Acabamos de vivir una semana alucinante en la que sucedieron hechos y anuncios que seguramente tienen el potencial de desatar las condiciones que lleven al país a un cambio de rumbo y ojalá tambien de autoridades.
La situación judicial de Citgo cuyo control está en pico de zamuro necesariamente debe conducir a quienes hoy están al frente de la República a entender que “se acabó el pan de piquito” y que ya no se trata de discutir sobre la soberanía sino de enfrentar las consecuencias del fallo de un tribunal norteamericano que se expide según las normas de ese país donde –guste o no– la justicia se imparte según la ley sin recibir órdenes de ningun caudillo.
De conformidad con esa sentencia se estableció que Venezuela, Pdvsa y Citgo son una misma cosa y por tanto la última debe responder por los ilícitos de las dos primeras y para ello se podrán afectar sus activos. Es cierto que la tal sentencia es apelable y que podrán intentarse algunos manotazos de ahogado, pero hay que entender que el principal activo de la República en el exterior ha quedado situado en condición muy desfavorable porque los fondos que dicha empresa genera pudieran ser destinados para pagar a la canadiense Crystallex, que resultó ganadora de la disputa.
Como guinda para la torta la Inmigración de Estados Unidos ha revocado la visa al presidente de Citgo (Asdrúbal Chávez) y a otros ejecutivos, con lo que se les obliga a dejar el país, creando dificultades gerenciales adicionales.
Otro capítulo de la alucinante semana ha sido el de la detención del diputado Requesens y los vergonzosos videos, acciones y declaraciones generados en torno a ese episodio que definitivamente ha dado el puntillazo definitivo a cualquier remanente que aún hubiera acerca de la sobrevivencia del Estado de Derecho en Venezuela. Ver al jefe del Estado en cadena nacional burlándose del video en el que se observa al joven detenido con su calzoncillo manchado de pupú “porque estaba muy nervioso” supera la indignación y nos coloca en el terreno del asco. Confiésate Nicolás… lo necesitas.
Por si lo anterior fuera poco, hay que añadirle el episodio del puente sobre el lago Maracaibo, que ha generado condiciones de vida aún más penosas para los habitantes del Zulia, cansados ya de tanto inconveniente y tanta burla del pobre señor Motta Domínguez que ya no encuentra iguana ni sabotaje a quien más echar la culpa de la crisis eléctrica que –afortunadamente– parece que alcanzó también a Miraflores hace unos días, cuando la planta de emergencia no arrancó al producirse un corte en la zona.
Pero lo bueno es lo que viene pasado mañana con la reconversión del cono monetario anclado a un tal petro y su primera consecuencia: el aumento del precio de la gasolina en términos y condiciones que a la hora de escribir estas líneas aún se desconocen.
Nadie discute que la gasolina, ni nada, se deba regalar. Lo que todos se preguntan es cómo se va a pagar el combustible a precios multiplicados exponencialmente, mientras los salarios se mantienen anclados a la realidad del hambre y la carencia. La sombra del Caracazo de 1989 ronda el ambiente, aumentando el temor de una explosión social que nadie desea pero cuyos componentes van apareciendo en secuencia de librito.
No se trata en estas líneas de abundar en el inventario de desgracias suficientemente padecidas en vivo y directo por la población, sino de preguntar si quienes hoy conducen el triste transcurrir de la patria persistirán en llevar adelante el “legado” del comandante galáctico o en cobrarse la venganza personal que invocaron los hermanos Rodríguez.
La impresión de este columnista es que hemos entrado en la fase en que la necesidad de sobrevivir que domina al grupo gobernante y sus acólitos ha llegado a la etapa crítica de los manotazos finales de quien irremediablemente ya se está ahogando. No es cuestión de congratularse pensando o diciendo “yo te lo avisé”, sino de buscar las coincidencias mínimas necesarias para reconstruir a Venezuela. El mayor temor de quien esto escribe –y de gran parte de los venezolanos– es que el equipo de rescate no vaya a estar a la altura del reto, lo cual, a juzgar por lo que se ve, parece probable. Ojalá nos equivoquemos.
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