Nicolás Maduro continúa con la misión de consolidar el sistema político-económico de Hugo Chávez, que destruyó el de los 40 años de la “democracia burguesa” (1959-1998). Para cumplir con ello, el heredero del comandante eterno ha instaurado una tiranía cleptocrática vinculada no solo con los regímenes autoritarios de Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua, Bielorrusia, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos; sino con los grupos terroristas colombianos del Ejército de Liberación Nacional y las disidencias de las FARC. Y que además cuenta con el respaldo del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.
Estos regímenes están dispuestos a pagar el precio de convertirse en Estados fallidos, aceptando el colapso económico, el aislamiento y la pobreza extrema si eso es lo que se necesita para mantener el poder. No les importa ser paria en el mundo democrático.
Sin embargo, la invasión de Rusia a Ucrania ha mostrado las ineficiencias de su tiranía cleptocrática.
Desde hace una década, estos regímenes autoritarios han desafiado las democracias, mostrando que cada vez son más ineficientes, ingobernables. Hasta el punto de que habían perdido la confianza en sí mismas. A tal punto que Rusia y China crearon la narrativa (desinformación en redes sociales) de que los caóticos sistemas democráticos eran una fuerza que se había agotado.
Por ahora, la guerra en Ucrania ha permitido soñar con un «nuevo nacimiento de la libertad», reviviendo el espíritu de 1989. Ha sido una debacle militar y económica para el Kremlin. Ha develado que “la Rusia de Putin se basa fundamentalmente en el petróleo, las mentiras y la corrupción [oligarcas], y ese no es un sistema que pueda resistir”, escribió Thomas Friedman en The New York Times.
Asimismo, la tiranía cleptocrática de Maduro depende de actividades como el narcotráfico, la venta ilegal de petróleo y oro, la desinformación (la mentira) y la corrupción. En consecuencia, es un sistema que no puede resistir mucho más sin la falta de ingresos de divisas legales. Las sanciones estadounidenses y el congelamiento de los fondos venezolanos provenientes del lavado de dinero en los bancos rusos tienen al sucesor de Chávez contra la pared. Sin recursos es imposible mantenerse en el poder.
Ante esta situación, el régimen madurista reafirma los lazos con las dictaduras de Cuba y Rusia.
En La Habana, la semana pasada, el canciller de Cuba se reunió con los representantes de Maduro, el presidente de la Asamblea Nacional y el ministro de Relaciones Exteriores, para ratificar el apoyo de la isla a la “revolución bolivariana y chavista”. Del mismo modo, en Caracas, la viceministra para Europa, Daniela Rodríguez, sostuvo un encuentro con el embajador de Rusia, Sergey Melik, con el objetivo de fortalecer los lazos de cooperación bilateral y el apoyo mutuo en el ámbito multilateral.
El impacto que ha tenido la invasión de Ucrania en todo el mundo llevó a Maduro a afirmar que “las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia generan un efecto búmeran” contra la economía del viejo continente, de Washington y los demás países. Para enfrentar esa situación ―en una huida hacia delante―, dice que prepara un “Plan de protección al pueblo de Venezuela”, que consiste en aumentar la producción de alimentos. Insiste en vender un mundo de fantasía en el que solo hace falta que él lo decrete, pero la realidad ―no Duque ni los apátridas de la oposición― lo desmiente: los números no le dan.
Mi amigo David Morán lo desnuda en un tweet. “En 2012, el PIB de Venezuela fue de 352.000 millones de dólares (suponga un peso de 100 kilogramos). En 2021 el PIB fue de 46.500 millones de dólares (13 kilogramos). El FMI estima que el PIB de 2022 será 1,5% mayor al de 2021 (13,4 kilogramos). La UCAB estima el aumento del PIB en 8,6% (14 kilogramos) y el Credit Suisse en 20% (16,6 kilogramos). Es un país o una población diezmada”.
Con esta realidad, la gran mayoría de los venezolanos no tiene ingresos suficientes para cubrir la canasta básica-alimentaria ―conjunto de alimentos básicos necesarios para asegurar la nutrición de un grupo familiar de 5,2 miembros, compuesto por 8 subclases de alimentos: carnes y sus preparaciones, pescados y mariscos, cereales y sus productos, raíces, y tubérculos, leche, quesos y huevos, grasas y aceites, frutas y hortalizas―. Además, ni la adquisición de alimentos, ni el estado nutricional de los venezolanos han mejorado con los programas y leyes promulgadas por los regímenes de Chávez y Maduro en los últimos 20 años.
Las tiranías cleptocráticas de Rusia y Venezuela son sistemas que se aíslan de la realidad ―en su entorno tienen miedo a decir la verdad― por lo que frecuentemente conducen a ciegas más de lo que creen. E incluso, cuando la verdad se filtra les golpea en la cara con tanta fuerza que no puede ser ignorada, resultándoles difícil a Putin y a Maduro cambiar de rumbo porque sus pretensiones de ser presidentes vitalicios se basan en ser infalibles.
La respuesta de Serguéi Naryshkin, el director del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, sobre si las provincias de Donetsk y Lugansk, en el este de Ucrania, se deberían convertir en Estados independientes es un buen ejemplo de estos regímenes dictatoriales.
Naryshkin pensó que el gobernante quería que le dijeran que los dos territorios deberían anexarse al territorio ruso. Así que cuando comenzó a tartamudear con la respuesta equivocada, Putin, sin una pizca de ironía, le dijo dos veces que “hablara directamente”, como si eso fuera posible en ese país. Solo después de que Naryshkin le dijo al exagente de la KGB la mentira que quería oír, este espetó: “Puedes sentarte ahora”.
En conclusión, la razón de ser de Maduro es la misma que la de Putin, Xi Jinping, Alexander Lukashenko, Recep Tayyip Erdoğan, Ali Hosseini Khamenei, Viktor Orbán, Daniel Ortega, Miguel Diaz-Canel, Kim Jong-un: ser presidentes vitalicios de sus respectivos países.
Un enemigo para restaurar la democracia en Venezuela.
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