.
En esta situación, las fuerzas democráticas del mundo están en el deber de participar en esta lucha. No se trata solo de un apoyo político, sino una actividad más intensa en la medida en que el régimen venezolano comete crímenes sancionados por el derecho internacional. Dicho de otro modo, el proyecto internacional de la dictadura que se apoderó del Estado venezolano no puede ser combatido solo por los venezolanos sino por un proyecto internacional democrático, promotor de la libertad y de la plena vigencia de los derechos humanos, enfrentado al narcotráfico y al terrorismo.
No implica invasiones pero tampoco evasiones. Los que se hagan los distraídos apoyan al régimen de Maduro.
@carlosblancog
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