Se levantan con el alba, pero ya no para ir a los inactivos pozos de oro negro que rodean sus comunidades. Los hombres de los pueblos petroleros de Venezuela, que antaño extraían el crudo que hizo próspero al país y actualmente tanto se necesita por la crisis energética mundial, ahora tienen que sembrar, reparar bicicletas o cazar para poder alimentar a sus familias.
Son hombres del oriente venezolano que crecieron en los pueblos del noroeste de Monagas, estado parte de la Faja Petrolífera del Orinoco Hugo Chávez, donde, según datos de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), la reserva asciende a 279.117 millones de barriles, muy por debajo de los 300.878 millones de 2016.
Pero la producción ya no alcanza para el sustento de los pueblos petroleros. Quienes viven en Punta de Mata o Santa Bárbara —en Monagas— padecen el declive de la industria, que pasó de producir un promedio de 3 millones de barriles diarios (bpd) a 788.000, en la actualidad, según cifras de febrero de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
La inversión y el mantenimiento quedaron bajo mínimos, y las ganancias no son suficientes para generar el empleo y la riqueza de antaño, por lo que los ingresos reducidos van a parar, únicamente, a las arcas del Estado, según explicó a Efe el extrabajador petrolero y residente de la comunidad de Tejero Viejo —Santa Bárbara— Héctor Prieto.
«Tenemos más de 116 pozos que generan ingresos al Estado, que generan ingresos al municipio, que generan ingresos al país y por los que no tenemos ni siquiera ningún beneficio», manifestó.
Reinvención
Prieto trabajó durante 12 años para una empresa china dedicada a la perforación de pozos, pero en 2018 «se acabó el trabajo» y todos los obreros fueron despedidos.
Entonces, no le quedó otra opción que dedicarse a la agricultura para poder garantizar el estudio de dos de sus cuatro hijos, pues es lo que puede costear en este momento.
«El señor presidente tiene todo en su casa, pero nosotros los pobres no tenemos nada. Yo me dediqué a la industria petrolera por más de 12 años y para qué… Con el sueldo (liquidación) que me dieron ni siquiera una muda de ropa a mi hijo (le compré)», aseveró Prieto mientras revisaba la siembra de yuca que tiene en un terreno prestado, y que representa su único sustento.
Como él, a todos los residentes de estas comunidades les tocó reinventarse a partir de 2005, cuando las perforadoras internacionales comenzaron a irse y la petrolera venezolana abandonó muchos de los yacimientos que daban trabajo a miles de personas.
Autoexplotación
Loany Villalba vive en Punta de Mata y, como la mayoría de sus pobladores, trabajó en campos petrolíferos de la zona con empresas extranjeras contratadas por Venezuela para la explotación del crudo.
Durante cinco años —entre 2000 y 2005— Villalba trabajó para una compañía estadounidense y sus ingresos eran tan estables que decidió deshacerse de su negocio de repuestos y regalar toda la mercancía, la misma que ahora no ha logrado recomprar para empezar de nuevo.
«Ahora volví otra vez a reparar bicicletas, pero no puedo vender repuestos de nuevo porque no puedo comprar, no he tenido oportunidad de comprar más repuestos, de surtirme otra vez, no he podido. Solamente hago el trabajo que hago para comprar comida, para eso es lo que alcanza», contó a Efe.
Con la salida de esa compañía del país, Villalba se vio obligado a dejar la explotación petrolera para comenzar una autoexplotación de su propio talento para sobrevivir.
Ahora usa su vehículo para hacer transporte, repara las bicicletas que usa la gente del pueblo para moverse ante la falta de gasolina, revende algunos repuestos y hasta canta en un grupo musical y da serenatas para conseguir unos 30 dólares semanales que le alcanzan solo para comprar comida.
Con añoranza, recuerda cómo en esos años que dedicó a la empresa petrolera podía ir al mercado, viajar con su familia y darse algunos gustos que ahora son lejanos, porque no ve forma de generar dinero donde vive.
«Rendía todo, había bastante, uno podía ir al mercado y comprar cada 15 días, y de ahí no visitaba más el supermercado, solamente cada 15 días uno iba al supermercado y no lo pisabas más», recordó con añoranza al pensar en aquellos carros tan repletos de alimentos, que alcanzaban para dos semanas.
Lo que salga
En estos poblados orientales, casi todos los residentes tienen en común dos cosas: que un día fueron empleados petroleros y que hoy no tienen trabajo.
«Cuando comencé era (estaba) bien. Después de 2016 para acá fue bajando la economía y no nos fue bien (…) Uno con una vacación (paga extra) se compraba un carro; después, cuando me retiraron con los siete años (cotizados) no me dio ni para comprarme el caucho de la moto», contó a Efe José David Piar, de 36 años, que ahora hace transporte con su motocicleta, recoge siembras y vende chatarra para sobrevivir.
La historia se repite en todo el noroeste de Monagas, donde el deterioro de servicios como el agua o la electricidad, la falta de transporte público, de empleos y hasta de educación son evidencia clara de que una tierra rica en el codiciado «oro negro» no es garantía de riqueza y bienestar para quienes caminan sobre el petróleo.
El gobierno achaca el declive de la industria petrolera a las sanciones de EE UU y otros países a Venezuela, bloqueando las exportaciones y los recursos que la nación tiene en el exterior.
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